Foto: Rober Solsona
Publicado en Levante de Castellón el 18 de Julio de 2014
A los humanos
nos gusta peregrinar, hacer camino al andar, ya sea en cumplimiento de una
promesa, o por alcanzar cierta liberación espiritual, o al encuentro con
nosotros mismos, perdidos en la vorágine de supervivencia que supone nuestra
vida; pero también por la superación de los retos y dificultades que surgen a
lo largo del camino de nuestro peregrinaje. Nadie como el gran poeta griego Constantino
Kavafis (1863-1933) ha expresado tan bien la importancia del viaje como lo hizo
él en su maravilloso poema El Viaje a Ítaca: “Cuando salgas para hacer el viaje a Ítaca/has de pedir que el camino
sea largo,/lleno de aventuras, lleno de conocimiento./Has de rogar que sea
largo el camino,/que sean muchas las madrugadas,/que entrarás en un puerto que
tus ojos ignoraban;/que vayas a ciudades a aprender de los que saben.” Quizá
por eso, por la búsqueda de la sabiduría que da el camino, o porque peregrinar
es una metáfora de la gran aventura que es la vida, con un objetivo final,
alcanzar la muerte lo más preparados
posible, los peregrinajes más famosos del mundo son los más largos, lo que nos
ponen a prueba y, si culminan con éxito, producen un gran placer espiritual que
compensa las calamidades del camino. Será por eso que las grandes religiones,
maestras en la conducción de la humanidad hacia su objetivo de afianzamiento
religioso en la conciencia individual y colectiva, tienen sus grandes
peregrinajes a lugares sagrados, casi mágicos, que pueden proporcionar la
salvación de las almas. El Camino de Santiago es un ejemplo de ello,
frecuentado por peregrinos desde la Edad Media, y en la actualidad repleto,
sobre todo en verano, de mochileros en busca del fin que cada uno se haya
marcado, ya sea este místico o laico. O en el Islam La Peregrinación a la Meca,
necesaria para todo musulmán que quiera asegurarse entrar en el Jardín de la Huríes.
Pero
no sólo los vivos hacen peregrinación. También los muertos tienen su comitiva
de almas que recorren en Santa Compaña los caminos, sobre todo en la festividad
de Todos los Santos o en la Noche de San Juan, en busca de almas que van dejar
de serlo para convertirse en ánimas. Santa Compaña de almas en pena que, en
Galicia, vaga por los bosques en peregrinaje hasta el santuario San Andrés de
Teixido, para cumplir en la muerte, la visita que no ha cumplido en vida.
También hay peregrinajes penitentes, que se hacen en al ámbito religioso para
cumplir con una tradición, como “Los Peregrinos de les Useres”, que partiendo
de esta localidad castellonense el último viernes de Abril, recorren treinta y
cinco kilómetros por caminos de montaña hasta llegar a Sant Joan de
Penyagolosa, otro lugar mágico y sagrado. Peregrinajes que transitan al borde
de la muerte en busca de la inmortalidad como el que realizan los chinos al
santuario taoísta de la montaña sagrada de Huashan, por un camino de máxima
dificultad y peligro, que en muchos tramos transita por tablones de madera
colgados en la pared vertical de la montaña.
Todos
estos peregrinajes con carácter religioso y espiritual han ido transformándose
a lo largo del siglo XX en rutas de atracción turística, salvo el de la Santa
Compaña, que más vale no tengamos que hacerlo, en donde conviven antiguas
tradiciones y creencias de muchos peregrinos con motivaciones más laicas como
pueden ser la aventura, la superación ante el esfuerzo o la atracción meramente
lúdica. Peregrinajes antiguos a los que hay que añadir nuevas peregrinaciones,
en las que el motivo religioso está totalmente ausente, y en las que es más
importante el placer que produce estar en el lugar de destino, de alguna manera
también sagrado, que la superación personal que supone alcanzarlo. La mayoría
de estos peregrinajes se producen en verano, y muchos asociados a eventos
deportivos, esa nueva religión que se ha extendido por el planeta, con sus
ídolos de poner y quitar, que duran el tiempo que producen beneficios a la
máquina insaciable del mercado. Pero también, en verano, se producen los
peregrinajes musicales. Los festivales, en donde la música y sus intérpretes se
convierten en un ritual sagrado que atrae a miles de jóvenes, principalmente,
en busca de la identificación gregaria y el placer compartido, a través de
ritmos y canciones que son una nueva liturgia para la juventud.
Así,
impenitentemente, todos los años, desde hace veinte, Benicasim se llena de
peregrinos veinteañeros, que recorren, muchos de ellos, miles de kilómetros, no
andando, sino en medios de transporta modernos, para vivir la experiencia
mística del encuentro con su música favorita, la que les da sentido de
pertenencia a algo que pueden compartir con muchos otros como ellos. El FIB es
el ritual anual del verano en Benicasim, el lugar donde acuden miles de
peregrinos en busca, también, de sí mismos, al igual que lo hacen los
peregrinos religiosos de otras latitudes. Es un peregrinaje hedonista, de
noches sin fin al ritmo de una música que engrasa sus sentidos disponiéndoles
para el placer, y días cortos de cuerpos bañados al Sol mediterráneo del
verano, que es un bálsamo para masticar entre cabezada y cabezada sobre la
arena de la playa y entre chapuzón y chapuzón sobre las olas tibias del mar,
esas resacas juveniles de recorrido corto, que les harán resurgir, cual Ave
Fenix, para otra noche de baile, quién sabe si sexo y frenesí colectivo.
Las
calles de Benicasim no se llenan de penitentes, ni de ánimas en busca de su liberación
terrenal, ni de peregrinos al encuentro de la parte que han perdido por el
camino de sus vidas. Están repletas de jóvenes que suben y bajan en un
peregrinaje diario hacia el templo de la música, esa nueva religión que da
sentido a sus vidas. Jóvenes, sin embargo, que tienen en común con aquellos
otros peregrinos, el anhelo de visitar el lugar sagrado de sus creencias, al
menos una vez en su vida. El FIB es la nueva Plaza del Obradoiro, la Meca de
una juventud, que también busca un lugar en la tierra y una promesa de
ensoñación, no sé si divina o humana, que quedará grabada en su mentes de por
vida. Todos, en definitiva, somos peregrinos de nuestros propios deseos de salvación
y pertenencia a un grupo, ya sea esto mediante la oración, la contemplación, la
música o el éxtasis colectivo. Porque el FIB, más allá de otras consideraciones
terrenales, es un rumor de liberación que todos los veranos convierte Benicasim
en el santuario de peregrinaje de miles de jóvenes en busca de la felicidad,
aunque esta sea sólo por unos días.
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