domingo, 12 de febrero de 2017

La pobreza mata

                                                                   Foto: José Luis Cuesta www.jlcuesta.com/web/

Publicado en Levante de Castellón el 11 de febrero de 2017
Todo el mundo habla de la pobreza, pero nadie hace nada por remediarla. Me refiero a esa pobreza endémica, que tanto disgusta a la ONU y los dirigentes internacionales, para lo que se hace tan poco por remediarla, pero que es motivo de grandes eventos donde se gastan en unos días lo que daría de comer a miles de personas en un año. Esa pobreza de foto que tanto nos escandaliza y que da pie a tantos titulares y campañas de caridad. Sin embargo, hay otra pobreza más invisible,  de la que pocos quieren hablar, porque resulta incómoda y golpea directamente sobre un sistema y una clase política que no está haciendo nada por remediarla; es la pobreza que tenemos aquí, en nuestra calle, a la vuelta de la esquina, a tiro de piedra; tan cercana que no nos hace falta mirar los telediarios, para verla. No es una pobreza más ultrajante que la otra, pero sí, es cierto, que por cercana nos hiere y avergüenza más.
                ¿Nos avergüenza? No parece que a todos, visto que hay sectores de la sociedad que no sólo les deja indiferentes, sino que la alimentan sin pudor alguno. Esos que entienden que cuantos más pobres haya más ricos serán ellos y han convertido el reparto de la riqueza en una cruzada para que esta siga estando en pocas manos.
                Poco a poco vamos confirmando lo que la sabiduría popular sabe desde siempre, sin necesidad de sesudos estudios: que los pobres, no sólo tienen una peor calidad de vida, sino que se mueren antes. Se ha hablado mucho sobre el tema, sobre todo desde un punto de vista sociológico, y está demostrado empíricamente. Ya lo constataron algunos estudios que se hicieron sobre la esperanza de vida entre los habitantes de los barrios ricos y los barrios pobres de las grandes ciudades del mundo. Por poner un ejemplo: la Agencia de Salud Pública de Barcelona lideró un estudio en 2013 que, entre otras muchas cosas, concluyó que los habitantes del barrio de Saint Gervasí, con el nivel de vida más alto de la ciudad, tienen una esperanza de vida de 81 años, frente a los del Raval, que no va más allá de los 73, es decir, ocho años menos. Esta conclusión y la similar sacada en Liverpool o Nueva York o tantas otras ciudades,  no ha servido para mejorar la calidad de vida, y con, ello la esperanza de vivir más años, de las clases trabajadoras menos favorecidas, como cabría esperar. Más bien se han obviado estos estudios cuando se nos dice que hay que retrasar la edad de jubilación, porque cada vez vivimos más. Como pueden ver al neocapitalismo actual, le importamos bien poco, salvo para estrujarnos en favor de su beneficio.
                Ahora es la ciencia la que da la voz de alarma. La revista Lancet publica un estudio efectuado entre 1,7 millones de personas sobre la pobreza y la esperanza de vida, y concluye que ser pobre acorta la vida más que el consumo de  alcohol, la obesidad y la hipertensión. Sin embargo, no veo que haya campañas que le digan a uno: deje de ser pobre, igual que le dicen: no sea gordo, o no beba más de la cuenta. En este asunto es mejor callar,  o vaya a ser que la gente se lo tome en serio y decida dejar de ser pobre y mande al carajo a quienes les están gobernando consintiendo su pobreza. Esta tanta la sordera institucional hacia la pobreza que la propia ONU no la incluye entre los factores para reducir las enfermedades no contagiosas en un 25% antes del año 2025. O sea, que si ser pobre es una enfermedad que acorte la vida, no espere ningún remedio por parte de las instituciones internacionales que ponga fin a esta mal crónico de la sociedad y ahora de cada uno.

                Lo hemos visto estos días en España. CC.OO. y UGT han presentado en el Congreso de los Diputados una ILP (Iniciativa Legislativa Popular) avalada por 700.000, por la que se pide establecer una renta mínima que  palíe la situación de pobreza de unos cuantos millones de españoles, dignificando algo sus vidas. Pues bien, la ILP ha sido aprobada con el rechazo de la derecha, que está más pendiente de la economía, en mayúsculas, que de la economía en minúsculas. Es decir, les preocupa más la salud del dinero, que la de las personas.  

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