sábado, 12 de septiembre de 2015

Entrevista al novelista Santiago Álvarez


Santiago Álvarez (Murcia 1973) llegó a Valencia hace más de una década buscando un ambiente cultural abierto y dinámico y se encontró con una ciudad moderna pero, a la vez, con un fuerte recuerdo de su historia. Estos años para han trascurrido para este murciano sumergido en el mundo cultural entre el teatro, los musicales y la grabación de discos. Pero el gusanillo de la literatura lo ha llevado siempre dentro, no dejando de escribir relatos, algunos de ellos premiados en importantes certámenes literarios. Es uno de los fundadores del Festival de Género Valencia Negra en 2013, ocupando el cargo de Director de Contenidos. Pero antes de fundar Valencia Negra, escribe “La Ciudad de la Memoria”, una novela negra publicada en 2015 de la que vamos a hablar a continuación, entre otros asuntos que tienen que ver con su pensamiento sobre la literatura.

Eres un hombre polifacético en el ámbito de la cultura: teatro, música… ¿Qué hace que te adentres en el mundo de la literatura, en un género tan específico como la novela negra?
Es cierto que he hecho bastantes cosas, entre treinta y cuarenta relatos, 5 musicales, varias obras de teatros, conferencias y algunas cosas más… pero todo tiene el mismo origen: la pasión por contar historias. Creo que adentrarme en distintos campos de la ficción, de maneras diversas de contar una historia me ha ayudado a desarrollar mis propias herramientas para hacerlo. La ficción me parece una cosa muy seria para el ser humano, una forma de ordenar el caos que supone esto que damos en llamar “el mundo real”, y que en realidad es bastante mentira, es vulgar, caótico, descarnado e… inhumano. La ficción nos proporciona los medios para traducir este marasmo a dimensiones comprensibles y aceptables, de las cuales podemos extraer algo importante para nuestras vidas.
Prefiero la literatura a lo audiovisual, porque nos permite completar la ficción con el procesador multimedia más potente jamás concebido: nuestro cerebro. La novela es el género rey en la prosa y, en cuanto a la novela negra, creo que ahora tiene pertinencia porque nos pone de cara al mundo que nos preocupa a muchos hoy: nuestras calles, la gente que camina por ellas tratando de abrirse camino, honradamente pero también mintiendo y aplastando a otros. La jauría humana en toda su crudeza. Creo que ahora nos preocupa más lo contemporáneo que la huida a tiempos remotos o a mundos de fantasía, aunque esto es solo una percepción personal.

Comparto tu apreciación sobre la ficción y la realidad. Sin embargo ¿No crees que la novela negra, al ser una versión novelada de la realidad más sórdida que nos rodea, esconde una manera de entender la sociedad que rodea al escritor y, a la vez, hacerla comprensible para el lector? ¿Cuánto de denuncia social hay en la novela negra?
Es el famoso tema de la denuncia social en la novela negra, que tan de moda está en nuestros días. Digámoslo de otra forma: ningún género puede arrogarse la exclusividad temática; la estupenda novela histórica “Espartaco”, de Howard Fast, contiene mayor denuncia social que la mayoría de novelas negras publicadas hoy en día, por ejemplo. No me gustan estos clichés, de la misma manera que no me gusta que se diga que la alta literatura es quien tiene el monopolio de la condición humana. Me parece que mucha novela negra se ocupa, precisamente, de investigar esa sombra en nosotros que nos hace cometer cosas terribles, y en descubrir quiénes somos y porqué hacemos lo que hacemos.
Pero de vuelta a la pregunta, creo que es inevitable que en un género basado en el delito, en los poderosos, en investigadores que tratan de hacer justicia, en los que sufren su falta, y que se da en un entorno urbano y contemporáneo, aparezca cómo se comportan los distintos estratos sociales entre sí. Creo que la clave está en que no se perciba que el autor se arremanga para hacer justicia social, que el lector no sienta cómo le tiran eso a la cara. Me parece importante que el contenido temático aparezca como algo natural, que se desprende de la trama, y que el lector lo descubra con los mimbres que compone el autor. Hay algo de arte en formular preguntas para que el lector las responda.
Recuerdo que, en la carta de presentación de mi novela a Almuzara, mi agencia describía La Ciudad de la Memoria como “una trama donde aparece la compra de policías, las discotecas de lujo, redes de prostitución y un fiel retrato de la corrupción” y yo no acababa de reconocer mi obra, puesto que los temas de los que intenté hablar son otros. Comprendí que, cuando se dan ciertos ingredientes y uno retrata cómo los poderosos posan su bota de hierro sobre los más indefensos (o sobre la gente normal), aflora este substrato de lo que somos, esta denuncia social.

