“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera
piedra”. Frase lapidaria que San Juan Evangelista recoge en su evangelio,
atribuida a Jesucristo delante de los fariseos. ¿Hay alguien que esté libre de
pecado? ¿Qué tenga su hoja de ruta inmaculada, limpia de toda sospecha? Me
atrevería a decir que no, que todos tenemos algo que ocultar, y muchos bien que
se esfuerzan en hacerlo, como si la ausencia de mácula en su impoluta vida les
hiciera mejores personas, llamadas a redimirnos. Y esos me dan miedo, porque
creo que son los auténticamente peligrosos; los redentores que se convierten en
mesías para llegar al autoritarismo, al fascismo, siempre en nombre de una verdad,
la suya, que consideran inmutable.
Así, en este país de actos sin ideas e ideas
sin actos, como definía Carlos Marx a los españoles, hemos pasado de la
tolerancia absoluta de la corrupción y la consideración de la deshonestidad
como un derecho privativo de los poderosos, a tener bajo sospecha a cualquiera
que asome la cabeza. Es el péndulo de Foucault aplicado a la naturaleza humana
que habita la piel de toro: hoy te dejo que me robes delante de mis narices,
mañana me escandalizo por unos párrafos copiados en un libro.
Vivir bajo
la amenaza de verse sometido a un auto de fe por un quítame esas pajas, se está
convirtiendo en la moneda de cambio corriente dentro de la política española,
que es donde se lleva a la quinta esencia la lupa de la sospecha, gracias a la
baja calidad de los políticos del país, que prefieren darse un tiro en el pie,
si esto le sirve para alcanzar el minuto de gloria, no por lo que ellos hacen,
sino por el desprestigio al que han sometido al contrario, sea verdad o mentira
las acusaciones lanzadas contra aquel. Porque la política en España se ha
convertido en eso: la destrucción del otro en un vale todo, a la que si sumamos
la estupidez congénita de los españoles para gestionar los asuntos públicos,
que nos lleva a creer siempre los más inverosímil que oímos, con la ansiedad de
algunos políticos por parecer los redentores del país, el cóctel de
autodestrucción como sociedad está servido.
Lo peor de
todo, es que la sospecha siempre se aplica menos en los que se dedican a
justificar comportamientos indeseables. Aquellos que han convertido el poder o
sus aspiraciones de alcanzarlo en un camino que sólo se puede transitar desde
la mentira, con el único fin de afianzar su posición de privilegio personal y
de clase o estamento. Sostenía Pereira, en el maravilloso libro de Antonio
Tabucchi que “en los periódicos se
escriben cosas que corresponden a la verdad o que se asemejan a la verdad”.
Mucho han cambiado los tiempos desde que Antonio Pereira dijera estas palabras.
Hoy, es inevitable que uno no sienta cierta vergüenza ajena cuando el
periodismo, o parte de él, se ha apuntado al pim pam pum de los políticos y
hace cola para consultar una tesis, discute sobre el concepto de doctorado o
doctorando o se dedica a rebuscar cualquier error del político de turno, por
mínimo que sea, en una carrera hacia el amarillismo informativo, que está
convirtiendo al país en un Sálvame de
Luxe, sin un Jorge Javier Vázquez que lo dirija.
Mientras,
los asuntos que realmente deberían importarnos a todos, caen en el más absoluto
olvido. Pereira ya no podría sostener: “hacemos
un periódico libre e independiente, y no queremos meternos en política”.
Algo impensable hoy en una sociedad gobernada por los fariseos campeones de la
mentira y la sospecha.
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