Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 8 de julio de 2016
El miércoles pasado he tenido el
honor de exponer una ponencia en el marco de Curso de Verano organizado por la
UJI y el MACVAC: “Los vapores del vino.
El vino en la fiesta y la creación artística y literaria”. El título de mi ponencia ha sido: “Los vapores del vino en la literatura del
Siglo de Oro”, donde he tratado de exponer la importancia que tenía el vino
en España, entendamos esta como concepto territorial, en ningún caso jurídico, durante
los siglos XVI y XVII, tiempo en el que la cultura española atravesaba
fronteras, en una Europa mucho más abierta y permeable de lo que hoy podemos
creer.
Trasegar
durante meses tantas páginas dedicadas al vino y su importancia en aquellos
siglos, me ha descubierto un mundo de certezas e incertidumbres similar al
actual, a pesar de que no era para nada monolítica en el pensamiento y los
comportamientos, en contra de lo que podamos pensar de una sociedad fuertemente
polarizada por las luchas de religión que azotaban el continente y la
incipiente conversión de una estructura de poder feudal en territorios
nacionales dominados por monarcas absolutos. Al igual que pasaba con el vino,
que gozaba de una gran cantidad de variedades, todas ellas vinculadas a un
territorio (vidueños era el nombre que se daba a una superficie de viñedo
plantada toda ella con una sola variedad, que daba al vino un sabor propio y
distinguible para cualquier mojón que se preciase, como se jactaba Sancho Panza
de serlo), la sociedad de la época gozaba de un amplio abanico de ideas que
pugnaban por darse a conocer, a pesar de la Inquisición en España y otras “inquisiciones” que en algunos
lugares de Europa se dedicaba a perseguir a los que se apartaban de la doctrina
oficial. Quevedo escribió: “Príncipes… temed al que no tiene otra cosa que hacer sino imaginar y
escribir”, lo que nos puede dar una idea de que la pluralidad del
pensamiento nunca ha estado doblegada al poder, y es en los intelectuales,
filósofos, científicos, escritores, poetas y pensadores, donde siempre ha
estado el candil que ha iluminado el progreso de nuestra sociedad, probablemente
también de las otras, más lejanas también.
Si
los esfuerzos para silenciar la voz disidente del pensamiento oficial en
aquellos tiempos no fueron pocos y contundentes –muchos escritores sufrieron
cárcel, exilio, persecución, destierro y humillación pública- hoy no estamos
muy alejados de ellos. Aunque, todo hay
que decirlo, los métodos se han refinado bastante y el desarrollo de la
democracia ha abierto grandes espacios de expresión para el pensamiento. Sin
embargo, en los últimos tiempos, la banalización de la sociedad, desplazados
como ciudadanos a la categoría de consumidores, la clase dominante está cegando
nuestras entendederas con una celosía urdida con engaños y falsos testimonios,
que no prohíbe el pensamiento ajeno al del poder, pero lo relega a la nada,
envolviéndolo en una gran bolsa de vacío y silencio, y cuando esto no sirve, de
engaños y ataques prefabricados en los relucientes despachos de la clase
dominante. Ejemplos que delatan la manipulación a la que estamos siendo
sometidos últimamente los europeos, abundan.
La
sociedad ya no tiene certezas ni dudas, pues sólo le llegan noticias del
pensamiento oficial, embardunadas en grandes mentiras, y como escribió Cervantes: “La falsedad tiene
alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes
se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”. Así era en su época y así
sigue siendo en la nuestra.
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