Dos concejales
del ayuntamiento de Castellón han renunciado a la subida de sueldo que aprobó la
corporación hace un par de meses. Aunque pueda parecer un gesto de honestidad,
tendrían que aclarar si con ellos mismos o con una ciudadanía que no les
reclama ese gesto, porque lo que rezuma es un acto de moralismo cuasi religioso;
un mensaje que recuerda a los cuáqueros anglosajones, defensores de que la
divinidad está en cada uno de nosotros, sin intermediarios. Un cierto fanatismo
religioso sin Dios.
Tanto
moralista empieza a ser ya aburrido, con sus discursos ungidos de verdad, la
única verdad frente a los descarriados que no ven el mundo como ellos. Nada que
no hayamos escuchado cientos de veces desde los púlpitos de las iglesias,
sinagogas o mezquitas. Desgraciadamente, en este siglo XXI estamos rodeados de
moralistas, que nos quieren conducir por el buen camino, que es siempre el que
ellos transitan. Y lo que menos necesita la sociedad actual, es ese tipo de personajes,
que son un lastre para la libertad individual y, lo que es peor, para la libertad
colectiva. Son un freno a las políticas progresistas, que intentan una
organización social más tolerante, justa e igualitaria.
Pero hay otro elemento mucho más peligroso
que el moralismo, detrás de la renuncia de unos concejales a una subida de
sueldo. Lo que se esconde es el discurso de degradación de la política tan de
moda en determinados grupos sociales, imbuidos por ese anarquismo de salón tan
al uso en España, que no conduce a ninguna parte, salvo a que los poderosos
sigan campando a sus anchas por la geografía patria.
Cuando se cuestiona el sueldo de los
políticos o se renuncia a él por motivos morales, el mensaje que se está
lanzando a la sociedad es que la política es un asunto menor, que no tiene por
qué ser remunerado, o en todo caso de manera simbólica. Esto es terrible porque
nos deja desnudos ante el poder del dinero; a que sólo los Donald Trump o Jesús
Gil de turno puedan dedicarse a la política, porque ellos no necesitan un
sueldo para vivir. Es el camino de la plutocracia, del gobierno de los ricos; la
puerta abierta para la corrupción y el uso del Estado como un apéndice de los
negocios de sus dirigentes.
Vale ya de tantas lecciones de
moral. Lo que tienen que hacer los políticos y concejales del ayuntamiento de
Castellón, es gestionar bien el poder que les hemos otorgado; planificar adecuadamente
un proyecto de ciudad sostenible, segura, ecológica, en igualdad, culturalmente
avanzada e innovadora. Todo con un único fin: el bienestar de sus ciudadanos.
Porque nos importa un pepino lo
que ganen, si hacen las cosas bien. Y el que tenga problemas de conciencia que
se confiese o dimita. Ya nos encargaremos la ciudadanía de evaluar si su
gestión es buena o mala.
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