viernes, 24 de octubre de 2025

La DGS en la memoria de la crueldad del franquismo

 

Dos veces estuve en la puerta de la Dirección General de Seguridad DGS, hoy sede de la Comunidad de Madrid, esperando que soltaran a amigos tras ser detenidos por la policía franquista, sin más motivo que tener pinta de rojos. Dos veces agobiado por la angustia de tener amigos en los calabozos de la Puerta del Sol, y nos saber absolutamente nada de su situación ni de su estado físico; una de las torturas psicológicas a familiares y amigos de los detenidos durante el franquismo era la ausencia deliberada de información de quienes tenían encerrados en el sótano de ese aciago edificio, que producía temor cuando pasabas delante de él. No saber qué les podía estar sucediendo provocaba que el miedo se fuera apoderando de uno. Y cuando el miedo se instala en tus pensamientos y estado de ánimo, te convierte en un ser vulnerable, que es uno de los objetivos de cualquier dictadura. Tener miedo y ser vulnerables, nos hace dóciles y manipulables, y si es en una sociedad en donde la mentira es la seña de identidad del poder, nada les va a impedir campar a sus anchas. 

Miedo era lo que transmitía a los ciudadanos de Madrid el edificio de la Dirección General de Seguridad, convertido en símbolo de la represión franquista, no gratuitamente, sino porque en su interior la violencia contra los detenidos, el despojo de la dignidad, las palizas, la humillación y la tortura, eran lo único que te esperaba si tenías la mala suerte de ser detenido acusado de rojo subversivo. Todo el mundo sabía lo que se cocía en aquel edificio, en donde la peor calaña de la especie humana habitaba sin control de sus actos. Todo el mundo lo sabía, porque incluso la gente bien pensante del régimen, a pesar de mirar para otro lado, no sabemos si por vergüenza o por miedo, tenía conocimiento de alguien que en algún momento había tenido la mala suerte de caer en las garras de aquellos torturadores del régimen de Franco, que anidaban, como alimañas crueles en aquel triste edificio.

Recordar no es sólo un acto de memoria, de mantener viva una de las épocas más aciagas de la historia contemporánea de España. Es también reconocer y homenajear a quienes sufrieron en sus carnes y sus psique las torturas que se les infligieron en la DGS. Por eso es un síntoma de salud democrática que la actual sede del gobierno de la Comunidad de Madrid, sea declarada como edificio de la memoria histórica, y dejarse de embarrar, como la hace la señora Díaz Ayuso, defensora de una libertad de opereta, con una polémica que no debería producirse en un país democrático. Salvo que en su huida hacia adelante, hacia el fascismo con el que parece sentirse cómoda, la señora Díaz Ayuso trate de negar el pasado, lo que le hace cómplice de las torturas que allí se practicaron, o esté tan abducida por su antisanchismo, que no es otra cosa que tratar de ocultar lo que realmente representa ella y su gobierno madrileño, que no le importe hacer el ridículo, esta vez, tristemente, sobre el dolor de las víctimas que fueron torturadas en el edificio que ella preside.      

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