viernes, 24 de abril de 2015

La circunferencia de nuestra ignorancia

                               
                                                                                                  Imagen: Juan Genovés
Publicado en Levante de Castellón el 24 de Abril de 2015
Hace muchos años tuve un profesor de filosofía que nos explicaba que nuestro conocimiento está metido dentro de un círculo, en donde se encuentra lo que sabemos que conocemos, es decir, la consciencia de la nuestra sabiduría. En la circunferencia, es decir, el perímetro de ese círculo, se halla lo que sabemos que no conocemos, es decir, la consciencia de lo que ignoramos, y más allá de la circunferencia, hay un terreno ignoto, en donde habita lo que ni siquiera sabemos que existe; es un conocimiento ajeno a nuestra consciencia, y por tanto, que no afecta a nuestra vida diaria ni intelectual. Según esta teoría, conforme ensanchamos el circulo de nuestro conocimiento, la consciencia de nuestra ignorancia es mayor, pues la circunferencia de lo que sabemos que desconocemos se hace más grande, lo que puede provocar infelicidad en algunos casos, los menos, o la felicidad de saber que todavía nos queda mucho por aprender, los más.
                Este galimatías filosófico viene muy bien para explicar dos cosas. Una es el interés que tiene el poder en reducir el círculo de nuestro conocimiento, para que no nos hagamos muchas preguntas que cuestionen el porqué de sus actuaciones, e incluso la propia naturaleza de ese poder. Por eso tratan de ser ellos quienes controlan el tamaño de la circunferencia de nuestra ignorancia –cuanto más pequeña sea menos interrogantes nos plantearemos-, teniendo a la mayor parte de la población en un nivel de sapiencia manejable a sus intereses. No nos ha de extrañar, por tanto, que la educación pública no sea muy del beneplácito de las oligarquías, porque en democracia puede convertirse en un hervidero sin control de pensamientos que cuestionen muchas de sus actuaciones, en la medida que es a través de ella por donde  gran parte de la sociedad puede ensanchar su círculo de conocimiento y, por tanto, consciencia de su ignorancia. Es decir, que pueda empezar a hacerse preguntas. Para lo cual, niegan la mayor de metodologías pedagógicas que defienden otros tipos de enseñanza menos instructivas y lineales, y más humanas y adaptadas a las necesidades de cada persona. En definitiva, lo que quieren son ciudadanos con un nivel cultural y educativo justito, fáciles de engañar, y con una instrucción, que no educación, orientada a las necesidades del mercado de trabajo; que se hagan pocas preguntas sobre si es posible hacer las cosas de manera diferente, y no cuestionen nunca la verdadera naturaleza del poder de la oligarquía y de su miembros. Por eso, vivimos en España un proceso de deterioro de la escuela pública, que en una democracia es más difícil de controlar si se la dota de recursos y autonomía educativa, a la par que hay una apuesta por la educación privada en todos sus niveles, teniendo en cuenta que esta, en su mayoría, es propiedad de grupos pertenecientes a la oligarquía.
                El otro asunto que puede explicar el círculo de conocimiento es el de la corrupción que habita como una termita en la democracia española. La oligarquía del país ha vivido con gran comodidad, tejiendo clientelismos, amiguismos y corrupciones, durante muchos años, en los que nuestro conocimiento de los delitos de corrupción eran mínimos, y por tanto, la sospecha de lo que estaba sucediendo en esa frontera entre lo sabido y lo desconocido, era escasa. Mientras la circunferencia de lo que no sabíamos, pero sospechábamos, fuese pequeña, todo estaba bajo control. El problema viene cuando nuestro conocimiento de más casos de corrupción empieza a agrandar el círculo, y nos empezamos a hacer preguntas, en un ambiente de sospecha creciente. Si la corrupción a gran escala tenía unos territorios muy limitados: Marbella, Valencia (caso Naseiro), Castellón  y alguna que otra localidad, el aumento cualitativo y cuantitativo de casos, hace que el interés de la población sea creciente, y los medios de comunicación, entendiendo que aquí se abre un filón de ventas, se lanzan a denunciar casos. Aunque todo hay que decirlo, fue la creación de la fiscalía anticorrupción en 1995, durante el último gobierno de Felipe González, con el fiscal Jiménez Villarejo a la cabeza, la que empieza a mover casos en el ámbito judicial, aunque posteriormente, durante los gobiernos de Aznar, esta fue vaciándose de contenido y de recursos, hasta el punto de que en el año 2003 Jiménez Villarejo presentó su dimisión. Pero es a partir de 2004, con la llegada al gobierno de Rodríguez Zapatero, y el nombramiento del fiscal general del Estado Conde Pumpido,  cuando se vuelve a impulsar, dotándola de nuevas competencias y abriendo delegaciones en los puntos más calientes del mapa de la corrupción.
                Todo ello nos conduce a la apertura de decenas de casos de corrupción que salpican la geografía española, que con la implicación de los medios de comunicación, apuntan, cada vez más directamente, a la oligarquía del país. Y lo que es más importante, en la valentía de ciudadanos, políticos o no, que han arriesgado mucho personalmente denunciando corrupciones que han crecido como una bola de nieve, como es el caso Gürtel.

                El aumento de la circunferencia de la corrupción que sospechamos existe, pero no conocemos, fruto del ensanchamiento del círculo de la que vamos conociendo, ha provocado el terremoto que la oligarquía quería evitar: el interés y la preocupación de la sociedad por la corrupción, que afecta de lleno a las expectativas electorales de los grandes Partidos. Lo que nos conduce, por demanda ciudadana, a seguir agrandando el círculo hasta niveles insospechados hace pocos años, viendo como “dirigentes ejemplares” del sistema actual han acabado en la cárcel, están a la espera de juicio o han sido imputados. Hasta el punto, que la propia Casa Real se encuentra implicada en uno de los casos más vergonzosos de corrupción habidos en este país. Incluso, la presión de la opinión pública, aunque todavía no sea suficiente, ha llegado a señalar a los intocables, a los que un cerco de protección oligarca, no democrática, les envolvía convirtiéndoles en inmunes a cualquier acto contra ellos. Es el caso del milagro económico español, Rodrigo Rato; o de Jordi Puyol y su familia; o de la infanta Cristina o su marido, todos ellos tan incrustados en la oligarquía intocable del país que han hecho que nuestro círculo de conocimiento de la corrupción sea tan grande, que empieza a socavar los cimientos de una clase política que ha consentido que esto sucediera, y lo que es más grave para ellos, que el círculo de lo que sospechamos que no sabemos sea tan grande, que ya ninguno se escapa a nuestra desconfianza, provocando que una nueva clase política empiece a emerger en el país.

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