Los
acontecimientos de los últimos tiempos en este país llamado España, muestran
que no ha evolucionado nada desde hace más de 500 años. Las élites históricas,
y las nuevas que han ido adaptándose a los usos, costumbres y privilegios de
las de abolengo, siguen mostrando, cada vez con más descaro, que España les
pertenece, como si fuera un valor más de su patrimonio. No voy a hacer aquí un
resumen del enroque que esas élites vienen protagonizando desde que una idea de
España más social ha asomado la cabeza, movilizando judicatura, empresariado,
rentistas, políticos, Iglesia y nostálgicos de la España Imperial, con el único
fin de reestablecer un estatus quo que se remonta a los Reyes Católicos, como
veremos a continuación.
Poco
se ha avanzado desde que Isabel y Fernando, tanto monta mota tanto, alcanzaran
la corona después de una cruenta guerra civil en Castilla y afianzaran su
reinado regando de privilegios a los nobles, con la exención de pagar
impuestos, la concesión de tierras, los tribunales especiales y la venta de
cargos de la corona, que los hizo dueños de un poder que se ha perpetuado en la
historia, adaptado, eso sí a los tiempos, que perdura hasta hoy.
Esta afirmación, que puede parecer
una exageración, tiene su fundamento en dos
razones, que han definido el comportamiento de las élites nobles o burguesas
durante siglos, a saber: sostener su poder en las rentas de su patrimonio, lo
que sólo se podía mantener con la explotación del campesinado y obreros
surgidos al calor de una sociedad industrial, de mentalidad rentista. Un
rentismo que hizo de freno al desarrollo industrial de España en el siglo XIX,
y que hoy en día sigue condicionando la economía, como podemos ver con el grave
problema de la vivienda, asfixiada por la idea de vivir sin trabajar, gracias a
las rentas inmobiliarias, que en el caso más extremo conduce a una voraz
especulación que todo lo ahoga. La otra razón es la represión de todas aquellas
ideas que pusieran en peligro sus privilegios, para lo cual los Reyes Católicos
pusieron en marcha el Tribunal de la Inquisición, que si bien inicialmente se creó
para defender los valores ideológicos de la Iglesia Católica Apostólica y
Romana, se convirtió en una brutal máquina de represión arbitraria, en donde
todo valía, para lapidar cualquier desvío supuestamente doctrinal, pero que en
la realidad sirvió para generar un estado de pánico en los habitantes de la
corona, que mantuvo a raya cualquier disidencia de la doctrina oficial de una
sociedad católico estamental, que alcanzó su máximo refinamiento con Felipe II
y perduró hasta el siglo XIX como institución, y hasta nuestros días como
centralidad ideológica de las élites.
Esta situación perpetuada en el
tiempo, ha tenido sus consecuencias históricas, impidiendo que España
evolucionara como lo hicieron los países de su entorno. Así, por la mentalidad
rentista del poder, en donde la burguesía soñaba con comprar títulos nobiliarios,
la Revolución Industrial, la Revolución Burguesa, el desarrollo de la ideología
liberal y el crecimiento de la clase obrera organizada y reivindicativa, se
hizo mal y tarde, por la resistencia de esa clase estamental, de pensamiento
absolutista, que durante el siglo XIX tuvo como sostén a los diferentes reyes
borbones y en el siglo XX alcanzó su máxima expresión con el acoso y derribo de
la República, que representaba el orden burgués y social, con el levantamiento
en armas de las élites defensoras de ese viejo régimen, que heredamos los
españoles desde el siglo XV.
La vuelta al pasado la hemos
padecido en España durante los cuarenta años de dictadura franquista, un
régimen que parecía sacado de una máquina del tiempo, reivindicativo del despotismo
más rancio y trasnochado, que nos hizo creer que era mejor vivir en la
ensoñación de la España Imperial y los Tercios de Flandes, a golpe de rosario y
procesiones, que en un país moderno, subido al tren del progreso social y
económico que se desarrollaba en el resto de Europa.
Cincuenta años después de la muerte
del dictador Franco, vuelta a empezar. La
maquinaria del pasado se ha puesto en marcha con todos los recursos a su
alcance: medios de comunicación serviles al poder; jueces y comisiones de
investigación, que recuerdan demasiado a los Tribunales de la Inquisición, en
donde cualquiera podía denunciar sin pruebas y el veredicto estaba escrito de antemano;
negación de todo lo que huela a pensamiento progresista; llamamiento a la
unidad indivisible de España, una grande y libre; promoción del fascismo más
rancio, como expresión máxima de la involución política y social; destrucción
del prestigio del adversario político mediante el insulto gratuito y la
difamación; uso indiscriminado del bulo y la mentira, a través de las redes
sociales; polarización y fomento del odio.
Esta es la realidad de un país que
sigue secuestrado por las clases más retrógradas, ancladas en un pasado, no
sólo nostálgico, sino como ideario que únicamente tiene como objetivo que las
élites de poder sigan manteniendo sus privilegios, contra los avances sociales
y todo lo que representan estos. Así que pasen mil años, siempre, cuando la
España de progreso levanta la cabeza, ya sea en 1520, 1868, 1931 o 2020, las
mismas fuerzas reaccionarias se alinean, como una conjunción letal de planetas
oscuros.

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