Foto: Autor/a desconocido/a
Publicado en Levante de Castellón el 20 de abril de 2018
Parece que este país no es capaz
de quitarse de encima la maldición histórica de las apariencias. Quizá, lo de
parecer lo que no somos y el aparentar ante los demás, sea una mal de la
condición humana, no digo yo que no, pero en la vieja piel de toro lo llevamos
a un extremo tan altamente considerado, que parece estar implantado en el ADN
de nuestra sociedad, hasta tal punto, que el aparentar es un uso tan corriente,
que lo vemos normal en nuestra manera de relacionarnos con los demás. Nuestro
status social está marcado por la admiración que provocamos en los otros, ya
sea porque tenemos el mejor coche, la casa más grande, el título que mostrar
más sofisticado o una hazaña que contar. Somos así y creo que nadie lo va a
remediar.
Ya
lo escribió Quevedo en 1626, en su novela “La vida de El Buscón”, cuando el
pícaro don Pablos se encontró don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y
Jordán (todos los apellidos son pocos para enaltecer la alcurnia de un hidalgo
venido a menos) y este le explica todas las artimañas de la apariencia y el
remedo, para vivir en la Corte madrileña, si no como un señor, sí con la
dignidad que da el parecer lo que no se es; personajes aceptados por los demás,
incluso a sabiendas de que no son lo que pretenden aparecer, no vaya a ser que…
Me van a permitir que les trascriba algunas de las recomendaciones que recibe
don Pablos de su nuevo amigo: «Estamos obligados a andar a caballo
una vez cada mes, aunque sea en pollino, por las calles públicas; y obligados a
ir en coche una vez en el año, aunque sea en la arquilla o trasera. Pero, si
alguna vez vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el
estribo, con todo el pescuezo de fuera, haciendo cortesías porque nos vean
todos, y hablando a los amigos y conocidos aunque miren a otra parte».
Como
verán aunque ha pasado el tiempo, los comportamientos siguen siendo los mismos.
Parece que todavía tiene más pistón social aparentar lo que no se es o tener un
título que mostrar, si es universitario mejor, aunque no te dé comer, que pertenecer al vulgo, dicho esto en
sentido genérico. Es lo mismo que en la sociedad barroca de la corte de los
Austrias, donde no sólo se tenía que demostrar la limpieza de sangre, para
tener un estatus digno ante los demás, había que mostrar, además, que no se
tenía oficio manual, pues estos tenían una baja consideración en la sociedad
estamental de la época. Por eso, los burgueses enriquecidos pagaban fortunas por
comprar un título nobiliario que diera fuste a su familia, lejos del oficio que
les había dado riqueza, e insistían con denuedo convertirse en rentistas. Sin
ir más lejos, el mismísimo Velázquez, pugnara durante años para que la
actividad de pintor no fuese considerada un trabajo manual, incluso para un
pintor de la Corte, como él lo era, y poder entrar en la Orden de Santiago.
Alonso Cano, clérigo y artista, declaró en su favor que «ni en todo el tiempo que le había conocido, ni antes, había oído decir
que haya sido pintor por oficio».
Pues
en la corte de los Borbones del siglo XXI, seguimos igual, como si la historia
fuese un tiovivo que da vueltas y vueltas, pasando siempre por el mismo sitio. ¿Qué
les pasa a nuestros políticos, que no paran de inventarse una vida curricular que
les dé brillo ante los demás? Quizá nada que no le suceda al resto de la
sociedad, que como ya hemos dicho vive de la apariencia; en definitiva los
políticos son el reflejo de la sociedad que les vota.
Parece,
que para tener una mayor consideración en el mundo político y en el
establishmen social, tienen que inventarse currículums universitarios, o que se
los regalen, como estamos viendo últimamente. Las licenciaturas y masters
proliferan como las setas en la vida académica de diputados, concejales y altos
cargos de Partido. Masters de afamadas universidades hechos en Aravaca; masters
falsificados por universidades amigas del poder; ingenieros que sólo tiene algo
de formación; cursos formativos que por el arte del birlibirloque se convierten
masters de primer orden; pedagogos que no han pisado una universidad en su vida…,
en fin, toda una panoplia de títulos que
ahora están siendo podados de los currículums a la velocidad que van saltando
escándalos.
Porque de
eso se trata: de esconder y minimizar la estupidez de una clase dirigente, que
vive en una burbuja estamental cargada de privilegios, a la que sólo se accede
mediante el engaño y la apariencia, igual que hacía el Buscón don Pablos, para
hacerse un hueco en la Corte del siglo XVII.
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