Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 5 de Junio de 2015
Tengo la sensación de que la
resaca postelectoral previa a la formación de los gobiernos municipales y
autonómicos, se ha convertido en una gran partida de mus en donde todos van de
farol, lanzando órdagos y envidando, para aparentar que son lo que no tienen.
El mal de la apariencia y la vanidad parece ser un antiguo compañero de los
humanos que, en tantas ocasiones, nos ha llevado a cometer actos cargados de
sinrazón, por el mero hecho de convertir nuestro orgullo en una apuesta en la
que acabamos perdiendo todo. Ya lo relataba Quevedo en su maravillosa y de
obligada lectura novela El Buscón, donde Don Pablos es capaz de los mayores
embustes y felonías con tal de aparentar ser lo que no era. Una facha que se
disolvía cuando para hacer caldo sólo tenía una única gamba, que paseaba por
encima de la perola para engañar al agua hirviendo en soledad, con el aroma que
desprendía el crustáceo, que vaya usted a saber cuántos días había sido usado
para el mismo menester.
El
caso es que so pena que cuando se publique este artículo la cordura se haya
impuesto entre los dirigentes políticos de unos Partidos a los que se les ha
dado el mandato de cambiar el país, los dimes y diretes que se traen entre unos
y otros no presagian demasiada sensatez. No se trata de parecer que uno es el
mejor y los demás tiene que bailar al son que este impone. Ni hacer ver que yo
sigo siendo el mismo y que son los demás quienes tienen que cambiar para que
vayamos juntos. Ni emborracharse de poder, como si hubieras recibido este por
un don electoral mesiánico, cuando en realidad los números te sitúan en una
posición que requeriría mayor humildad. Aunque realmente la humildad, que es
una virtud imprescindible para una negociación entre iguales, no parece que sea
la práctica natural de los políticos, de aquellos o aquellas que se sienten
llamados para alcanzar las más altas cotas del poder, aunque al final sean un
caldo que necesiten del aroma que otros les pueden aportar.
Negociar
no es jugar el mus, ese juego que tanto nos gusta a los españoles, forzando al
contrario a retirarse o a lanzarse un farol. Negociar es una actitud que pasa
por el convencimiento de que hay que llegar a un acuerdo. Desde esta premisa,
calentar la negociación con declaraciones pomposas, que recuerdan a los
embajadores de Felipe II en las monarquías europeas, todos ellos engolados y de
riguroso negro, acompañados de un boato henchido de vanidad, jactándose de la
Gran Armada Invencible, semanas antes de sufrir la mayor derrota que una nación
haya sufrido jamás en el mar, suena a
ridículo en unos tiempos en que la ciudadanía lo que quiere son mensajes
nítidos de cambio compartido, y da la sensación de que quienes han recibido el
mandato electoral de cambiar el país no han entendido nada.
Deberían
mirar a su alrededor y darse cuenta de lo que ha pasado cuando ellos se han
enfrentado a plataformas ciudadanas que aglutinan muchas sensibilidades
sociales, que han quedado relegados a un lugar segundón. Incluso formaciones
que se han presentado formando parte de esas plataformas municipales, han
sacado la mitad de votos yendo en solitario para las elecciones autonómicas.
Por ello deberían parar y mirar a su alrededor, romper esa coraza de ceguera
petulante que envuelve a los Partidos en cuanto alcanzan un resultado electoral
que les aproxima al poder, alejándoles de las expectativas y necesidades de los
ciudadanos.
Ahora
no se trata de quedar bien con las diferentes familias que controlan los
Partidos, en un juego de naipes, este de póker, que te asegure el control
interno. No se trata de aparentar a ver quién es el gallo o la gallina clueca
del gallinero. Ni siquiera de contentar
a las bases. Se trata de responder al reto que los electores han lanzado a los
Partidos. Hacer una reflexión y darse cuenta de que no ha habido ganadores o perdedores en la
izquierda, que a todos se les ha situado en el lugar que los ciudadanos han
querido para llevar adelante una transformación de raíz (radical si ustedes
quieren) en las políticas que hasta la fecha se han venido aplicando.
Por
eso es tan necesaria la generosidad y el reconocimiento a los valores que puede
aportar el otro en este proceso. Las sociedades del siglo XXI son muy
complejas, y las democracias todavía aún más. Por eso los retos de la política
son enormes, para que el bienestar de los ciudadanos no se vea recortado por un
economicismo mesiánico, que necesita arrinconar a la política, para llevar a
cabo sus planes de situar los principios económicos, en la actualidad de un
neoliberalismo desigualitario y empobrecedor de la mayoría dela sociedad, como
verdad indiscutible. Y es a la izquierda a quien se le ha dado el mandato
democrático de ese cambio, empezando por Ayuntamientos y Comunidades
Autónomas. Un peligro que la derecha,
sobre todo la derecha posfranquista española, va a tratar de impedir, aunque
para ello tenga que quemar todas las naves de su particular, pero bien asentada
mediáticamente, Gran Armada.
Si
los Partidos de izquierda no son capaces de articular programas de gobierno que
refuercen su posición entre el electorado, no sobrevivirán a la desestabilización
política a la que van a ser sometidos por una derecha que va a pelear con uñas
y dientes para preservar sus privilegios. Ya han empezado desde todos los
ámbitos del poder conservador con su cruzada de desprestigio y anulación moral
de unos resultados electorales que les han sido desfavorables, muy
desfavorables.
Así
pues, la izquierda debe tomar nota y facilitar los acuerdos de gobierno para
los que les electores les han dado su apoyo. Dejarse de tiras y aflojas que a
los ciudadanos no les interesan y están al margen de sus intereses. Porque los
gigantes a los que se enfrentan no van a ser molinos. Han de tener en cuenta
que si los electores hubieran querido que este proceso de cambio lo hubiera
pilotado un solo Partido, le habrán dado sus votos a este. Pero han preferido
que sean las sinergias de toda la izquierda las que empujen, compartidamente,
hacia una sociedad más igualitaria y justa.
Lo
mejor sería que este artículo, cuando lo lean, piensen que es innecesario.
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