Planteas un debate interesante, el de la condición humana en la novela. En “La ciudad de la Memoria”, a mi juicio, los personajes son el eje central de toda la narración ¿Cómo ha sido el proceso de construcción de perfiles de estos? Y no me refiero sólo a Mejías y Berta, también al resto, que cumplen un papel de ensamblaje perfecto.
Suelo decir que el nuestro es un país de trincheras, del conmigo o contra mí, en todos los ámbitos sociales; muchas veces me he sentido tiroteado desde ambas  posiciones, así que Mejías es mi intento por hacer un personaje que vive de continuo en esa tierra de nadie, donde, en lugar de echarse al suelo, lo que hace es precisamente lo contrario. Berta aparece con un Sancho Panza que es exactamente lo que no es el detective: ingenua, apasionada de las nuevas tecnologías, gran conductora, y con ese convencimiento de que es posible cambiar el mundo que la vida aún no le ha arrebatado a sus escasos veinte años.
Mención aparte merece la familia Dugo-Escrich, que surge como una dinastía real del ladrillo en decadencia: el Rey Arturo como monarca indiscutido cuyo secreto acabará provocando el último
giro argumental y sus hijos, que cubren todo el espectro: Arturo Segundo un empresario taimado y mafioso, como los malos de las malas películas; Martín, honrado economista (magnífico oxímoron) que intenta ser fiel a unos principios; Sebastián, capitán general de la gente guapa valenciana y dueño de los locales nocturnos de moda; y la lánguida Ángela, la femme fatale de la historia, que regenta un curioso negocio de arte en el centro para no morir de aburrimiento.
El resto de personajes surgen en oposición a estos y entre ellos, para poder reforzar los temas de la novela: desde Manuel, un gitano sentenciado por el cáncer que, desde el rastro ofrecerá pistas y soplos a Mejías, hasta Rosita de África, una anciana cupletista que vive entre las ruinas de su vida, pasando por Ramírez, policía de dudosa condición con quien Mejías tiene (y tendrá) asuntos pendientes.
Hay escritores que se regocijan de que sus personajes se les vayan de las manos: a mí eso me aterra, porque entonces ya no estaría contando una historia. Para mí, uno de los sagrados deberes del autor es, después de haber puesto a andar a estos seres en la historia, dedicar el tiempo necesario para averiguar quiénes son y por qué hacen lo que hacen, y buscar la forma de trasladar eso al lector.

¿No crees, entonces, que los personajes puedan tener cierto margen de maniobra que condicione la construcción del relato? Concretando en los personajes de “La Ciudad de la Memoria”, ¿les dotas un perfil determinado desde el principio, o por el contrario los vas dando personalidad según escribes la novela? Lo que, de alguna manera, hace de estos una pieza clave en el proceso narrativo. Es un tema que me interesa mucho y me gustaría saber tu opinión. 
No es que niegue el margen de maniobra de los personajes en una historia, lo que digo es que, de alguna forma, en una historia que es verdad y no solo el fingimiento de narrarla, lo que han hecho y van a hacer los personajes está ahí desde el momento en que los ponemos sobre la mesa. Al autor le toca conocerlos mejor, entonces van apareciendo cosas de las que antes no era consciente. Me parece que el trabajo del escritor con los personajes tiene algo de arqueólogo, de desenterrador y, por qué no decirlo, de detective.
Para Mejías y para Berta, desde luego diseño un arco de transformación, un punto de partida y un final, pero el viaje es lo que no está nada claro. Y, evidentemente, mientras comprendo las circunstancias que los impulsan a hacer lo que hacen, van surgiendo aspectos que se completan, piezas que encajan, escenas sobre las que se deben incidir, aspectos psicológicos más o menos presentes.
En mi novela todo brota desde los personajes, no solo desde el diseño inicial. Lo fundamental en mi proceso creativo es la reescritura. Como decía el gran John Gardner, repasando lo que dije, empiezo a entender lo que quise decir. Es una especie de iteración, una labor de capas, estratos narrativos. Como se ve, esto no hace que el proceso sea rápido, pero genera una historia sólida. Con todo, el mayor problema es conservar la frescura, el ritmo, y que la prosa no se convierta en una enciclopedia de nada sino en una extraña criatura que entretenga, cuestione y explore quiénes somos. Una criatura viva, ese es el objetivo. Y los personajes son la clave.

