Foto: Cualquiera de los dos
Publicado en Levante de Castellón el 10 de Septiembre de 2015
Nos parece que el encaje de
Cataluña en el Estado español es un problema reciente, que tiene que ver con el
mito del peseterismo de los catalanes, ya saben ustedes aquello de la pela es
la pela, que les convierte en un pueblo insolidario capaz de vender a su madre
por una bolsa de monedas. Pero no hay nada más lejos de la realidad que esta
percepción que tenemos en el resto de España, en los últimos años acrecentada
desde la derecha nacionalista española. Ni los catalanes son unos insolidarios
con el resto de los españoles, ni el fondo de su nacionalismo es económico,
aunque algunos se empeñen en ello. Hay unas raíces más profundas que sí tienen que
ver con la historia y con el sentimiento secular de ser un pueblo con
referencias culturales propias, que están engarzadas a la génesis del
nacimiento de Cataluña como reino en la Edad Media.
Hasta
el tratado de Utrech en 1713, la Península Ibérica, con la excepción de
Portugal, era lo que podríamos considerar hoy una monarquía confederada, es
decir, un rey dos coronas: Aragón y Castilla (lo del reino de Navarra es cosa
aparte, con sus idas y venidas entre la independencia como reino, y sus
dependencias a la corona de Castilla o al rey de Francia). A pesar de la propaganda
oficial que nos quiere hacer ver que la unificación de España se produjo con
los Reyes Católicos, nada más lejos de la realidad, pues con su reinado lo
único que cambió fue que, desde sus católicas majestades, Castilla y Aragón
tuvieron el mismo rey, pero siguieron siendo dos reinos diferentes, con aduana
incluida, y sus propias leyes y fueros.
Cataluña
formará parte de la corona de Aragón, pero no sin una singularidad propia,
debida a su gran potencial cultural, económico, político y territorial en el
Mediterráneo, que ya desde tiempos antiguos generó quebraderos de cabeza a los
reyes de Aragón; sino que se lo pregunten ultratumba a Jaume I y los problemas
que tuvo que la nobleza catalana durante todo su reinado. Y es en los decretos
de Nueva Planta, que el rey borbón Felipe V firmó para abolir del fueros del
reino de Aragón, concretamente el del Principado de Cataluña lo hizo el 9 de
Octubre de 1715, cuando Cataluña deja de tener un gobierno propio para
reintegrarse, por la fuerza, en el nuevo
Estado centralizado que va a ser España con la monarquía borbónica, bajo los
fueros y las leyes castellanas. Siendo desde esa fecha, cuando empiezan los
problemas de encaje de Cataluña en España, no del resto de los reinos que conformaban
la Corona de Aragón, problema no resuelto hasta la fecha, y ya saben de
aquellos barros estos lodos.
Aunque
lo cierto es que el condado de Barcelona, en torno al cual se constituyó en el
siglo XIV el Principado de Cataluña, desde el siglo XII, que se unió por
esponsales a la corona de Aragón, nunca
ha tenido un Estado propio, perteneciendo siempre a una entidad política
superior. Y cuando lo ha intentado ha sido un fracaso, como le sucedió tras las
revueltas de 1640 y 1641, con la proclamación por parte de Pau Claris de la
República Catalana, que acabó rindiendo vasallaje al rey francés Luis XIII, convirtiéndose en un territorio
anexionado por el reino de Francia, fuertemente centralizado, que no tardó en
ocupar militarmente toda Cataluña, para mejorar posiciones en su guerra contra
el rey Felipe IV. La conclusión de este episodio fue que 10 años después la
oligarquía catalana, apoyada por el descontento popular hacia el ejército
francés, vuelve a reconocer a Felipe IV como rey, tras rendir éste obediencia a las leyes catalanas, y que
por el Tratado de los Pirineos de 1659 pierde para la historia los territorios
de la Cerdeña transpirenaica y el Rosellón,
que pasan a formar parte del reino de Francia.
La
oportunidad histórica de solucionar el encaje de Cataluña en España se tuvo en
la Transición, tras el intento fallido de la II República, pero la presión de
la derecha postfranquista, con el visto bueno de las élites catalanas y el
despiste de la izquierda, impidió que adquiriera un estatus diferencial en la
Constitución de 1978. Para salvaguardar el concepto de unidad franquista de
España, el Estado encontró su mirlo blanco en Cataluña: Jordi Pujol, un hombre
al que se le perdonó la estafa de Banca Catalana, y se la ha dejado robar
durante décadas, construyendo un entramado de corrupción en Cataluña, a través
de su familia y CIU, a cambio de la docilidad del nacionalismo catalán.
¿Qué
ha cambiado entonces en Cataluña para que se haya llegado a la actual situación
preindependentista? A mi juicio, fundamentalmente, dos razones: la
intransigencia de la derecha nacionalista española en los últimos años frente a
Cataluña, que ha creado agravios y afrentas hasta despertar a una masiva parte
de la población dormida e indiferente al hecho nacionalista. Y por otro lado,
la llegada el poder de la Generalitat de un hombre que se siente el mesías de
la nación catalana, al que sólo le preocupa pasar al libro de la historia
oficial de Cataluña con letras de oro. Un político ineficaz y mal gestor que ha
ido sembrando girones por doquier, con recortes en el estado de bienestar,
mayor pobreza y desestructuración de la sociedad; que ha encontrado en el humo
del nacionalismo intransigente y mesiánico el mejor velo para cubrir su mal
gobierno, llevando a la sociedad catalana a una fractura de difícil cosido, a
la que el españolismo postfranquista no cesa de meter la tijera para agrandar.
La
torpeza de unos y otros ha conducido a unas elecciones absurdas, en donde sea
cual sea el resultado nadie va a dar su brazo a torcer. Aunque quizá, más que
torpeza, habría que hablar de intereses compartidos entre dos derechas
nacionalistas, que a cuenta de todo el lío que están montando en Cataluña,
tratan de ocultar sus políticas de desigualdad y empobrecimiento de la
población.
Quizá
todo este problema se hubiera podido solucionar, si en su momento la
Constitución hubiese recogido el derecho de autodeterminación, hoy llamada
derecho a decidir. Porque un Estado plurinacional, como es el español, no se
entiende sin ese derecho que otorgue a los
pueblos singulares que lo conforman la capacidad de decidir si quieren o
cómo quieren pertenecer a España. Cuando escucho la grandilocuencia de la
frase: “No vamos a consentir que España se rompa”, que me recuerda muchísimo a
aquella otra tan manida en el franquismo: “España es una unidad de destino en
lo universal”, se me abren las carnes al pensar que seguimos viviendo en un
país, catalanes incluidos, de intolerancias y miedos, alimentados por los
intereses de las oligarquía que nos gobiernan, en el que la democracia es un
término que sirve más para acallar virtualmente las aspiraciones de la
sociedad, que para gobernar desde el sentido común, la justicia y la
prosperidad para todos.
Por
último, desde una posición estrictamente democrática, los catalanes tiene
derecho decidir su futuro como pueblo, aunque se puedan equivocar, y el resto
de los españoles, simplemente respetar
cuál es su decisión.
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