Publicado en Levante de Castellón el 8 de septiembre de 2017
De vuelta del verano tengo la
sensación de que el tiempo está detenido en este país llamado España. Todo
sigue igual, como si una mano alienígena hubiese parado las agujas del reloj de
la historia y viviéramos en un tempo suspendido, que ni avanza ni retrocede.
Nada de lo que se cocía antes del verano se ha terminado de guisar. Incluso, el
terrorífico atentado yihadista de Barcelona ha conseguido cambiar las cosas.
Los ingenuos pensamos que la furgoneta asesina que sembró de horror y dolor las
Ramblas podía ser un punto de inflexión en algunas posiciones enclaustradas en
la sinrazón de quienes se creen en posesión de la verdad universal.
Pero
no ha sido así, y sin el más mínimo respeto hacia las víctimas y la sociedad
española en estado de shock, desde el minuto uno ha habido una pelea soterrada
entre nacionalistas de las dos orillas del Ebro, por mostrar quién había metido
la pata y quién se apuntaba la medalla de resolver el caso. Cuando la única
conclusión es que si no existiera ese enfrentamiento cainita entre unos y
otros, quizá, digo sólo quizá, se podría haber evitado el funesto atentado, a
tenor de lo que hemos ido sabiendo por los medios de comunicación no afectos al
poder.
Es
una pena que estemos ante una clase política incapaz de resolver un asunto tan
grave como éste. Pero más pena es que la desigualdad y la pobreza se hayan
instalado en el país para quedarse. Aunque en este asunto sí que hay movimiento:
la pobreza se va extendiendo como una mancha oscura de aceite, alcanzando a la
clase media y trabajadora. Ya no sirve tener un trabajo para progresar en la
vida. El sueño del capitalismo de una mano de obra barata y esclava se está
cumpliendo en España, gracias a los gobiernos de Mariano Rajoy que, por otro
lado, está encantado de conocerse, con sus grandes cifras macroeconómicas, que
no son más que un maquillaje de la realidad. Una realidad de miles de parados
de larga duración, que a duras penas subsisten; de enormes capas de la
población excluidas del sistema; de trabajos precarizados por la necesidad de
tener algún ingreso; de pluriempleos que ayuden a llegar a fin de mes; de
jubilados que ven como su pensión se reduce cada vez más. El gobierno ha conseguido
que volvamos a la época de Franco, con todas las sombras que esta tenía y
ninguna luz de las que tímidamente se fueron encendiendo. Por favor, ahora más
que nunca hacen falta unos sindicatos de
trabajares potentes.
A
pesar de ello, la señora ministra de Sanidad y Consumo Dolors Montserrat está
indignada con los pensionistas que llevan una vida regalada: “Ya está bien de
esta vida regalada de la que disfrutan los pensionistas, que a partir de ahora
se van a tener que rascar el bolsillo esos avariciosos acaparadores monetarios
que llegan a cobrar hasta 18.000 euros al año. Se
siente ofendida la señora ministra de que haya pensionistas que ganen tanto
dinero. O la ministra de Trabajo, que dice que en España no ha trabajadores
precarizados y que el empleo que crea el gobierno de Rajoy es de calidad: “El empleo que llega es de mayor calidad que el
que se fue”. Aviso para navegantes de las dos
ministras, de que el gobierno piensa retorcer una poco más el cuello a
trabajadores y pensionistas en los próximos tiempos. La insaciabilidad de estos
edecanes del capitalismo salvaje no tiene límites
En el resto nada ha cambiado: la
corrupción sigue por sus fueros y aquí nadie paga por ello; el gobierno sigue
toreando al Congreso, ninguneándolo y haciendo de su capa un sayo; la sanidad
con largas listas de espera; la educación pública perdiendo calidad por la
falta de recursos, que van a para a la concertada, sobre toda si es religiosa;
y el verano que se va con todos mucho más estresados por la masificación
turística que se está convirtiendo en la nueva burbuja económica del país
(veremos cuánto nos cuesta al final), para solaz de grandes empresarios y
ministro de Hacienda.
Este país llamado España, parece
que tenga una maldición divina, que nos hace repetir los mismos errores a lo largo de la historia,
anclándonos en el tiempo.
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