sábado, 12 de diciembre de 2015

Del 15-M al 20-D

                                                                                                Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 11 de Diciembre de 2015
Nunca llueve a gusto de todos. Si aplicáramos el Principio de Arquímides al excitado panorama político preelectoral que vivimos en España, podríamos decir que la cantidad de votos que puedan conseguir los nuevos Partidos, ejercerá una fuerza vertical hacia arriba en los votos de los Partido tradicionales, con desbordamiento de votos proporcional al espacio que ocupen los nuevos. Entendiendo Partidos tradicionales, como los que se han repartido el poder político en los últimos treinta años, dicho esto sin acritud, ni malas intenciones. Simplemente que si la tarta del Congreso tiene 350 porciones, ahora los de siempre ya  no se podrán atiborrar, y esto, aunque parezca que no es un problema, puede hacer morir de inanición a muchos que han hecho de la política su modus vivendi modus subsistendi. Y aunque posiblemente, si leyes que delimiten el aposentamiento en cargos públicos no lo remedian, dentro de unos años volverá a suceder lo mismo, pues como dice el refranero popular: “La jodienda no tiene enmienda” y al calor del poder, aunque sea a tres cuartas de la chimenea, se está muy calentito. Pero ahora un aire fresco de renovación llega a la política española, que falta hacía, y durante este tiempo se pueden hacer muchos de los  cambios que la sociedad necesita, entre otros sacudirse la caspa de una panorama político que ya olía ha cerrado. Por tanto, bienvenidos sean los nuevos Partidos.
                En los años setenta del siglo pasado, la sociedad española ya había interiorizado la necesidad de un cambio hacia nuevas formas de convivencia política, que pasaban, ineludiblemente, por la vuelta a la democracia (digo vuelta porque, a pesar de que muchos se empeñaron en hacérnoslo creer, la democracia en España no era una cosa nueva, la tuvimos y muy avanzada en la República y en los años anteriores a la dictadura de Primo de Rivera. Lo que pasa es que cuarenta años de franquismo provocaron muchas amnesias). Fueron muchas las causas, y no la menor, el cambio generacional que se había empezado a producir en España desde los años sesenta (aunque aquí había también había muchos jóvenes con caspa, al igual que ahora), que empujaba para cambiar el status quo del poder, aunque en aquella época hubo que esperar a que se muriera Franco para que La Transición pusiera este país patas arriba hacia un nuevo modelo de sociedad.
                El siglo XXI, cuarenta años después de aquellos intensos y apasionados años, ha vuelto a traer otro cambio generacional, en una sociedad, además, muy cambiante, que tiene sus propias claves de comportamiento público y privado, con unas maneras de relacionarse y comunicarse impensables hace no muchos años. Una sociedad, por qué no reconocerlo, que a los que ya hemos cumplido el medio siglo se nos queda un poco grande, lo que no significa que reneguemos de ella. Y como es de naturaleza, los cambios están afectando de lleno a la política y a quienes la han gestionado en las últimas décadas.
                Desde los primeros años del siglo, mucho hemos hablado de la necesidad de un cambio político en la izquierda que trajera aire fresco al país. Y lo hacíamos en los sitios donde los españoles, para bien y para mal, discutimos y reflexionamos sobre las cosas más trascendentales: en los bares. Cuántas cañas y raciones de bravas habrán sigo testigos mudos de los anhelos de cambio sociopolítico que se discutía como una necesidad, para poner el país en la senda de una democracia más evolucionada y participativa acorde al siglo XXI. Hasta que un 15 de mayo de 2011, con el país despeñándose por el precipicio de la crisis, no sólo económica, también política, con una izquierda incapaz de plantear soluciones progresistas al delicado  momento que estábamos viviendo, y otra ensimismada en su revolución pendiente, la juventud, que todavía pensaba que en este país tenía futuro, se movilizó, iniciando un proceso de cambio de dimensiones inimaginables en ese momento, que ha desembocado en la situación política actual, tan del poco gusto de los Partidos tradicionales.
                No podemos negar que es con la irrupción del 15-M, cuando la sociedad española se sienta en el diván, y empieza a mirarse al espejo y lo que ve no le gusta. Mientras, las plazas se llenan y la gente empieza a entonar el grito de “Si se puede”, como un cántico de esperanza, de creer que las cosas se pueden cambiar si hay ganas, y la utopía se rescata del cubo de la basura de una clase política plana e instalada en su autocomplacencia. Mientras todo esto sucede, la máquina de establishment, lo que después se llamaría la casta, empieza a funcionar con las armas que mejor sabe usar: el desprestigio y la descalificación. El desprestigio: jóvenes antisistema, radicales y utópicos. La descalificación: el 15-M es una ensalada de grupos incapaces de ponerse de acuerdo; no tienen un proyecto electoral que pueda cambiar las cosas en las urnas; son cobardes porque no se enfrentan a unas elecciones. Después, cuando la derecha ya gobierna, se da una vuelta de tuerca, y se pasa a impedir las protestas del 15-M y las que están surgiendo a raíz de los recortes y las políticas de desigualdad. Llega la Ley Mordaza.
                Lo que no se esperaban quienes auguraban que el 15-M pereciera ahogado en sus propias contradicciones y falta de propuestas políticas, es que se acabara articulando un Partido que recogiera su espíritu y muchas de sus propuestas, con claras intenciones de presentarse a las elecciones, con un programa de cambio que muchos han calificado de utópico (como si la utopía fuese un delirio) o de populista (los mismos que ahora incorporan en sus programas y declaraciones propuestas parecidas). Un Partido, que a pesar de que la máquina de trituradora de políticos e ideas sigue echando humo, se posiciona como una alternativa más en el panorama político español. La alternativa que se empezó a gestar el 15-M, que ahora, contra vientos y galernas, ha conseguido llegar al 20-D.
                Además, a ese Partido hay que reconocerle ser quien ha revolucionado el panorama político, acabando con la alternancia de poder, al igual que se dio en los tiempos de Sagasta y Cánovas, que con sus respectivos Partidos conservador y liberal, coparon durante toda la Restauración el poder político en España, provocando la ruptura del bipartidismo, que tan mal representa a una parte considerable del electorado, y el fin del voto útil. Gracias a ese Partido, del que no voy a decir el nombre, la izquierda y al derecha se han hecho más plurales, activando un reajuste en el electorado y en la manera de hacer e interpretar la política.

                Con la conversión política del 15-M en opción electoral, ahora sí que podemos decir claramente que La Transición a muerto. Y como dice su líder: Gracias 1978, hola 2016.

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