Imagen: "El Rapto de Europa" de Picasso
Publicado en Levante de Castellón el 1 de Abril de 2016
Después de los atentados de
Bruselas hemos vuelto a escuchar en los medios de comunicación y por boca de
dirigentes europeos, las frases, ya tan manidas, de encontrarnos ante ataques a
los valores europeos y el modo de vida occidental. Es cierto, que en el
objetivo del terrorismo yihadista hay una intención clara de amedrentar a la
población pues, para ellos, la liberalidad con que los europeos entendemos la
vida y las relaciones sociales, son una muestra más de la decadencia de
occidente, alejada de los auténticos valores de la divinidad. Nada que los
grupos más integristas del cristianismo no piensen, ya sean católicos,
luteranos u ortodoxos. Aunque es cierto, que estos grupos no comenten atentados
terroristas; eso parece que hemos ganado en occidente, después de siglos de
guerras de religión que asolaron Europa. En nombre de Dios, y sobre todo en
defensa de los privilegios de sus representantes en la Tierra, se siguen
cometiendo muchas tropelías contra la libertad y la dignidad de las personas.
Pero
volviendo al principio, está claro que los ciudadanos europeos compartimos un
modo de vida parecido, salvando las distancias que puede haber entre un andaluz
y un sueco. Compartimos una Historia común; podemos decir con orgullo que
tenemos una gran cultura europea cimentada en la cercanía y siglos de
convivencia; disfrutamos de un ocio que no difiere básicamente entre unos
europeos y otros: deportes parecidos, afición a los bares, gusto por la
gastronomía, etc.; escuchamos la misma música, leemos los mismos libros, vemos las mismas películas, y
en Navidad participamos de sentimientos comunes. Además, para la inmensa
mayoría, a pesar de que los sectores más conservadores de la sociedad se
empeñen en impedirlo, las creencias religiosas son una cuestión personal, que
deben estar alejadas de la política y el Estado. Todos esto y otras muchas
cosas nos son comunes y nos hacen singulares respecto a otras partes del mundo.
Nada que objetar, entonces, cuando el político de turno liga los atentados
yihadistas como un ataque a ese modo de vida, porque es cierto, que en la mente
perversa y retorcida de un integrista religioso, en este caso islamista, no
cabe vivir así, tan laicamente, dejando que sea cada uno el que decida cómo es
su relación con la religión y cuál es el grado de fe que tiene. Pero claro,
tanta libertad religiosa los fanáticos de Dios no la pueden consentir, porque
les quita la principal fuente de dominio sobre las personas, de control mental
de sus actos y represión psicológica,
que es, en definitiva, lo que les da un poder absoluto sobre la sociedad.
Otra
cosa es lo de los valores europeos. A mí esto me produce un tic nervioso que a
veces me cuesta controlar. Sobre todo cuando me pregunto cuáles son esos
valores europeos tan al uso de nuestros dirigentes, que sacan a pasear siempre
que a ellos les interesa. Porque no acabo de poder focalizarlos correctamente.
Algunos me dirán: hombre, la libertad. Eso está bien, nuestras constituciones
consagran la libertad como un principio fundamental de convivencia, y
ciertamente gozamos de ella. Votamos cada cuatro años a quiénes queremos que
nos gobiernen y qué políticas deben aplicarse. Eso está bien, pero ¿y cuando
votamos lo que al poder no le interesa? ¿Somos verdaderamente libres? No sé
cómo se sentirán los griegos, a quienes se les ha aplastado su libertad desde
el centro de Europa, porque lo que ellos querían no gustaba a los dirigentes de
la UE, y mucho menos a los que manejan el dinero; o a los españoles, que
habiendo votado mayoritariamente un giro a la izquierda en las políticas que se
tiene que aplicar para salir de la crisis (como no puede ser de otra manera,
aquí también entran los votantes del PSOE) se les está hurtando esa
posibilidad, mediante mentiras, ardides mediáticos y falsos testimonios, que
sólo pretenden una cosa: inocular miedo a la población, para que invoquemos a
los poderes establecidos, con la bendición de Dios y Ángela Merckel, a que nos
salven de la apocalipsis que se puede avecinar, si ellos, es decir, la Gran
Coalición, por activa o por pasiva, no gobierna. También, somos libres de
desear comprar lo que queremos, otra cosa es que tengamos libertad para poder
comprarlo, porque, claro, aquí la libertad choca con el reparto de la riqueza y
la capacidad adquisitiva que tenga cada cual, haciendo que unos sean más libres
que otros.
Los
europeos tenemos como valor haber construido el estado de bienestar. Cierto, en
los tratados de la Unión, desde su constitución, aparece el concepto de estado
social europeo, un eufemismo de estado de bienestar, que trata de diferenciarlo
del de Estados Unidos y otros países del mundo. Pero, ya saben ustedes, el que
hace la Ley hace la trampa, y ese valor supremo que es el estado de bienestar
europeo, encuadrado en una política social de mercado, se ha venido abajo en lo
últimos años, desde que el neoliberalismo ha colonizado todas las instituciones
de Europa, y los dirigentes de estas han abrazado el nuevo theacherismo, aunque
no lo reconozcan en público (algunos, conversos renegados de la socialdemocracia,
ni siquiera en privado), convirtiendo el sueño del bienestar, la igualdad y un
reparto más justo de la riqueza en una entelequia.
Apelan
a la seguridad que da pertenecer a la UE. ¿De qué seguridad hablamos, si ni
siquiera son capaces de asegurar la vida de las personas, frente a ataques
terroristas? ¿Se están refiriendo a una seguridad plagada de fallos, que han
conducido a los atentados de los últimos meses? Creo, que su obsesión por
garantizar los mercados, les ha dejado alejado de la seguridad de los
ciudadanos. Esa es la única seguridad que les preocupa: garantizar que el
dinero, su dinero, no entre en riesgo por acontecimientos externos que
invaliden las políticas neoliberales y austericidas que el establishment europeo
está imponiendo. Por eso, convierten en convictos a los refugiados que huyen de
las guerras que ellos han contribuido a provocar, abocándolos a la muerte y al
holocausto, para que su entrada en el “paraíso” de Europa, no desestabilice sus
finanzas; o se confina a millones de inmigrantes, da igual a qué religión
pertenezcan, en guetos urbanos, desprotegidos de futuro, trabajo y bienestar, a
los que sólo les queda la opción de delinquir o dejarse explotar como nuevos
esclavos del siglo XXI, porque cualquier otra posibilidad les está vedada. De
ahí, a sucumbir en la otra gran mentira que es el fanatismo religioso hay un
solo un paso, sobre todo cuando se les promete un futuro y un lugar en el
mundo, aunque sea el ultraterrenal.
Al final de
todo, los atentados que están poniendo en riesgo el modo de vida europeo, están
sacando a la luz la ineficacia de unos dirigentes, que los únicos valores que
tiene son la mezquindad de un nacionalismo rampante y la defensa de sus
intereses económicos y de poder, muy alejados de los valores de solidaridad,
bienestar y libertad, que se encuentran en el espíritu de la mayoría de los
europeos.
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