Foto: Autor desconocido
Publicado en Levante de Castellón el 20 de enero de 2017
El fascismo
sigue su marcha imparable hacia la victoria final. Suavizado con un barniz de falsa
amabilidad, sólo tiene un objetivo: acabar con la democracia en occidente y
volver a convertir la sociedad en un lugar de intolerancia, xenofobia y
represión, donde sólo tengan cabida sus seguidores, los ricos que hacen
negocios con la única cortapisa de pagar el óbolo correspondiente al poder
fascista y aquellos temerosos de la ira de sus dirigentes y sobre todo de una
policía creada y mantenida para guardar un orden represivo, necesario para que
todo el mundo acate sin rechistar sus leyes. Es el silencio que nos convierte
en súbditos de un poder excesivo y brutal con sus enemigos.
No
les voy a contar nada nuevo que ustedes no sepan, sobre todo si tienen edad de
haber vivido bajo la dictadura franquista, y porque, desgraciadamente, el siglo
XX ha estado plagado de ejemplos de regímenes fascistas y autoritarios, que
parece estemos olvidando abducidos por una sociedad que sólo nos permite ver un
horizonte de individualismo donde el consum es la máxima expresión de felicidad
en nuestras vidas.
Durante
toda la primera mitad del siglo XX se vivió en Europa una lucha fratricida y
sangrienta entre el fascismo y la democracia. El triunfo de esta nos hizo creer
durante décadas que nunca más se iba a producir un episodio tan nefasto para el
continente como el sufrido. Se construyó, entonces, una democracia asentada en
un capitalismo social, que tenía como principio las libertades, la tolerancia,
la igualdad y el reparto de la riqueza, mediante el desarrollo del estado de
bienestar. Sin embargo, parece que al capitalismo liberal esto no le satisface,
porque limita sus desmedidas ansias de acumular riqueza en pocas manos. Dicho
esto no como una invención o un artificio literario, sino como una realidad que
estamos viendo día a día. El nuevo/viejo capitalismo se encuentra mucho más a
gusto con el fascismo, que con la democracia. Esto es una evidencia
constatable.
En
cuanto hemos bajado la guardia, los movimientos fascistas empiezan a resurgir
con tanta fuerza en Europa, algo impensable hace veinte años, que ya sólo se
está esperando a ver cuándo se alzan con el poder, igual que lo acaban de hacer
en Estados Unidos. Sí, porque, a pesar de que algunos intelectuales miren para
otro lado y otros intenten convencernos de que Donald Trump no es un fascista,
sólo hay que observar cómo actúa y escuchar lo que dice, para darnos cuenta de
que lo es y de libro. Si no ¿dónde situamos su xenofobia, sus ataques a la
libertad de prensa, su gestualidad y verborrea bélica? Quizá ya no nos
acordamos de cómo eran los grandes fascistas europeos que sembraron de sangre,
sudor y lágrimas el continente. Qué curioso que el gobierno formado por Trump
sea de millonarios y militares, sólo le falta la Iglesia, todos y todas afines
a la extrema derecha. ¿Y qué es la extrema derecha, sino el término dulcificado
de fascismo? ¿Para quién creen ustedes que van a gobernar?
Este
crecimiento del autoritarismo, que ya está instalado en el poder en algunos
países europeos, no está siendo frenado por la democracia. Más bien al
contrario, los dirigentes demócrata europeos están asumiendo sus postulados,
con la vana intención de frenarlos electoralmente. Craso error, porque lo único
que están consiguiendo es dar alas a la xenofobia, la intolerancia y la falta
de libertad. ¿Cómo es posible que se estén tolerando Partidos que niegan el
sufragio universal, como el Jobbik de Hungria? ¿Cómo se puede consentir que
Marie Le Pen diga que no daría trabajo a un español si lo puede cubrir un
francés? Por poner algunos ejemplos que ensalzan lo más feo de la raza humana
como es el racismo, la exclusión, la negación de la libertad, la intolerancia o
el enfrentamiento entre pueblos.
Los
demócratas no podemos estar parados, esperando que al igual que Hitler y su
Partido Nazi, los partidos fascistas
alcancen el poder mediante las urnas, porque son una amenaza para las propias
urnas y la democracia. Hay que establecer claramente cuáles son los límites
entre los que se tienen que mover los partidos en una democracia, y aquellos
que no los respeten, prohibirlos, sacarlos del sistema electoral. Si el
fascismo quiere alcanzar el poder que nos sea con nuestros votos. Hay que hacer
mucha pedagogía social y educativa para aislar socialmente a estos movimientos y no asumir sus ideas, como ahora está
sucediendo. La democracia tiene que aprender a defenderse de sus enemigos y
estos, sin ninguna duda, lo son.
No
podemos consentir en España una Ley como la denominada Ley Mordaza, que sólo
tiene como objetivo limitar las libertades, para que el poder no se sienta
presionado, ni incómodo. Eso es fascismo, lo miremos por donde lo miremos.
Luego, que no nos extrañe que un personaje como Donald Trump haya llegado a la
presidencia de los Estados Unidos, o que quizá, otro similar pueda alcanzarla
en España.
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