lunes, 20 de noviembre de 2023

Argentina se inmola en un aquelarre capitalista

 


La primera controversia que se me genera con las elecciones de Argentina, es la capacidad que tenemos los humanos de autodestrucción. Ya lo venimos viendo en el empeño en poner nuestra supervivencia como especie al borde del colapso, acabando con las condiciones necesarias para que sigamos pudiendo sobrevivir en el planeta. Parece que los avisos que nos lanza la naturaleza no fueran con nosotros, persistiendo en continuar comportándonos como si esta fuese algo que sólo tiene razón de ser cuando está a nuestro servicio. Y nos equivocamos, porque si una cosa puede acabar desapareciendo será la especie humana, o si somos fervientes creyentes de la evolución de las especies, vaya usted a saber qué aspecto mutante tendrán o cómo serán nuestros futuros descendientes. Porque el planeta, con o sin nosotros, seguirá donde está, hasta que las fuerzas cósmicas acaben con él.

Pero a fin de cuentas, invertir esta situación se tratará de un proceso lento que puede llevar años. Lo que resulta llamativo es que en aquellos procesos destructivos que podemos nosotros evitar a corto plazo, o casi inmediatamente, nos ofusquemos en nombre de entelequias que hemos creado para ocupar territorio (no olvidemos que somos una especie gregaria), buscando las soluciones más lesivas para nuestro bienestar, entendiendo este como un compendio de factores que hacen que vivamos con todas nuestras necesidades físicas y espirituales cubiertas. Es decir, que los pobres se empeñen en seguir siéndolo y los menos pobres apuesten por entrar en el club de la pobreza, por la vana ilusión, producto del brillo del oropel que nos ciega, de ser algún día ricos. Lo que me lleva a la conclusión, de que la única clase social que vela por su bienestar y no es destructiva de sí misma, es la de los ricos y poderosos. Estos sí que saben muy bien qué es lo que tienen que hacer para seguir estando en la cúspide del poder y la riqueza.

Todo esto viene a cuento, como ya dije al principio, por las elecciones en Argentina, que aunque los medios nos hacen ver que la victoria de la extrema derecha abre una etapa de incertidumbre, todo el mundo sabe que los argentinos van a ser más pobres, menos libres y tendrán que volver a arrastrar su tristeza entre boliche y boliche al son del lamento porteño de muchos nuevos y viejos tangos, en los que llorar por haber vuelto a caer, otra vez, en el mismo error. O lo que es más grave para ellos, volverán a saltar el charco buscando una vida mejor, como ya lo han tenido que hacer varias veces en los últimos cincuenta años. En España serán siempre bienvenidos.

Cada uno de nosotros, cada pueblo, cada sociedad, es muy libre de auto inmolarse, como si tuviera la necesidad de asistir a su propio funeral constantemente. No nos ha de extrañar, pues, que Argentina sea el país con mayor proporción de psicólogos del mundo. Aunque en su descarga hay que decir, que el resto de países no les va a la zaga. Si no cómo se puede entender que toda una nación haya votado con entusiasmo que vayan a suprimir ministerios como el de educación y sanidad; o que se den carpetazo a las subvenciones; o que todo en el país se privatice, convirtiéndolo en un aquelarre del mercado más salvajemente capitalista. ¿Piensan los argentinos y muchos otros que no lo son, que van a vivir mejor en un país en donde la ley de la selva se va a imponer, la misma que suele jugar, siempre, a favor del más fuerte? Sólo los ricos subsisten en una sociedad así, porque ellos no necesitan ni ministerio de sanidad ni de educación ni subvenciones ni leyes que regulen el aborto ni nada.

Los argentinos, mayoritariamente, han decidido con su voto, invirtiendo las palabras de Groucho Marx, partir de la miseria para alcanzar la nada, rindiéndose al poder del dinero, aunque este no sea más que un espejismo disfrazado de patriotismo nacional. Nadie como Quevedo para expresar la adoración al Becerro de Oro que ha cegado a nuestros queridos compadres argentinos y que ciega a mucha gente en España:

Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

 

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