sábado, 19 de septiembre de 2015

A vueltas con Cataluña

                                                                                            Foto: Cualquiera de los dos
Publicado en Levante de Castellón el 10 de Septiembre de 2015
Nos parece que el encaje de Cataluña en el Estado español es un problema reciente, que tiene que ver con el mito del peseterismo de los catalanes, ya saben ustedes aquello de la pela es la pela, que les convierte en un pueblo insolidario capaz de vender a su madre por una bolsa de monedas. Pero no hay nada más lejos de la realidad que esta percepción que tenemos en el resto de España, en los últimos años acrecentada desde la derecha nacionalista española. Ni los catalanes son unos insolidarios con el resto de los españoles, ni el fondo de su nacionalismo es económico, aunque algunos se empeñen en ello. Hay unas raíces más profundas que sí tienen que ver con la historia y con el sentimiento secular de ser un pueblo con referencias culturales propias, que están engarzadas a la génesis del nacimiento de Cataluña como reino en la Edad Media.
                Hasta el tratado de Utrech en 1713, la Península Ibérica, con la excepción de Portugal, era lo que podríamos considerar hoy una monarquía confederada, es decir, un rey dos coronas: Aragón y Castilla (lo del reino de Navarra es cosa aparte, con sus idas y venidas entre la independencia como reino, y sus dependencias a la corona de Castilla o al rey de Francia). A pesar de la propaganda oficial que nos quiere hacer ver que la unificación de España se produjo con los Reyes Católicos, nada más lejos de la realidad, pues con su reinado lo único que cambió fue que, desde sus católicas majestades, Castilla y Aragón tuvieron el mismo rey, pero siguieron siendo dos reinos diferentes, con aduana incluida, y sus propias leyes y fueros.
                Cataluña formará parte de la corona de Aragón, pero no sin una singularidad propia, debida a su gran potencial cultural, económico, político y territorial en el Mediterráneo, que ya desde tiempos antiguos generó quebraderos de cabeza a los reyes de Aragón; sino que se lo pregunten ultratumba a Jaume I y los problemas que tuvo que la nobleza catalana durante todo su reinado. Y es en los decretos de Nueva Planta, que el rey borbón Felipe V firmó para abolir del fueros del reino de Aragón, concretamente el del Principado de Cataluña lo hizo el 9 de Octubre de 1715, cuando Cataluña deja de tener un gobierno propio para reintegrarse, por la fuerza, en el  nuevo Estado centralizado que va a ser España con la monarquía borbónica, bajo los fueros y las leyes castellanas. Siendo desde esa fecha, cuando empiezan los problemas de encaje de Cataluña en España, no del resto de los reinos que conformaban la Corona de Aragón, problema no resuelto hasta la fecha, y ya saben de aquellos barros estos lodos.
                Aunque lo cierto es que el condado de Barcelona, en torno al cual se constituyó en el siglo XIV el Principado de Cataluña, desde el siglo XII, que se unió por esponsales a la corona de Aragón,  nunca ha tenido un Estado propio, perteneciendo siempre a una entidad política superior. Y cuando lo ha intentado ha sido un fracaso, como le sucedió tras las revueltas de 1640 y 1641, con la proclamación por parte de Pau Claris de la República Catalana, que acabó rindiendo vasallaje al rey francés  Luis XIII, convirtiéndose en un territorio anexionado por el reino de Francia, fuertemente centralizado, que no tardó en ocupar militarmente toda Cataluña, para mejorar posiciones en su guerra contra el rey Felipe IV. La conclusión de este episodio fue que 10 años después la oligarquía catalana, apoyada por el descontento popular hacia el ejército francés, vuelve a reconocer a Felipe IV como rey, tras  rendir  éste obediencia a las leyes catalanas, y que por el Tratado de los Pirineos de 1659 pierde para la historia los territorios de la Cerdeña transpirenaica  y el Rosellón, que pasan a formar parte del reino de Francia.
                La oportunidad histórica de solucionar el encaje de Cataluña en España se tuvo en la Transición, tras el intento fallido de la II República, pero la presión de la derecha postfranquista, con el visto bueno de las élites catalanas y el despiste de la izquierda, impidió que adquiriera un estatus diferencial en la Constitución de 1978. Para salvaguardar el concepto de unidad franquista de España, el Estado encontró su mirlo blanco en Cataluña: Jordi Pujol, un hombre al que se le perdonó la estafa de Banca Catalana, y se la ha dejado robar durante décadas, construyendo un entramado de corrupción en Cataluña, a través de su familia y CIU, a cambio de la docilidad del nacionalismo catalán.
                ¿Qué ha cambiado entonces en Cataluña para que se haya llegado a la actual situación preindependentista? A mi juicio, fundamentalmente, dos razones: la intransigencia de la derecha nacionalista española en los últimos años frente a Cataluña, que ha creado agravios y afrentas hasta despertar a una masiva parte de la población dormida e indiferente al hecho nacionalista. Y por otro lado, la llegada el poder de la Generalitat de un hombre que se siente el mesías de la nación catalana, al que sólo le preocupa pasar al libro de la historia oficial de Cataluña con letras de oro. Un político ineficaz y mal gestor que ha ido sembrando girones por doquier, con recortes en el estado de bienestar, mayor pobreza y desestructuración de la sociedad; que ha encontrado en el humo del nacionalismo intransigente y mesiánico el mejor velo para cubrir su mal gobierno, llevando a la sociedad catalana a una fractura de difícil cosido, a la que el españolismo postfranquista no cesa de meter la tijera para agrandar.
                La torpeza de unos y otros ha conducido a unas elecciones absurdas, en donde sea cual sea el resultado nadie va a dar su brazo a torcer. Aunque quizá, más que torpeza, habría que hablar de intereses compartidos entre dos derechas nacionalistas, que a cuenta de todo el lío que están montando en Cataluña, tratan de ocultar sus políticas de desigualdad y empobrecimiento de la población.
                Quizá todo este problema se hubiera podido solucionar, si en su momento la Constitución hubiese recogido el derecho de autodeterminación, hoy llamada derecho a decidir. Porque un Estado plurinacional, como es el español, no se entiende sin ese derecho que otorgue a los  pueblos singulares que lo conforman la capacidad de decidir si quieren o cómo quieren pertenecer a España. Cuando escucho la grandilocuencia de la frase: “No vamos a consentir que España se rompa”, que me recuerda muchísimo a aquella otra tan manida en el franquismo: “España es una unidad de destino en lo universal”, se me abren las carnes al pensar que seguimos viviendo en un país, catalanes incluidos, de intolerancias y miedos, alimentados por los intereses de las oligarquía que nos gobiernan, en el que la democracia es un término que sirve más para acallar virtualmente las aspiraciones de la sociedad, que para gobernar desde el sentido común, la justicia y la prosperidad para todos.

                Por último, desde una posición estrictamente democrática, los catalanes tiene derecho decidir su futuro como pueblo, aunque se puedan equivocar, y el resto de los españoles, simplemente  respetar cuál es su decisión.

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