Publicado en Levante edición Castellón el 6 de abril de 2018
España necesita una urgente regeneración.
Romper las cadenas que todavía la atan al franquismo y construir un país nuevo,
con sus paranoias, pero nuevo. No es una licencia literaria decir que en España
los herederos del franquismo siguen ocupando todos los resortes del poder, que
la ni Transición ni el felipismo ni todo lo que ha venido después, ha
conseguido hacer de este país una democracia auténtica, en donde muchos de los
acontecimientos que están acaeciendo últimamente, no deberían producirse. Sobre
todo desde que Mariano Rajoy es inquilino de La Moncloa, que ha hecho que los
tics franquistas broten a borbotones por toda la sociedad. Si no como podríamos
explicar, por poner un ejemplo la apoteosis de Semana Santa que ha vivido este
país hace unos días.
Cómo
calificar el feliz y renovado matrimonio entre el Ejército y la Iglesia, con
banderas a media asta por la muerte de Cristo en cuarteles e instalaciones
militares, incluido el ministerio de Defensa de la ínclita M.D. Cospedal. Por cierto, ¿nadie va a demandar a la ministra
ante el Tribunal Constitucional por vulnerar el artículo 16.3 de la
Constitución, que proclama la confesionalidad del Estado Español? «Ninguna
confesión tendrá carácter estatal», dice el mencionado artículo. Sin
embargo, la bandera a media asta, la abundancia de ministros en las procesiones, la escolta de
militares y guardia civiles uniformados a pasos, el himno de España
solemnizando los desfiles de nazarenos e imágenes religiosas, los indultos del
gobierno a reclusos como indulgencia hacia la benevolencia de la Iglesia, la
televisión pública retransmitiendo en directo procesiones y un largo etcétera,
que nos han hecho recordar esta Semana Santa aquellos años de dictadura en los
que el país se paralizaba. Sólo ha faltado el corte de la programación de las
emisoras de radio, para emitir música sacra y el cierra de discotecas y demás
antros de mal vivir para manolas, obispos y gente de buena familia. Claro que
éste último asunto chocaría de pleno con la caja registradora en la que se ha
convertido la Semana Santa, gracias al turismo.
No
molestan a nadie, dicen muchos. Ciertamente, no molestan más que cualquier
festividad patronal de las muchas que hay en España, y los católicos tiene todo
el derecho a celebrar sus festividades, igual que se hacen Fallas, San
Fermines, San Isidros, Magdalenas y La Mercè. Lo que no es pertinente, en un
país aconfesional, es que el Estado esté presente y participe en estos actos,
de la manera que está en las festividades católicas. Porque el Estado, sino
está claramente separado de la religión, convierte al país en reo del
catolicismo y su moral, y le hace retroceder a los años de la dictadura, con el
olor a naftalina e incienso de aquellos tiempos, que convertidos en Cruzada,
tanto daño hicieron a los españoles.
Esa
relación entre los poderes públicos y la Iglesia Católica es, junto con la
corrupción, lo que más nos une al pasado, que, apuntados a lo políticamente
correcto, muchos dicen ya superado, pero que sigue siendo una realidad palpable
en determinados comportamientos de la sociedad española y la clase política
conservadora, a derecha e izquierda. Y lo podemos ver en la cantidad de
privilegios, que tiene la Iglesia: exenciones fiscales; expolio del patrimonio
cultural por inmatriculaciones, avaladas por el gobierno; casilla específica de
la renta para la Iglesia; clase de religión en la escuela, que no es otra que
adoctrinamiento católico al alumnado; control de la mayoría de la escuela
concertada, etc. Y lo que es más importante: el peso ideológico que tienen los
obispos y su Conferencia Episcopal entre los diferentes poderes del Estado:
gobierno, judicatura, ejercito… nada ajeno a su poder durante el franquismo,
consiguiendo que se gobierne sin ofender a los obispos, cuando se trata de
cuestiones morales y sin daño a sus intereses, cuando se trata de cuestiones
materiales.
Solamente
cuando el Estado rompa definitivamente con los vínculos ideológicos, morales y
materiales que le une a la Iglesia, España
empezará a convertirse en un país democrático, sin tutelas divinas. Entonces,
quizá, ya estemos soltando amarras de ese franquismo que nos ata al pasado,
porque en las elecciones se haya enviado a sus representantes políticos al
rincón de la historia y España podrá afrontar el siglo XXI liberada de Franco y
sus herederos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario