Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 3 de febrero de 2017
Patético. Lo que sucede en este
país con la banca es patético y tan hilarante, que si no fuera por el drama que
se esconde de tras de tanto banquero aplicado en desplumar a todo el que se
ponga a tiro, produciría risa. Los banqueros piden respeto a su trabajo. Los
mismos que están arruinando la vida de millones de personas robando a manos
llenas, no quieren que se les tenga como una banda de facinerosos reunidos en
esas cuevas de Ali-Babá modernas, en forma de imponentes rascacielos que son
una muestra más de la soberbia que les produce el poder.
Está
muy ofendida la presidenta de Bankinter María Dolores Dancausa porque en su
mundo de yuppies mega pijos es de mal gusto pensar que los banqueros son como
el avaro de la película Mary Poppins. Ellos, que están en la tierra para hacer
felices a la gente financiando sus sueños, hasta que ¡Uy! te quitan los sueños
y te dejan sin coche, sin casa… sin vida. Porque a los ofendidos banqueros, la
vida de aquellos que están fuera del Olimpo blindado por poderosas cuentas
corrientes, preferentemente en Suiza, Luxemburgo o Delaware, les importa un
mierda, con perdón, sino es para chuparles hasta la última gota de sangre. En sentido
figurado, claro está. Aunque algunos parezcan modernos vampiros del siglo XXI,
insaciables en su apetito de acumular riqueza, de la única manera que saben,
quitándosela a los demás. Aunque a la señora Dancausa, quizá, y digo sólo
quizá, le hiciera más gracia que a ella y sus colegas los comparásemos con el
Tío Gilito acumulando monedas de oro en una gran habitación, para asombro de
sus sobrinos; es mucho más pijo ser un personaje de Disney que un pérfido avaro
de la Inglaterra post victoriana, que además, en el imaginario popular, eran
todos feísimos.
Los
banqueros no son avaros, simplemente
toman lo que creen que les corresponde por ser el hada madrina de nuestros
sueños. Al igual que Harpagón, el avariento personaje de Moliere no es
consciente de su avaricia, los banqueros tampoco. Esquilmar las arcas públicas
con miles de millones en ayudas, subvenciones y exenciones fiscales, no es
avaricia. Engañar a miles de ahorradores con productos financieros oscuros que
han provocado la ruina de muchos de ellos, no es avaricia. Obligar a firmar
cláusulas abusivas, como las clausulas suelo, que sólo tienen como objeto
salvaguardar la habitación de las
monedas de oro, no es avaricia. Proponer un sistema de amortización de
préstamos que se hace eterno para reducir el capital, porque se prioriza el
pago de intereses, no es avaricia. Despojar de sus casas a cientos de miles de
familias y personas porque la crisis económica que ellos han provocado les
impide pagar en tiempo los préstamos, no es avaricia. Despedir a miles de
trabajadores de la banca, con la excusa de mejorar resultados, mientras los
banqueros se asignan sueldos y pensiones millonarias, no es avaricia. Contratar
mercenarios de la extorsión y el robo, para ganar más dinero, no es avaricia.
Podría seguir, se lo aseguro pero resultaría cansino y sonrojante para la
señora Dancausa y sus amigos banqueros.
Pero
no nos engañemos, los banqueros tienen mucho poder, tanto que son capaces de
hacer que los gobiernos se conviertan en amanuenses de las leyes que ellos les
dictan. Son los dueños del dinero, de
nuestro dinero, y eso les hace inmunes a la Ley ¿Cuántos de los que han
robado y engañado a manos llenas han pasado por la cárcel, salvo los más
incautos? Pregunta fácil de contestar, porque en su pecado está la penitencia,
y que se sepa la avaricia no está castigada en el código penal. Quizá por eso,
ahora les viene muy bien que no se les señale como carteristas con guate de
seda, sino como avaros, y se muestren ofendidos como aquella señora a la que
Groucho Marx le preguntó en una fiesta si se acostaría con él por cien dólares.
La dama, afrentada, le contestó que por quién la tomaba, a lo que Groucho,
mirando al cielo, le dijo: “Eso está claro, ahora estamos discutiendo el
precio”.
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