Publicado en Levante de Castellón el 8 de abril de 2017
La condena de la Audiencia Nacional a Cassandra Vera a un año de cárcel y siete de inhabilitación por contar chistes sobre Carrero Blanco, ha sido la toma de temperatura de la fiebre de fascismo moderno que está instalada en los círculos de poder del país. Hace ahora cuarenta años que se legalizó el PCE, en un alarde de gran valentía de Adolfo Suárez y algunos, no todos, de los miembros de su gobierno, que contra el viento y la marea del franquismo instalado en las principales instituciones del Estado, incluida la Corona, decidieron que un país sin libertad nunca podía ser una verdadera democracia. Entonces, incluso los que nunca habíamos sido comunistas, creímos que la libertad estaba llegando a España y que con ella todos los muros de la intolerancia y el miedo a la represión del aparato dictatorial que sostenía el franquismo se desvanecerían y podríamos vivir en una sociedad donde cada cual pudiera expresar lo que quisiera. Y así ha sido durante muchos años, cuando los tribunales ejercían de garante de esa libertad de expresión, sin la cual la democracia es papel mojado.
Hasta
que el postfraquismo se ha quitado la careta de demócrata que ocultaba su
verdadera faz, el único límite que tenía la libertad de expresión era que
alguien ofendido, particularmente,
ejerciera su derecho a una reparación ante los tribunales. Pero desde
hace muy poco años, es decir, desde que la derecha más cavernícola ha
conseguido hacerse con los mandos de la mayoría de las instituciones del país
–recordemos que el ministro del Interior durante el último periodo de
legislatura, es un miembro afín a la ultraderecha nacional católica- la
censura, y lo que es peor, la punición por la expresión libre de lo que cada
uno piensa, ha vuelto a regir nuestros actos públicos, con el único fin de
volver a instalar en nuestro interior el miedo a expresarnos, no vaya a ser que
nos pase como a Cassandra y a tantos otros músicos, sindicalistas, tuiteros,
blogueros, periodistas, activistas sociales, etc. Estamos pues, ante la esencia
del fascismo: reprimir, utilizando todos los resortes del Estado, cualquier
manifestación disidente que no entre dentro de los cánones que el poder puede
aceptar, para no ver comprometidos sus intereses.
Hace
tiempo que expertos juristas vienen cuestionando la existencia de la Audiencia
Nacional, heredera del Tribunal de Orden Público (TOP), que en la dictadura era
el órgano judicial represor de la oposición por excelencia. Quizá, durante los
años de terrorismo etarra tuviera razón de ser, pero desaparecido este, la
vuelta a sus orígenes de represión de disidencias, es lo único que le otorga
una justificación para que siga existiendo. De ahí que se esmere tanto en
condenas por delitos que hace pocos años no se consideraban como tal, más de cuarenta
y ocho desde 2014, que son un atentado
directo contra la libertad de expresión, curiosamente todas dirigidas al mismo
lado ideológico, ese que cuestiona, con humor o sin él, el absurdo de la
democracia que tenemos en España actualmente.
Con
el terrorismo de ETA finiquitado, el de los GRAPO, los GAL, y demás grupos
sostenidos desde las cloacas del Estado enterrado, y el yihadista supuestamente
bajo control, según nos hacen creer desde el gobierno, el delito de
enaltecimiento de terrorismo se ha convertido en un anacronismo jurídico, que
debería desaparecer, salvo que se esté usando como vara de castigo contra la
libertad de expresión. Pero no nos ha extrañar que exista todavía, porque en los últimos años todas las
modificaciones del código penal, las leyes de seguridad ciudadana y alguna que
otra que siempre se cuela de tapadillo escondida en la letra pequeña de otras
leyes, han sido aprobadas con el único objetivo de silenciar a la ciudadanía, de
impedir que las protestas ciudadanas o las manifestaciones en redes sociales,
pongan al descubierto en qué se están convirtiendo este país y quiénes son los
responsables de ello.
Produce
pavor escuchar a algunos voceros del Régimen escandalizarse porque se hacen
chistes sobre Carrero Blanco en las redes, ahora víctima del terrorismo, para justificar la condena a Cassandra Vera;
los mismos que no tardan en alimentar bulos y levantar falsos testimonios
contra quienes consideran enemigos de la gente de bien, es decir, sus amigos
ideológicos. Vuelven a utilizar a las víctimas de terrorismo como porra para
golpear la libertad de expresión, convirtiéndolas, con el consentimiento
interesado de algunas, en el refugio donde secuestrar las libertades
ciudadanas. Hasta tal punto, que reírse de la figura de un alto dirigente franquista te puede costar
la cárcel, con la excusa torticera de que ha sido una víctima del terrorismo.
Ciertamente lo fue, aunque sobre la mano negra que hubo detrás, todavía la
historia no ha dicho la última palabra. Pero comparar a Carrero Blanco, el
hombre llamado a perpetuar el franquismo en España –la dictadura más salvaje y
amoral que ha habido en occidente en los últimos setenta años, con miles de
muertos y desaparecidos, que todavía hoy el Estado se niega a reconocer-, con concejales, guardias civiles, policías,
civiles, militares, etc., muertos en atentados de ETA, es un insulto a las
víctimas y a la ciudadanía, y una broma de mal gusto; eso sí que es un chiste
de humor negro, negrísimo, y sin embargo nadie pide, ni sería de recibo
hacerlo, que encarcelen a quienes sostiene este disparate intelectual. Porque
la diferencia entre los demócratas (y aquí me estoy refiriendo a todos los que
realmente lo son a derechas e izquierdas) y los que no lo son, reside, entre
otras muchas cosas, en que no queremos que nadie vaya a la cárcel por ejercer
el derecho a expresarse con libertad, aunque algunas opiniones nos chirríen o
nos disgusten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario