Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 30 de diciembre de 2016
Si algo nos ha enseñado 2016, es
que se puede vivir sin gobierno. Cierto, después de más de 300 días sin Consejo
de Ministros hemos sobrevivido a las amenazas catastróficas de los voceros de
la derecha/escopeta nacional, que nos auguraban males de dimensiones bíblicas
sin no se formaba gobierno rápidamente después del 20-D, claro el gobierno que
a ellos les gustaba o les venía bien, porque cuando vieron que esa era una
tarea imposible, con su candidato que parecía tener la tiña y nadie quería
arrimarse a él, la urgencia se convirtió en laissez faire, laissez passer, al
mejor estilo mariajonista: si no se puede formar el gobierno que nosotros
queremos, dejemos que el tiempo, nuestra capacidad de torpedear cualquier otro
intento y la estupidez de los demás posibles candidatos, hagan su trabajo. Y es
que, si algo hay que reconocerle a Mariano Rajoy, es su paciencia, forjada en
innumerables horas de barra en la discoteca Daniel de Pontevedra: “He hecho
mucha barra”, le confesaba al periodista Manuel Jabois. Esta manera de ver
pasar la vida en la juventud, esperando a que algo caiga, qué duda cabe le
marca a una en la madurez, sobre todo, si al final la fruta, ya madurada, cae
por sí misma. El propio Rajoy obtuvo su recompensa de noches de cubatas y codos
rotos, y un día, en el pub Universo de Pontevedra, dejó de ser espectador
paciente y conoció a su mujer. Fue un flechazo a primera vista, según contó su
hermano Luis, el notario, a la prensa.
Paciencia y
sabiduría forjada en miles de horas de despacho ministerial, para manejar los
tiempos políticos de los demás. Algo me dice que Rajoy sabía que sólo tenía que
esperar a que la oposición estuviese una temporada haciendo el imbécil con sus
no intentos de formar gobierno, para presentarse como el único candidato serio
y capaz para ser presidente, entonces, la necesidad de un gobierno volvería a
estar en boca de todos los medios afines a él, e incluso los no afines. Ahora
sí que volvía a resultar pernicioso para España la ausencia de gobierno.
También cabe
otra posibilidad que engrandecería mucho más su figura como estadista, y es que
hubiera convencido a los sectores más acomodados al poder del PSOE para que le
apoyaran, es decir a la actual gestora, amanuense política de Susana Díaz, con
el espantajo de los nuevos Partidos emergentes, que podían acabar con el idilio
del bipartidismo, forjado durante décadas de repartirse el poder. Una operación
digna de un maestro, porque él en ella siempre gana. Por un lado desactivando a
Albert Rivera y sus ínfulas de ser la reencarnación de Adolfo Suárez, que no
paraba de revolotear e incordiarle como mosca en la siesta; por otro colocando
al PSOE al pie de los caballos de sus propias contradicciones, al forzarle a un
apoyo pasivo –léase abstención- que ha acabado rompiendo el Partido y, de paso,
ensuciando la imagen de la que nunca se postula a ser candidata de los
socialistas: Susana Díaz, como persona de poco fiar por los electores. Y por
último, ha conseguido, sin mover un dedo, que los que quieren salvar al mundo
de sus contradicciones, con Pablo Iglesias a la cabeza, se hayan visto
envueltos en las suyas propias, lo que les anula para cualquier oposición
parlamentaria, mientras deciden si son tirios o troyanos. Además de esto, en su
sabiduría telúrica, como buen gallego, se va a llevar el gato al agua del apoyo
del PNV, porque él sabe que cuando hay que abrir la mano para que todos coman
de ella, se hace sin cicatería.
Por eso, Rajoy
es sin duda el hombre del año, dentro y fuera de nuestras fronteras. Sólo le
queda por ajustar a su interés el aburrido “procés” soberanista catalán, que
todavía no ha conseguido del todo adormecer en su infinita paciencia. Pero
todo, con el tiempo y mucho codo apoyado en la barra, llega.
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