Imagen: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 24 de febrero de 2017
El gran capitalismo vuelve a la
carga. No nos ha de extrañar si el presidente de la nación más poderosa del
mundo, aunque ya en decadencia, como todos los imperios, es uno de los
empresarios más grandes de los Estados Unidos y ha formado un gobierno
exclusivo de una élite empresarial, millonaria y ultraconservadora. Claro que
no ha tenido que romper ningún molde, puesto que el capitalismo salvaje ya
lleva instalado en el mundo occidental unas cuantas décadas, con el beneplácito
de una clase política que ha desertado de sus funciones de gobernar para el
bienestar de la mayoría, y con una sociedad rendida a la zanahoria del consumo,
cada vez más potencial, hasta el punto de vivir narcotizada por la erótica de un
poder que sólo piensa en sí mismo.
Diciéndolo con otras palabras: El gran capitalismo avanza con paso
firme, porque la sociedad occidental, es decir, usted y yo, hemos dimitido de
nuestra condición de ciudadanos, para convertirnos en consumidores. Esto no es
una ocurrencia; tiene profundas y graves consecuencias sociales, como todos
podemos estar viendo y viviendo.
No
es que yo esté en contra del capitalismo. Ni mucho menos. Eso sería como estar
en contra de la propia esencia de la naturaleza humana, en la que la libertad
para intercambiar productos, ideas, bienes y cultura nos ha acompañado a lo
largo de nuestra historia de muy diferentes maneras y con distintas formas de
gobierno. Leía no hace mucho un artículo del historiador e hispanista francés
Joseph Perez: “Reforma y catolicismo.
Ataque desde el norte”, en el que citando a R.H. Tawney, otro historiador,
pero este anglosajón, pone en cuestión las tesis Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del
capitalismo”, tan extendida por occidente durante el siglo XX, por las que
el pensador alemán asocia el nacimiento del capitalismo a la Reforma Luterana y
la expansión por el norte de Europa del protestantismo. La tesis de Tawney, es
que esta idea es falsa e interesada, y que sólo tiene como objetivo imponer el
poder de los países centro/norte europeos, protestantes, sobre los católicos
del sur, algo que todavía hoy seguimos sufriendo; sólo hay que mirar que Europa
está dividida en dos bloques norte /sur (esto tómenlo como referencia), y es el
norte el quien marca el paso de las políticas economías al resto del
continente.
El
capitalismo viene de mucho antes. Para Tawney nace en la Italia Medieval, en el
entorno de las ciudades mercantiles, como Génova, Florencia o Venecia. Incluso,
quién puede negar que en la antigua Roma
había una forma de capitalismo no muy lejana a los modelos que ahora conocemos.
La propia Castilla, en la baja Edad Media, es rica en ferias comerciales (qué
es el capitalismo sino comprar y vender) de tanta importancia, que es en Medina
del Campo en 1553, donde se gira la primera letra de cambio, con un concepto
moderno, es decir, como instrumento financiero: un cambista recibía dinero de
un comerciante y emitía un documento, por el cual se comprometía reintegrarlo
en otra plaza. Sin ir tan lejos, la Loja de Valencia fue un espacio mercantil
donde el capitalismo se desarrollaba a pleno pulmón durante los siglos XV y
XVI.
Quiero decir,
que no nos devanemos los sesos, el capitalismo ha existido y existirá. De lo
que se trata es de ver qué capitalismo tenemos o queremos. En la actualidad el
capitalismo coexiste con diferentes formulaciones políticas: liberalismo,
nacionalismo, dictaduras de todo tipo, democracia, etc. Personalmente, me quedo
con el capitalismo social que se ha venido practicando en Europa durante la
segunda mitad del siglo XX, hasta que el los gobernantes europeos, tristemente
con nuestro apoyo, se han empleado a fondo para convertirlo en capitalismo
salvaje. Quieren hacer de nuestra sociedad en una selva en donde sólo sobrevive
el que más fuerza destructora del prójimo tiene. Un mundo cargado de violencia
latente, que nos coloca a los pies de un gran conflicto bélico, que como hemos
podido ver en el último siglo tiene como objetivo último depurar todos los
desajustes cíclicos que el capitalismo tiene.
El fracaso de
todos los ismos que han tratado de destruir el capitalismo, nos debería hacer
pensar que más vale que la sociedad se replantee que es mejor reformarlo que
destruirlo. Por lo menos, cuando se ha humanizado con políticas que han tratado
de regular sus desmanes, a todos nos ha ido mejor y la riqueza ha estado más
distribuida. Y para eso, lo que se llama
la sociedad civil, tiene que despertar de su letargo y activarse. Sin este
contrapeso, el poder siempre caerá rendido a los pies del capitalismo y sus
intereses.
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