Imagen: Fernando Botero
Publicado en Levante de Castellón el 23 de septiembre de 2016
He leído con
estupor que la región sanitaria de York, en Inglaterra, se plantea excluir a
gordos, perdón obesos, y fumadores de la lista de operaciones quirúrgicas, si
no dan claras muestras de arrepentimiento por haber cometido el delito de comer
más de la cuenta, llevar una vida sedentaria o darle al pitillo sin control. Pero
como el sistema, imbuido del sentido de culpa cristiana, no quiere parecer
falto de caridad, al pecado ha ligado la penitencia. Si el gordo es bueno y
adelgaza un 10% en un periodo de tiempo o el fumador demuestra que está
haciendo intentos de dejarlo, podrán volver al seno del Señor sanitario público
y operarse cuando las autoridades sanitarias así lo dictaminen.
Al
final, las contradicciones de este capitalismo excluyente, que sólo piensa en
cómo optimizar el gasto, para aumentar el beneficio, las acaban pagando siempre
los mismos. Mientras proliferan los lugares de comida rápida -me resisto a
llamar restaurantes a esos sitios donde los azucares y las grasas malas son el
ingrediente principal del menú, a precios que invitan a ponerte las botas de
refrescos y comida que engorda sólo con mirarla,-los sistemas de salud se lavan
las manos y en vez de poner coto a esos paraísos de la grasa trans o mejorar la
alimentación de las clases populares, cada vez menos saludable, prefieren culpabilizar
al gordo de su gordura, no a este capitalismo de consumo, que nos incita
constantemente a comer precocinados, elaborados, dulces, y grasas. Es mejor
expulsar a los gordos del sistema, convirtiéndolos en una nueva clase social de
excluidos.
No
es broma. Recientemente veía un programa en un canal de televisión privada
sobre el estado de Arkansas (EEUU), que tiene una población obesa de superior al
35% de sus habitantes, debido al sedentarismo y el auge de la comida rápida,
donde los seguros médicos excluyen directamente a los gordos, salvo que paguen
unas pólizas disparatadas y el entierro de un entrado en carnes cuesta el doble
que el de un flaco, debe ser por la caja, que necesita más madera, digo yo.
En
cuanto al tabaco, la contradicción de este capitalismo de consumo que nos
invade es delirante. Si el tabaco es tan malo, que lo dejen de producir y
fabricar, y si no es usted partidario de prohibir nada, pues que cada uno fume
lo que quiera y haga de su capa un sayo con su salud. Porque, a fin de
cuentas, gordos y fumadores pagan
impuestos igual que los demás, o no.
Claro, que uno al final no pude dejar de
preguntarse por qué gordos y fumadores tienen que cargar con la culpa de ser
unos derrochadores de los dineros públicos, y si como reza el refrán: “cuando
las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”, quién nos dice
que mañana no se va a excluir de la sanidad pública a los promiscuos, a los
bebedores de fin de semana, a los que se pasan horas delante del ordenador, a
quienes practican deporte de forma obsesiva y su vida es en reguero de
lesiones, en definitiva, a todo aquel que no sea potencialmente sano o lleve
una vida que no le produzca mucho gasto a la sanidad pública.
Y
es que, en esta sociedad donde a todo se le pone precio y la ideología
dominante neoliberal y su obsesión por el beneficio y la acumulación de
capital, está impregnando todo lo que hacemos, nadie se salva de quedar
excluido de algún servicio que se paguen con dinero público. Otra manera de
privatizar, desde la trastienda, lo que por derecho nos corresponde y no se
atreven a quitarnos con la cara descubierta.
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