Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 25 de Sptiembre de 2015
Sofisma: “Si Syriza pierde las
elecciones en Grecia, Podemos pierde credibilidad en España”. Esto es lo que,
más o menos, han querido convencernos todos aquellos que ven en Podemos un peligro para los privilegios que
han ido atesorando durante años. Lo hemos podido escuchar, leer o ver en
tertulias, mítines y artículos de prensa, como si fuese una letanía que pudiera
exorcizar el fantasma de la otra muletilla con que nos quieren amenazar: los
populismos. Siguiendo el mismo silogismo llegaríamos a la conclusión que si
Syriza ha ganado las elecciones, Podemos aumenta su prestigio varios enteros. Aunque
esto no conviene pasearlo por los platós mediáticos. Ya no interesa ligar el
futuro de la formación morada con el de Syriza, ni el de Pablo Iglesias con el
de Tsipras, una vez que el argumento de descrédito ya no sirve a los intereses
de los enemigos de ambos, que visto lo visto, son muchos.
Las
elecciones griegas han vuelto a descolocar al oficialismo político en Europa,
que tanto ahínco ha puesto en destruir el prestigio de los dirigentes helenos, laminado
cualquier atisbo de salirse del tiesto de la austeridad impuesta por Meckel y
sus monaguillos noeliberales. Tanto, que no han tardado ni un minuto en
exigirle al nuevo gobierno de Grecia que acelere las reformas, que con gran
saña le han impuesto, con el único fin de segar cualquier disidencia en Europa que se atreva a
asomar la cabeza. Incluso hay una izquierda refinada y amanuense del
neoliberalismo que no ha tardado en cuestionar la bondad de la victoria de
Tsipras para los griegos. La misma noche de las elecciones, una afamada
dirigente del socialismo aposentado español, en una tertulia televisiva,
trataba de quitarle hierro al triunfo electoral de Syriza, diciendo que tenían
un grave problema de contradicciones, y uno piensa: si Syriza, que ha ganado
las elecciones en Grecia por goleada
tiene graves contradicciones, qué clase de sarampión deben tener en el
socialismo griego, “hermano” del Partido de la tertuliana, para haber quedado
en cuarta posición, con 130 diputados menos y una diferencia del 30% de votos.
Mal,
muy mal se ha deglutido en los cenáculos comunitarios el resultado de unas
elecciones que se pretendían fuesen un escarmiento a quienes están levantando
la bandera del fin de la ortodoxia capitalista en Europa. Pero no desesperen
los hinchas del liberalismo justiciero, inasequibles al desaliento, sus líderes
no van a cejar en su empeño de destruir a esa nueva izquierda que puede acabar
con un sistema de gobernar la UE que les ha sido muy beneficioso. Por ello, las
tropas de caballería mediática ya se han lanzado a galopar y no dejarán de
hacerlo hasta que el enemigo caiga derrotado o ellos exhaustos. Las acometidas
ya han empezado, una vez comprobado que el virus del cambio es más resistente
de lo que pensaban; el mal ejemplo griego debe ser erradicado antes que
contamine al resto de la población europea. Las acusaciones de traidor a sus
ideas a Tsipras, de haberse humillado ante la troika olvidado a su pueblo; el
dedo acusador de muchos, que lo señalan como ejemplo de lo nefasto que es el
populismo, no parece que hayan hecho mella en el electorado griego, que ha
considerado que para administrar lo poco que tienen, mejor que sea uno que lo
va a repartir, a otro que se lo va quitar.
Es
posible que el pánico se esté empezando a instalar en las cancillerías europeas,
en Berlín o en Bruselas. No tanto por el resultado de las elecciones en Grecia,
sino porque se extienda por el continente la creencia de que es posible darle
la vuelta a las políticas de austeridad y destrucción del estado de bienestar.
Incluso más allá de los denominados populismos, acusación fácil y sin sustancia
política, con la que se señala a las nuevas formaciones de izquierda, el virus
ha contagiado al Partido Laborista inglés, con un nuevo líder: Jeremy Corbin,
que nunca se doblegó a ese engendro que era la Tercera Vía sacada de la manga
por Tony Blair, que la historia ha demostrado era, ni más ni menos, que la cara
amable del neoliberalismo, incapaz de frenar, quizá porque participaba de
ellas, las políticas de desigualdad que se estaban poniendo en marcha en
Europa, de la mano de una clase dirigente cada vez más embrutecida por el
mercado salvaje, el beneficio empresarial y las puertas giratorias.
No
nos ha de extrañar que la socialdemocracia europea reaccione con gesto torcido
a los cambios políticos que se avecinan. Tanto, que ha recibido de mal grado
que la izquierda británica pueda dar un giro que colocaría a los
socialdemócratas de la Tercera Vía en una situación delicada ante la ciudadanía
de sus respectivos países. Salvo en España, que la falta de análisis ideológico
de los dirigentes del Partido Socialista y las ganas de resituar mediáticamente
a su líder como el mirlo blanco de la izquierda patria, les han hecho correr
demasiado en hermanarlo con el líder laborista, sin darse cuenta de que este
está ideológicamente mucho más cerca de las ideas de Podemos, que de las suyas.
Incluso se han dado a la mofa y el escarnio cuando se ha equiparado a Pablo
Iglesias con Corbyn. Casi acusando a aquel de chupóptero, al querer reivindicar
al inglés para su ideas. Como si Corbyn fuese una eminencia famosa en el mundo
de la política; alguien absolutamente desconocido en Europa hasta hace unas semanas, y
posiblemente bastante menos popular que Pablo Iglesias en su país. Pero la
carrera electoral tiene estas mezquindades, como Corbyn e Iglesias ya puede
estar dándose cuenta.
Concluyendo.
Lo de Grecia es un episodio importante, en una batalla planteada en Europa,
donde la lucha de clases es la protagonista. Y a ella, con sus triunfos y sus
derrotas, vamos a asistir los europeos hasta que uno de los dos bandos salga
derrotado o se llegue a un nuevo pacto de bienestar y progreso para todos. El
que se empeñe en enrocarse en lo habido hasta ahora como tabla de salvación,
acabará como el Titanic, sumergido en las frías aguas del Atlántico o
naufragando en el Mediterráneo. Y eso lo sabe el neoliberalismo y la nueva
izquierda que poco a poco va emergiendo en Europa.
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