miércoles, 1 de noviembre de 2023

Fantasmas que habitan entre nosotros

 


Cada vez creo más en los fantasmas. Ojo que hablo de fantasmas y no de fantoches. Fantasmas en el sentido literario del término. Decía Javier Marías, que los hados y los lectores lo tengan en su gloria, que «cada vez me voy sintiendo más cercano a una de mis figuras literarias predilectas, el fantasma: alguien a quien ya no le pasan de verdad las cosas, pero que se sigue preocupando por lo que ocurre allí donde solían pasarle y que –aun no estando del todo– trata de intervenir a favor o en contra de quienes quiere o desprecia.» Es decir, los fantasmas son seres espirituales o almas errantes (cualquier gallego si no visita en vida San Andrés de Teixido, lo hará muerto), que habitan entre nosotros, cada uno por un motivo que le impide entrar en el reino de los muertos y descansar para la eternidad, si es que se lo ha merecido y no acaba en el inframundo más cruel y tenebroso, por los siglos de los siglos.

Los fantasmas pueden manifestarse de muchas maneras y en diferentes lugares. La literatura está plagada de algunos memorables: Erik, el fantasma de la ópera; el rey Hamlet; Jacob Marley, en el Cuento de Navidad; o sir Simón, el fantasma de Canterville, por no hablar de la deliciosa Mirtle la llorona, residente del baño de chicas del Colegio Hogwarts, donde vive sus aventuras mágicas el inigualable Harry Potter. Aunque ahora deberían preocuparnos otros fantasmas.

Según el Diccionario panhispánico de dudas, fantasma es la imagen de una persona muerta que se aparece a los vivos. Pero últimamente no paran de surgir otro tipo de fantasmas más ligados a nuestra historia, que si bien no lo hacen de una forma inquietante: con una sábana, un suspiro helado o una luz, están aquí, como posesión espiritual que ha colonizado el alma de la política española, sí producen cierto pavor.

Cuando escucho palabras como separatismo o gobierno filocomunista o unidad de la patria, pienso que el fantasma de Franco anda revoloteando por el espíritu de todos aquellos que siguen anclados en un concepto de España que nos recuerda al pasado de la España una, grande y libre, que fue bandera de los años más tristes y terroríficos de los últimos siglos de nuestra historia. O cuando las palabras humillación a los españoles o traición a la patria resuenan todos los días en boca de algunos políticos, me recuerdan a Millán Astray o Narváez (azote de los progresistas en el siglo XIX). Es más, muchas veces, tengo la sensación de que el ánima de Fernando VII, sigue vagando por las ideas de aquellos que nunca han dejado de considerar que España es o suya o de nadie.

Fantasmas, posesiones, poltergeist, estamos rodeados de almas en pena, que como decía Javier Marías tratan de intervenir a favor o en contra de quienes quiere o desprecia. Y aquí, parece que hay demasiados espíritus velando porque España siga siendo la que soñaba Marcelino Menéndez Pelayo: «España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra». Como ven otro fantasma que sigue anidando entre una parte de nuestros políticos. En estos, la verdad, es que no me gustaría creer, porque son aburridos, pero no menos peligrosos que el leviatán que habitaba en el cuerpo de Regan MacNeil.

    


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