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Publicado en Levante de Castellón el 9 de febrero de 2018
Parece que Cs y Podemos
dejan de planchar el lienzo inmaculado de su ideología y se dan cuenta que en
democracia los Partidos han de tener una cintura más flexible que una bailarina
de danza del vientre.
Después
de varios años de declarase enemigos irreconciliables, pocos, porque en
política son tiernos infantes todavía, empiezan a aterrizar y a darse cuenta de
que los maximalismos no son buenos en el mundo político, ni siquiera entre
posiciones divergentes en el arco ideológico. En la democracia española hay
muchos huecos que se pueden rellenar si Podemos y Ciudadanos son capaces interiorizar
que son ellos los que tienen que ir tapando los agujeros democráticos que la
Transición no pudo o no quiso tapar. Porque si es una majadería intelectual
decir que en España sigue vigente el franquismo, resulta todavía más grave
negar que la democracia española tiene muchos defectos derivados de las
imposiciones que el postfranquismo puso en la Transición a la izquierda, sobre
todo, so pena de dar al traste con las aspiraciones democráticas de la sociedad
española.
Una
de las más graves deficiencias democráticas que venimos arrastrando desde 1977
tiene que ver con la legislación electoral. La normativa actual se regula por
la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del régimen electoral general, que fue
aprobada por el gobierno del Felipe González, en aquellos años con mayoría
absoluta en las Cortes. Tiene su antecedente en el Decreto Ley de marzo de
1977, aprobada por el gobierno de Adolfo Suárez, que tuvo como ponentes a Óscar
Alzaga, Miguel Herrero de Miñón y Landelino Lavilla, entre otros ilustres políticos
de la derecha española postfranquista, que más tarde formaron la UCD. El
decreto ley tenía como principal objetivo cerrar el paso a una previsible
victoria de la izquierda en la inmediatas elecciones, que por aquel entonces
era mayoritaria en la sociedad española. De hecho el resultado de las elecciones
de junio de 1977 arrojó el triunfo en votos de la izquierda: 8.241.000 votos,
frente a los 8.188.000 votos de la derecha. ¿Por qué, entonces, la derecha
nacional sumo 184 diputados y la izquierda 143? La explicación está en la norma
electoral que se sacó de la manga un sistema muy lejos de la proporcionalidad,
primando las áreas rurales, más proclives al voto conservador, frente a las
urbanas, más favorables al voto progresista. En otras palabras, se implantó un
sistema provincial que daba dos diputados, como mínimo, a cada una de las
provincias, independientemente de su población, lo que facilitaba la
consecución de escaños en las zonas menos pobladas, es decir, las rurales, frente
a las de mayor población y número de votantes. El frenazo electoral de la
izquierda fue en seco.
Lo
gracioso de esto es, que pudiendo haberse modificado en 1985, no se hizo, y
se convirtió el decreto ley en Ley
Orgánica, toda vez que los dos grandes Partidos de la Transición entendieron
que, si ya no se trataba de frenar a la izquierda, el sistema proporcional
corregido implantado en 1977 les garantizaba la hegemonía política en España,
volviendo a instaurarse un sistema de turnismo similar al de la Restauración, impuesto por Cánovas del
Castillo y Sagasta, hasta la fecha.
Esta
rémora postfranquisa de la Transición no es menor, porque ha conseguido que
gran parte del voto de los españoles durante estos últimos cuarenta años, se
haya ido a la papelera, curiosamente los de la izquierda del PSOE, dando pie a
la invención de ese concepto tan degradante para la democracia como es el voto
útil. Algo que también ha venido sucediendo en Cataluña, que tienen un sistema
electoral calcado del español.
Por
eso es bueno que Ciudadanos y Podemos se pongan de acuerdo en reformar la Ley
electoral, poniendo fin a este disparate democrático que tenemos en España,
para dar cabida a los nuevos Partidos,
incluso otorgarles la capacidad de gobierno que ahora es imposible que tenga.
Lo hemos visto en las elecciones catalanas, que con un sistema electoral
verdaderamente proporcional, habrían dado a Ciudadanos, no sólo la victoria,
también la posibilidad de formar gobierno; y se puede calibrar en que Podemos
necesitaría sacar 600.000 votos más que el PSOE, para obtener los mismos
escaños, según un estudio del analista electoral Jaime Miquel.
En
definitiva. El futuro político de España pasa, principalmente, por la
aprobación de una nueva Ley electoral que dé a cada voto un valor similar y
proporcional. Ha llegado el momento para que la sociedad española dé el salto
hacia una democracia más ecuánime en su representación política. Cabe esperar
que Podemos y Ciudadanos, que son los Partidos que están llamados a cambiar el
panorama político del país, se pongan de acuerdo en un asunto de máxima
relevancia, y que PSOE y PP, entiendan que el tren del bipartidismo ha pasado y
vienen nuevos tiempos. Si no, la apisonadora de la historia les pasará por
encima.
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