Querido Pablo Iglesias:
Los políticos que tratan de dar miedo me asustan, no puedo evitarlo, quizá
porque ya viví una época en la que los políticos se dedicaban a atemorizarnos y
cuando esto no servía a encarcelar a la gente. Ya sé que usted sólo pretende a
aparecer como el hombre del saco de los poderosos y ricachones que se dedican a
amargarnos la vida, pero eso no me tranquiliza, sobre todo, porque la tentación
de atemorizar produce una extraña sensación de poder, que acaba siendo difícil
de controlar. Se empieza atemorizando a los de arriba y se acaba metiendo el
miedo en el cuerpo a todo aquel que puede ser sospechoso de no pertenecer a los
de abajo. Siempre ha sido así: la pulsión del poder acaba por convertir en
enemigo a todo aquel que puede amenazar el estatus y los intereses de uno.
Por eso prefiero a quien
convence sobre quien asusta, aun sabiendo que es imposible que todo el mundo
acabe comulgando con las tesis de uno. Es lo que tiene la democracia. Incluso
esta que es imperfecta y de baja calidad democrática. Si usted quiere ganar
elecciones, mejor no asustar –quien mete miedo al padre acaba atemorizando al
hijo- y conseguir una holgada mayoría social que le apoye. Pueden usted y su
Partido hacerlo, si son conscientes de que una cosa es protestar en la calle y
otra depositar la papeleta de voto en una urna. Es lo que tiene la política,
que nadie que se dedique a ella puede pretender permanece inmaculado, a no ser
que prefiera asustar a gobernar.
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