¿Realmente
creemos que el camarero que nos sirve todas la mañanas el café, la vecina con
la que nos cruzamos en el ascensor, el niño que comporte clase con nuestros
hijos, la cuidadora de nuestros padre o abuela, el conductor del autobús, la
médico que nos atende en al centro de salud, la limpiadora que nos pule y
abrillanta la casa, el mensajero que nos trae un paquete, la compañera de
trabajo con la que compartimos espacio a diario…, en definitiva todas aquellas
personas con las que convivimos, con más o menos intensidad, que por la única
razón de no haber nacido en España, son delincuentes peligrosos, a los que hay
que expulsar porque atentan contra la unidad y espíritu nacional católico
romano enquistado en la mente de algunos?
¿Realmente
creemos eso? Porque si los españoles, con más de nueve millones de migrantes en
el suelo patrio, pensamos que los migrantes son un peligro, debemos estar
sufriendo un calvario, atenazados en por miedo que nos produce estar rodeados
de peligrosos delincuentes. Claro que de esta cifra habría que restar todos los
que son blancos, cristianos, millonarios o, simplemente, con un buen sueldo o
pensión. Lo que nos conduce a una verdad mucho más humillante que la que nos
quieren hacer ver: más que xenófobos somos aporófobos, y lo que no toleramos es
la pobreza, incluso aquellos que siendo españoles, son tan desfavorecidos como
los migrantes pobres.
Hemos
pasado de hacer la ola a los migrantes con dinero, a aquellos a los que se les
regalaba la residencia por comprarse un vivienda de lujo, sin necesidad de
exámenes de españolismo, a querer echar a los que viene a trabajar, bien sin
contemplaciones, al estilo Trump, como defiende la extrema derecha y Díaz
Ayuso, o buscando el subterfugio del carnet de españolidad, según defiende el
Partido Popular de Núñez Feijoo. Como diría M. Rajoy, los migrantes deben “muy
españoles y mucho españoles”.
Produce
cierta tristeza ver como la derecha de Feijoo entra en el juego discriminatorio
y xenófobo de la extrema derecha de Vox y sus periferias. Como aquel que no es
presidente del gobierno porque no quería, por serlo, debe ser que ahora quiere,
ha perdido el norte de la decencia política, suscribiendo los postulados
fascistas de Abascal y compañía.
Pero
lo más triste es que la extrema derecha ha conseguido meter en la agenda
política un asunto que nunca ha sido un problema en España, más allá de los
microrracismos históricos hacia colectivos diferentes. Que una parte de la
población esté tragándose las mentiras y bulos que lanzan a diario Vox, y el
Partido Popular, creyendo que perjudican a Sánchez, los amplifique, sin ser
conscientes del daño que están haciendo a la España que tanto dicen querer, y a
ellos mismos dándose un tiro en el pie, como Froilán.
España
es un país de acogida y así debe serlo, por nuestro carácter abierto, por
nuestra historia ahíta de inmigraciones y porque nos lo debemos a nosotros
mismos, por justicia planetaria y reconocimiento a todos y todas aquellos que
tuvieron que abandonar su casa, su familia, su pueblo y su mundo de
afectividades, en busca de una oportunidad mejor de vida. Varios millones desde
el siglo XIX hasta la actualidad.
Es
por ello, sea usted de izquierdas o de derechas, debemos mirar a quienes
conviven con nosotros como personas que tiene nuestros mismos problemas, pero
lejos de su familia y no como nos quieren hacer ver, delincuentes que han
venido a robarnos.
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