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Artículo publicado en Levante de Castellón el 11 de Julio de 2014
Escrito por González de la Cuesta
Hay
un rumor que baja por la falda de la montaña que asoma sus cretas al mar, como
si fueran un faro pétreo que guía a los marinos que se acercan a la costa,
indicándoles cuál es el camino de una belleza natural tan sobrecogedora, que
algunos primeros aventureros llegaron a enloquecer ante su visión. Es un rumor
que nace donde el aire sofocante del verano se mezcla con el canto de las
cigarras, que saludan con su música constante, minimalista, las horas
caniculares del día, plácidamente acomodadas en las copas de esa mágico bosque
de pinos, alcornocales, palmitos y carrascales, que trepa por las laderas del
Desierto de las Palmas. Las cigarras son el rumor del verano en el bosque
mediterráneo, tan cerca, pero tan lejos del aire de fiesta que se respira en
una costa que lame con su brisa de sales marinas y playas de fina arena,
salpicadas por la espuma de las olas, el regazo de la montaña, que se alza como
un gigante de quietud hacia un cielo de pálidas brumas matinales y azules
atravesados por los destellos solares del estío en la tarde, cuando la luz se
torna huidiza y los montes se tiznan de reflejos crepusculares, que preceden a
una calma absoluta en el bosque, como si la fauna que los habita se quedara
muda, extasiada por una belleza, que a fuer de verla todos los días, no pierde
ni un ápice de su hermosura.
Es el otro verano que trepa por
cañones y vaguadas hasta las crestas del Desierto de las Palmas, instalándose
en su seno, para poder contemplar la inmensa belleza de una costa que se vuelve
mansa al verse reflejada en el espejo de un mar plateado por la brillante luz
del Sol matutino. Del Desierto de las Palmas, lugar de soledades y abandono
espiritual, en el que a principios del siglo XVIII se instaló la Orden de los
Carmelitas, al ser considerado como un lugar de retiro y oración, de ahí su
nombre de desierto, nos baja en el mes de Julio otro rumor, el de la música
convertida en exaltación religiosa y placer espiritual. Porque es la música sacra
la que marca el verano en este Desierto de retiro; una música escrita para la
mayor gloria de la Iglesia y sus preceptos religiosos, pero también para el
goce de los sentidos y el recogimiento espiritual.
Cuando en 1888, Gabriel Fauré,
estrenaba en la Iglesia de la Madeleine, su Requiem, no sólo estaba mostrando
al mundo una obra musical de singular belleza, estaba recogiendo una tradición que
se remonta en la Europa cristiana a la baja Edad Media, cuando en los
monasterios se empezó a orar cantando, con una música que interpretaban los
monjes a capella, como forma de exaltación a Dios y, por qué no decirlo, porque
así era más fácil que los frailes no se distrajeran en las oraciones colectivas
del cenobio que, por cierto, no eran pocas a lo largo del día. Desde el Veni
Creator, que cantaban en el siglo IX los monjes del Monasterio de Silos, la música
sacra se convierte en un instrumento de propaganda cristiana y creación
artística de la que no se han podido sustraer los grandes músicos de la
historia. Así, Luis de Vitoria escribe en el siglo XVI una preciosa obra, el
Magnigicat Primi Toni, antes que J. Sebastian Bach, a lo largo del siglo XVIII,
elevara la música hasta las puertas de la divinidad con obras como sus Cantatas
Sacras, o Dvorák, al filo del siglo XX, con su Requiem, mantuviera el espíritu
de la música sacra, como un sentimiento que sale del alma en busca de
espiritualidad. Por citar algunas de las decenas de composiciones musicales que
se han escrito en clave de música sacra, ya fuera por encargo, ya fuera por
devoción.
El verano no es sólo ruptura de
los hábitos de vida, dilatación de cuerpos, desidia ante la vida cotidiana y
sensualidad desbordante. Es, también, tiempo de reflexión devenido por los días
largos al pairo de no hacer nada provechoso, de lo que entendemos como
provechoso en una sociedad en exceso materialista. Tiempo de relajación mental
y tranquilidad de espíritu, lejos del bullicio de las ciudades o el estrés, ya
sea sesteando debajo de un pino sin más pretensión que ver pasar la tarde, o
respirando el aire salino del mar desde la arena de la playa, o fundiéndonos
con la naturaleza indómita de la montaña. Es tiempo de lecturas siempre
aplazadas y de espiritualidad que suaviza el alma y ordena las ideas. Y es en
verano cuando desde el Desierto de las Palmas baja el rumor de la música,
cargada de acordes de sentimiento sacro, y se extiende por toda la Plana que
separa las montañas del mar, brindándonos la suerte de poder dejarnos llevar
por una música que, primero invade de sentimiento nuestro espíritu, y después
nos eleva por encima de nosotros mismos hacia la divinidad. No se trata de fe,
ni de creencia religiosa, que eso es patrimonio de cada uno. Se trata de
dejarnos llevar por la belleza armónica que sintieron unos pocos elegidos que
sí creyeron que su música podía rozar la magnificencia de Dios.
Este verano, en la Iglesia del
Convento de los Padres Carmelitas, en el Desierto de las Palmas de Benicasim,
como otros tantos desde hace quince, volverá a sonar la belleza surgida del
alma de los hombres, para solaz de nuestro espíritu. Allí, en el retiro de la
Soledad Sonora del XV Ciclo de Música Sacra, el verano se convertirá en un
bálsamo de tranquilidad, para aquellos que quieran olvidarse, por unos
momentos, del mundanal ruido, y respirar el aire puro que la música sacra va a
insuflar en sus pulmones.
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