REFLEXIONES URBANAS
Foto: Museo Naval
Publicado en Levante de Castellón el 17 de Abril de 2015
Desapercibida. Es lo más amable
que se puede decir de la conmemoración del 84 aniversario de la II República,
que se ha celebrado, discretamente, todo hay que decirlo, el martes pasado, 14
de Abril. En año de vientos electorales es un tema espinoso que conviene
atravesar con pies de plomo para no pincharse, no vaya a ser que un exceso de
republicanismo, en nuestra agitada clase política, reste votos en tiempos de
reinado recién estrenado y pleno trabajo de chapa y pintura que mejore la
imagen de la monarquía.
Dicen
que España es un país de espíritu republicano. Será de hecho, porque de derecho
no, máxime cuando la Constitución blindó la monarquía, con una imposición del
tardofranquismo, que se apuntó a la reforma democrática para evitar males
mayores, lo que les ha permitido seguir campando a sus anchas por el amplio
solar patrio, sin que hayan tenido que rendir cuentas ni a la historia ni a los
españoles. Una imposición innegociable que doblegó a la oposición
antifranquista, hasta tal punto que se nos hurtó la posibilidad de decidir lo
que queríamos mediante una consulta.
No
voy a decir yo aquí que la monarquía española es ilegítima, porque la votamos
en el referéndum de la Constitución, pero sí me gustaría hacer dos
puntualizaciones que han marcado nuestra historia reciente. La primera tiene
que ver con el trapaceo al que fuimos sometidos los ciudadanos al colarnos la
democracia y la monarquía en un todo constitucional. Quiere decirse, que aunque
estuviéramos en contra de la monarquía, si votábamos que no en el referéndum de
la Constitución, también lo hacíamos a la vuelta a la normalidad democrática
que cuarenta años antes el golpe de estado de Franco había usurpado a los
españoles de la época. Una trampa saducea que cortaba de raíz todas las
aspiraciones republicanas de la sociedad, que en 1978 eran muchas.
La
segunda puntualización tiene que ver con el orden dinástico de la monarquía.
Esto, aparentemente, para un republicano no debería ser objeto de interés,
pero, en este caso, lo tiene y mucho. La proclamación de la República en el año
1931 acabó con la dinastía borbónica en España, si bien Alfonso XIII no
renunció a ninguno de sus derechos, porque según expone en su escrito de
abdicación del 14 de Abril de 1931 “más
que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me ha de
pedir un día cuenta rigorosa”, es
decir no renuncia a sus derechos como rey para que no le busque las cosquillas la
Historia o no se sabe muy bien qué ente abstracto o divino. Pero sí reconoce
que abdica porque “Las elecciones
celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo”.
No iba desencaminado y hay que reconocerle que intentó evitar un baño de
sangre, al que no tuvo reparo de apuntarse su hijo Juan de Borbón, sobre todo
después de unas elecciones en las que los partidos republicanos barrieron a los
monárquicos en la todas las capitales de provincia salvo en 7 de ellas, por poner
un ejemplo. Pero sobre todo por el entusiasmo que provocaron en gran parte de
la población esos resultados, que llevaron, como muy bien relata Josep Pla en
su libro “Madrid. El advenimiento de la República”, a una agitación sin paragón,
cuando a las tres y media de la tarde del día 14 de Abril apareció la bandera
republicana izada en el Palacio de Comunicaciones, mientras riadas de gente se
dirigían a la Puerta del Sol a concentrarse frente al Palacio de la Gobernación
a la espera de acontecimientos, esperanzados por las noticias que iban llegando
de Eibar, Valencia, Barcelona y multitud de ayuntamientos que van proclamado la
República en sus consistorios. Una
multitud que estalló de júbilo cuando Miguel Maura y Manuel Azaña bajan de un taxi
que para a las puertas del Ministerio y entran en él haciéndoles honores el
pelotón de la Guardia Civil, para romper en delirio cuando unas horas más tarde
Maura termina de telefonear a todos los gobernadores civiles, presentándose
como ministro de la Gobernación del Gobierno Provisional de la República, exigiéndoles
que entregaran el mando al Presidente de la Audiencia en el acto, y a las seis
y media queda proclamada oficialmente en toda España la República.
Como Franco no
dio el golpe de estado para restaurar la monarquía, esta quedaba
definitivamente finiquitada en España, hasta que en 1947 se aprueba la Ley de
Sucesiones de la Jefatura del Estado por la cual el Caudillo se arroga el
derecho a ser él quien designe a su
sucesor. Lo sorprendente es el cambio de don Juan de Borbón, heredero de
la corona, que pasa de denunciar la Ley como ilegal a aceptar la sucesión al
trono de su hijo Juan Carlos, tras la reunión que él y Franco mantuvieron en el
yate Azor el 25 de Agosto de 1948. Por tanto el rey Juan Carlos es el monarca
que designó Franco como heredero de la “España
del Movimiento Nacional, católica, anticomunista y antiliberal” (sic
palabras de Carrero Blanco), confiando su educación a personas fieles al
régimen franquista. No es de extrañar, que a principios de la Transición se le
denominara como el rey de la dinastía del 18 de Julio, fecha en la que quedó
aprobada, definitivamente, la Ley de Sucesiones de la Jefatura del Estado.
Incluso su padre puso muchas resistencias a reconocer el trono de su hijo, no
haciéndolo hasta el 14 de mayo de 1977, tras fuertes presiones del
postfranquismo que necesitaba legitimar la dinastía. No es una barbaridad
apuntar que Juan Carlos, si bien es un rey de derecho otorgado por la
Constitución, nunca ha tenido legitimidad
democrática, pues nunca los españoles hemos podido refrendar la monarquía en
las urnas. Es más, a lo largo de su reinado se ha impedido juzgar al
franquismo, reconocer la memoria de todos aquellos que murieron bajo la
represión de Franco contra los republicanos, y las grandes familias del régimen
franquista siguen copando puestos de élite en la economía del país
Felipe
VI es el heredero de todo esto. Un rey que sigue la dinastía del 18 de Julio,
que nunca estará legitimado democráticamente ante la sociedad. Que tiene no
pocos privilegios vitalicios por el único mérito de la cuna de nacimiento.
Quizá sea hora de que esta situación termine, y los nuevos vientos políticos
que corren por España faciliten que los ciudadanos podamos decidir si queremos
legitimar la monarquía o dar paso a una república. La nueva etapa democrática
española exige liberarse de todas las ataduras franquistas que esta sociedad
todavía tiene, y la monarquía actual no es un a menor.
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