“La Ciudad de la Memoria” es un título muy sugestivo que nos hace pensar en aquello que ya ha pasado, pero sigue estando en el ADN de la ciudad. Todas las ciudades tiene una  pasado que construye el relato de su historia, pero no todas tienen memoria de ello. ¿Valencia es una ciudad con memoria?
Desde luego. Creo que todas las ciudades de nuestro país poseen esa memoria, ya que sus raíces se hunden en su pasado, y existen varios estratos históricos que conforman lo que somos ahora. En mi caso concreto, yo vine a Valencia hace 15 años desde Murcia buscando una ciudad más grande, con mayor actividad cultural y eso fue lo que encontré. En aquellos tiempos esa Valencia nos la vendían como “la proa de Europa”, la ciudad de los proyectos y la ultramodernidad, y yo en lugar de eso me encontré con una ciudad con tradición histórica valiosísima, con uno de los mayores cascos antiguos de Europa, donde en cada rincón la piedra chillaba a gritos su propia historia. Eso me fascinó. Valencia es una ciudad con memoria, pero la memoria, por definición, también puede perderse.
Por otro lado, desde que vivo aquí, Valencia me ha parecido el compendio de muchas actitudes de nuestro país: gentes que son capaces de lo mejor y lo peor, de crear grandes cosas y desaprovechar recursos a partes iguales. Una ciudad paradójica e interesantísima, con muchos contrastes, en cuyo pasado y presente trato de escarbar yo durante la novela. En este caso, el pasado es sin duda uno de los temas capitales de la narración.

Valencia, en los últimos años ha ido ganando terreno como ciudad literaria, quizá por el gran número de escritores que están surgiendo. Pero, desde hace pocos años,  también se ha convertido en escenario de novela negra, como “La Ciudad de la Memoria”. ¿Crees que tiene algo especial que le hace sugerente para la novela negra?
Ahora se asocia con mucha alegría a Valencia con la corrupción, por los recientes procesos judiciales que continúan en marcha y colorean la actualidad política. En definitiva, se ve pertinente a Valencia como escenario de novela negra. Pero yo concebí mi novela antes de que eso sucediera. Cuando comuniqué a mi entorno los planes para esta novela trataron de convencerme para llevarme los personajes a otro escenario: Lisboa, Nápoles, algún tipo de ciudad decadente, decrépita y literaria. Lo consideré, pero eso reforzó mi idea inicial de construir esta ciudad de la memoria en una Valencia que, como comenté antes, tiene muchas posibilidades. Además, la Valencia de Mejías es una ciudad distinta y especial, que combina la realidad de sus calles con ciertos toques de cómic, escenarios delirantes donde cualquier cosa es posible.

Para finalizar. La pareja Mejías/Berta, desde mi apreciación, tiene un largo recorrido novelístico, siempre que el autor lo crea conveniente o su estado de mental le animen a continuar con ellos como acompañantes literarios. ¿No sé si has pensado en seguir explorando sus posibilidades en el mundo del crimen?
Efectivamente, la pareja Mejías/Berta tiene un recorrido que está proyectado para cuatro novelas. No suelen gustarme las series que se reducen a casos donde los personajes centrales no evolucionan. De la misma manera que en la primera novela hay un gran salto en ambos personajes, en las tres restantes volverán a transformarse, a evolucionar y buscar sus propios límites. Son caracteres que aún deben crecer más, y yo también con ellos. Solo espero que los lectores me acompañen.

Así pues, ahora estoy escribiendo la continuación de La Ciudad de la Memoria, de la que aún no puedo decir mucho, solo que me está exigiendo tanto o más que la primera novela. Me encuentro ahora a mitad del primer borrador, aunque he tardado mucho tiempo con la documentación y la estructura, y todavía faltan las interminables revisiones. Espero que en algún momento de 2016 esté disponible para los lectores. También tengo en mente otros proyectos al margen de Mejías, siempre con la intención de continuar creciendo como autor.


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