En mayo de 1980 Felipe González
presentó una moción de censura contra el gobierno de Adolfo Suárez sabiendo que
no podía prosperar. Los motivos que impulsaron al PSOE a dar esta paso fueron la
decadencia que estaba instalándose en política española, con el parón que
suponía para democracia; eso, al menos, fue la versión oficial, pero hubo otro
motivo que llevó a Felipe González a dar el paso de la moción: arrinconar a
Suárez y que los españoles visualizaran a los socialistas como una alternativa
fiable de gobierno. Es decir, el trasfondo de aquella iniciativa parlamentaria
no fue otro que la pura promoción de Felipe González a una futura presidencia
del Consejo de Ministros. No preocupaba, realmente, el resultado de la misma,
pues este ya se sabía de antemano, algo que a los socialistas no pareció
importarles, para llevar adelante sus planes y poner en solfa el grave
deterioro político que estaba padeciendo el país debido a la situación de
descomposición que se estaba produciendo en la UCD por sus luchas de poder
internas.
En definitiva,
utilizaron un mecanismo legal, recogido en la Constitución para situaciones no
de emergencia nacional, pero sí de incapacidad gubernamental para atajar
problemas graves que pueden afectar al buen funcionamiento de la democracia o
la sociedad.
La
segunda moción de censura la presentará Alianza Popular en 1987 por motivos
parecidos de promocionar a su secretario general, entonces Antonio Hernández
Mancha, que ni siquiera tenía escaño en el Congreso de los Diputados. Esta fue, como ha calificado el diario ABC el
29 de abril de este año un “tiro al aire”, pues no tenía mayor razón que la
expuesta.
Ahora,
UNIDOS-PODEMOS presenta otra moción de censura que no está muy alejada, en la
sustancia, de aquella que presentó el PSOE en 1980. Sin embargo, parece que los
convocantes están cometiendo un delito contra la patria, por el mero hecho de
haberla anunciado.
Deberíamos
preguntarnos, más allá de los furibundos ataques que está sufriendo la
formación morada, si está justificada su presentación o es meramente una
operación de estética para tener más relevancia en la vida política y
parlamentaria. Cabe pensar que algo de
esto puede haber, nadie está exento de sucumbir a los focos mediáticos, en una
sociedad donde uno sólo existe si aparece en los medios de comunicación. No
obstante, la situación de corrupción que protagoniza a diario el Partido de
gobierno, hace pensar que puede haber motivos sobrados para una moción de
censura, porque se está llegando a un punto de extrema gravedad ético/moral,
que empieza a resultar del todo punto insostenible.
El
argumento más utilizado en contra de ella es que se trata de un intento baldío,
pues no va a prosperar, entonces, para que molestarse. Sin embargo, y ahí es
donde puede venir el miedo de muchos, el debate de la moción va a suponer poner
blanco sobre negro sobre el expolio al que ha sido sometido este país por no
pocos dirigentes del Partido Popular. Pero, también, sitúa al resto de la
oposición frente al espejo de la corrupción, porque es tan nociva cuando se
comete, como cuando se consiente, por activa o por pasiva.
Un
estudio aproximado que intenta cuantificar el coste de la corrupción en estos
años, la sitúa entorno a los 40.000 millones de euros. En un país castigado por
el recorte del estado de bienestar, no es cantidad menor. Cuantos problemas
económicos habríamos dejado de tener si se hubiera podido disponer de ese
dinero. Pero es que hay más. La connivencia de los corruptos con ministros, poder
judicial y fiscalía, es tan escandalosa, que
nadie que se tenga por honesto debería pasarla por alto. Por ello, la moción de censura al gobierno,
independientemente de su resultado, puede, debe, ser un acto de profilaxis
democrática, que si no tiene consecuencias a corto plazo, si pueda tenerlas a
medio y largo.
Decía
Alfonso Guerra en 1980, defendiendo la moción de su Partido contra la UCD que “la
democracia no soporta a Suárez; cualquier avanza democrático pasa por la
desaparición de Suárez”. Palabras que son perfectamente trasferibles a la
actualidad, pues si un jefe de gobierno, que además es el presidente del
Partido que ha convertido a España en el patio de Monipodio, sin acabar de una
manera contundente con todos los corruptos que hay en su interior, y pedir
perdón a los españoles por el daño que les haya podido hacer tanta corrupción,
es el responsable último y, por tanto, debería dimitir, y si no forzar para que
lo haga y el Partido Popular, pueda refundarse como un Parido limpio y honesto.
Se lo deben a todos los militantes y dirigentes honrados que tienen, y a la
sociedad española en su conjunto.
Pero
lo que llama la atención es que parte de la oposición se ha tomado la moción de
censura como una afrenta a ellos, lanzando todo tipo de improperios a los
convocantes. Da la sensación que les viene mal, por razones que tiene que ver
por la situación interna de cada Partido, o porque para otros es preferible
sostener en el gobierno a Rajoy a que deje de gobernar la derecha. Por no hablar de los nacionalismos,
que una vez más, sólo analizan la realidad con las orejeras de sus intereses
nacionalistas.
Dicen
algunos, para justificar su no apoyo a la moción, que al final beneficiará a
Rajoy. Evidentemente que será así, si
ellos permiten que la moción de censura no prospere y España saiga siendo un
circo de maleantes y facinerosos. Este sí que es un circo de alto riesgo, que
mucho nos tememos va a seguir de gira. Es el
tiempo de tomar Partido y dejar de ponerse mascarillas para disimular el
mal olor.
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