Foto: Autor desconocido
Artículo publicado en el suplemento XXV Aniversario de Levante de Castellón
Hace cinco
años escribía para el XX Aniversario de Levante de Castellón. Hacía un retrato de los cambios que la
ciudad/capital había tenido en esas últimas dos décadas, desde la mirada de
alguien que llegó a Castellón cuando la ciudad empezaba a despertar de su sueño
provinciano y ha evolucionado con ella. Ahora la pregunta que me haría es ¿Qué
ha pasado en estos últimos cinco años? Cinco años, comparados con veinte son
pocos, por lo que hacer una reflexión sobre lo sucedido pudiera parecer fácil.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad, porque en este lustro, Castellón ha
perdido la virginidad, y ya saben ustedes, eso marca. Además lo ha hecho de
forma dolorosa, que es como si te quedara un trauma de por vida. Cuando alguien
pierde la virtud entregado a una pasión amorosa correspondida, o a una pasión
loca cargada de sexualidad, el recuerdo será siempre un mariposeo en el epigastrio,
que nos hará sentirnos bien. Pero cuando uno pierde la honra en un callejón
oscuro y maloliente, así de golpe, sin pretenderlo, la memoria de aquello
siempre será traumática y nos dejará un regusto amargo difícil de quitar.
Algo
así le ha pasado a Castellón en esto últimos cinco años. Hemos pasado de la
placidez de una vida sin sobresaltos, a no parar de dar botes en el sillón. El
baño de realidad ha sido tan grande que un poso de desconfianza se ha instalado
entre nosotros, haciéndonos más descreídos y taciturnos.
Hace
unos años, cuando teníamos unos niveles de paro que provocaban la envidia del
resto del país y nuestros políticos anunciaban grandes proyectos que iban a
convertir la provincia en un gran parque temático para el ocio y la diversión,
la vida nos parecía de color de rosa, y muy pocos se percataron que estábamos
construyendo un ídolo con pies de barro; un tótem al que adorar, que se había
levantado sobre una burbuja de prosperidad, que podía explotar de un momento a
otro. Íbamos a tener pistas artificiales de esquí, selvas tropicales, campos de
golf, casinos que traerían al puerto de Castellón yates de lujo, para que sus
dueños millonarios de la jet set se gastaran los dineros sin miramientos. Nos
anunciaron ciudades para todo: de la magia, de las lenguas…; cruceros que arribarían al puerto como
grandes naves interoceánicas cargadas de cofres de plata y oro; y hasta un
aeropuerto. El acabose: un aeropuerto en Castellón, que nos conectara con el
mundo, sin tener que pasar por Valencia, un derroche de lujo e independencia.
Sin embargo, como dicen el refrán: todo ha acabado en aguas de borrajas.
Sancho
Panza decía que “aventuras y desventuras
nunca comienzan por poco”. Y aquí se ha hecho todo a lo grande. Nos dijeron
que íbamos a vivir en el Jardín de las Hespérides, rodeados de felicidad y
manzanas de oro, y hemos acabado dando vueltas al Parque Ribalta, con una mano
delante y otra detrás, intentado comprender que ha pasado, por qué ahora somos
una de las provincias con más desempleo, y el riesgo de pobreza se sitúa entre
el 20% y el 30%, dependiendo de la localidad de la provincia en que nos fijemos.
Miramos a nuestro alrededor y no vemos, ni parques temáticos, ni cruceros, ni
pistas de esquí, ni nada de lo que prometieron. Sólo queda un aeropuerto, en el
que ya hemos perdido la cuenta de lo que llevamos gastado, pero que ha
conseguido en estos últimos cinco años que Castellón fuera el hazmerreír del
país. Aunque algo positivo hemos sacado de ello, ya saben: lo importante es que
hablen de uno aunque sea mal, o como decía Oscar Wilde: “Hay solamente un cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. No quería el director
comercial de AirBerlin que Castellón estuviera en el mapa, pues ya lo tiene,
ahora sólo falta que todo el atractivo y potencial turístico y cultural que
tiene la provincia se ponga en valor y haga rentable al aeropuerto
Muchos
castellonenses han podido comprobar que lo más parecido al infierno que hay en
la tierra es entrar en el lado oscuro de la realidad. Ese que tratan de
ocultarnos, porque estéticamente no es atractivo. Pero ahí están, en cifras que
nos asustarían hace unos años. Personas de carne y hueso, que están pagando el
derroche que se ha hecho, mientras todos, la sociedad en su conjunto, mirábamos
para otro lado. Políticos y no políticos hemos consentido que unos cuantos
facinerosos hayan estropeado el sueño de vivir en una tierra de promisión.
Decía Sancho, siempre volvemos a la sabiduría de Cervantes, puesta en boca de
Sancho Panza: “El bien que viniere, para
todos sea, y el mal para quien lo fuere a buscar”. Pero aquí, en Castellón,
no parece que haya sido así. Las 50.000 personas, que según la última EPA,
siguen en paro en Castellón; las más de 120.000 que están en riego de pobreza;
las más de 60.000, según Cáritas, que están en pobreza severa, son los que
están pagando los platos rotos de una fiesta a la que no fueron invitados.
Es
cierto, que no solo en Castellón, eso que han llamado crisis, pero que no es
otra cosa más que expolio, ha azotado como una plaga bíblica a sus habitantes.
Lo único que aquí la caída ha sido desde más altura, como si una mano negra nos
hubiera arrojado por un abismo, justo cuando la ciudad, cuando la provincia,
más bullían de vida y todo, durante unos años, se ha tornado de color gris.
Sin
embargo, la vida se abre camino, y esas calles desangeladas en los fines de
semana, esa figuras desdibujadas que circulaban por donde antes había
algarabía, esa tristeza generaliza que se respiraba en cada rincón, por el
miedo, la ansiedad y el futuro incierto, van quedando atrás. No porque estemos
mejor, y se haya vuelto a los niveles de empleo de hace unos años, y los
universitarios puedan estudiar sin el agobio del precio de las matriculas, o
los trabajadores tengan sueldos y condiciones laborales dignas. No porque haya
desaparecido la desigualdad, la exclusión, la marginación y una sociedad que
está destruyendo los puentes entre las clases sociales. No. La vida se abre
camino, porque los ciudadanos de Castellón no queremos vivir encerrados en una
caverna, al igual que los personajes de la obra de Platón, viendo pasar la realidad
sin participar de ella. Porque tenemos mucho sol, mucha playa, muchas montañas,
muy buena comida y un gran legado cultural. La vida se abre paso porque
queremos disfrutar, pero también porque estamos aprendido una lección, la de
que nadie tiene que guiar nuestro destino, y somos nosotros los que tenemos que
marcar las reglas del juego.
Pero
ya no somos los mismos. Hemos perdido la virginidad, y eso, después del dolor
inicial nos ha hecho más fuertes. Claro que en estos cinco últimos años han
cambiado muchas cosas, pero no podemos volver a caer en los mismos errores: “Hacer bien á villanos es echar agua en el mar”. Otra vez Sancho
Panza. Lo peor que podemos hacer es asumir la desigualdad, que es como bendecir
la pobreza, como un estado normal de las cosas, porque entonces el deshonor que
nos produjo la pérdida de la virginidad de una forma abrupta, se habrá
instalado en nuestros corazones.
Felicidades
a Levante de Castellón por llevar 25 años contándonos lo que pasa en la
provincia.
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