Entrevista realizada por González de la Cuesta
En la
presentación de su segunda novela “Novienvre”, Alvaro Colomer, que hacía los
oficios de introductor del novelista, dijo que Luis Rodríguez era un escritor
que había llegado tarde a su tiempo de escribir, que quizá unos años antes
habría sido un autor afamado con el reconocimiento de los lectores. Es una
afirmación acertada, porque Luis Rodríguez escribe desde la inteligencia y sin
concesiones a una sociedad, la actual, banalizada por las urgencias del
consumo, y sus novelas exigen detenerse y pensar; deglutir unos personajes que
nos quiere hacer ver que son normales, pero que llevan una bomba de relojería
en su interior a punto de estallar y reducir a pedacitos nuestras conciencias armadas de buenos
pensante. Y es que Luis Rodriguez, después de nacer en Cosío (Cantabria) en
1958, es un lector impenitente, de los que asusta su capacidad para la lectura,
una afición que nació en los años que vivió en Madrid (dice él que empezó
tarde, a los 16 años) y consolidó en Barcelona y después, como un largo y
caudaloso río, ha seguido su curso hasta hoy. Según confiesa no puede concebir
la vida sin lectura. Es de su afición a leer de donde surge la pulsión de
escribir, y a los cincuenta años se lanza a la aventura, ganando el Premio Luis
Adaro de Relatos, lo que le anima para regalarnos dos maravillosas novelas,
inquietantes novelas, que no son de lectura fácil: “La soledad del cometa” y
“Novienvre”, publicadas ambas en KRK Ediciones, que le han convertido en un
escritor de culto, quién sabe en qué si las hubiera publicado hace veinte
años.
Eres un lector
sin tregua. Tus recomendaciones de libros son siempre certeras. ¿Qué fue lo que
en tu vida te llevó a la lectura?
Sí, y no puedo ni quiero evitarlo. No
concibo, o no quiero concebir, la vida sin libros. Seguramente no soy un buen
lector, no respeto el esfuerzo que esconde cada libro porque entre dos libros
leídos hay siempre muchos comenzados; es algo que no he corregido con el paso
de los años. La lectura está tan íntimamente ligada a mí que carga con todos
mis defectos.
Agradezco tu generosa alusión a las
recomendaciones. Tienen mucho que ver con mi gratitud por lo que he disfrutado
con ellas; no obstante, soy consciente de que no es tan sencillo, si libros que
hoy nos entusiasman quizá hace un tiempo estuvieron en nuestras manos y no nos
sedujeron, cuanto más difícil no será para alguien con otro criterio y otra
experiencia.
Debí llegar a la lectura por varios motivos,
no sabría concretarlos. Sí sé cuál encendió la mecha. Soy un lector tardío,
prácticamente no había leído nada hasta los dieciséis años. El libro que abrió
una puerta que no voy a cerrar es El
jugador, de Dostoyevski. Fue el primer libro que me dijo que no estaba
solo.
Que la
literatura sea un bálsamo contra la soledad es un consuelo, no menor ¿Qué
significa para ti no estar sólo cuando lees un libro?
La
soledad de la que hablo, más matizada, tiene poco que ver con la falta de
compañía. Mi infancia fue muy feliz, siempre arropado por mi familia y sin
problemas para relacionarme. Pero, desde siempre, tuve la sensación de que
había una serie de inquietudes, preguntas, una mirada sobre las cosas de la
vida que me parecía solo mía, que, de un modo sutil, creía que me diferenciaban,
y no las supe compartir. De repente, en los libros, un alemán me habló del
estigma de Caín, precisamente de eso que nos hacía únicos, un escocés me dijo
algo de mi lado oscuro que ni yo mismo sabía, me sentí extranjero en París con
un argentino… Tú has utilizado una palabra que me gusta mucho: bálsamo. Sí,
aunque un bálsamo especial, porque es verdad que la literatura alivia, pero
también conmueve, e inquieta, por lo menos la que a mí me gusta.
Hoy está de
moda menospreciar el valor de la literatura como fuente de conocimiento
universal. Todo lo que no sea distracción de fácil consumo no tiene valor.
¿Eres de los que sigues pensando que en los libros está toda la sabiduría
pasada, presente y futura?
No,
no lo creo. El libro ha sido, es, y, seguramente, será importantísima fuente de
transmisión de conocimiento, pero no la única. Piensa que solo interviene un
sentido, y ni siquiera ese es exclusivo de la lectura. El libro es un artefacto
condenado a permanecer; es prodigioso. El ser humano no dejó de pasear cuando
aparecieron las bicicletas, ni estas se extinguieron cuando se inventó la
motocicleta, porque cada acción ofrece un puñado de ventajas y estímulos
concretos a los que por lo menos yo no estoy dispuesto a renunciar, como
tampoco quiero renunciar a todo lo que me ofrece la tecnología actual.
Sin embargo, al
margen del soporte, que yo creo esa es una discusión vana, que tiene un fin más
mercantilista que cultural, lo cierto es que el libro, como entidad instrumento
de la literatura, está en crisis. O sería mejor decir, la literatura. Se lee
poco y lo que se lee es de fácil consumo. ¿Qué papel crees que juegan las
editoriales y los libreros en esta crisis?
Creo
que a muchas editoriales les falta coraje y convicción en su propia facultad
para elegir un buen texto. La mayoría anuncian en sus páginas que, saturados,
no te molestes en mandar una novela para valorar su publicación. Quieren saber
quién eres, qué has publicado y quién te
recomienda, como si no fueran capaces de reconocer por sí mismos el valor de
una obra. Dicen que reciben centenares de novelas; para un criterio propio, uno
puede rechazar el noventa por ciento de los textos leyendo el primer párrafo,
y, en pocas páginas, concentrarse en las dos o tres que le interesen. Cuesta
muy poco (o menos) acusar recibo y enviar la carta de cortesía aunque solo sea
porque es más probable que haya un cliente en ese escritor que en alguien que
no escribe. Libreros hay muy buenos y muy malos. Su papel es fundamental, el
librero es el primer prescriptor, influye más que la crítica literaria, más que
un amigo; decide un porcentaje muy elevado de las ventas, y creo que es
importante canalizar bien esa influencia.
En
tu pregunta no incluyes al lector, yo tampoco lo haría porque creo que es, y
debe seguir siéndolo, soberano.
Claro que el
lector es soberano, aunque no vacunado contra la mercantilización de la
literatura. Tú tienes publicadas dos novelas “La soledad del cometa” y
“Novienvre”. ¿Cuándo escribes lo haces pensando en un tipo concreto de lectores
o escribes al albedrío de tu inspiración?
Las
dos cosas. Escribo pensando en alguien tan concreto como yo mismo, con un peso
gigantesco del albedrío. Hay un tipo de literatura, la que antes concernía al
narrador puro, donde el autor sabe lo que quiere contar, se pertrecha de
inspiración y una buena caja con oficio y recursos y se pone a escribir. La literatura
con la que yo enredo es como variaciones de una vida, un ensayo, como
inyecciones de ficción a una realidad mía, íntima. Me concierne mucho en
origen, y después, en las reescrituras; me tienen que gustar la frase (más
preciso, no disgustar) y los sitios donde te lleva cada párrafo. Ignoro cómo
será lo próximo que escriba, y es verdad que tengo poca obra para asegurar un
estilo, pero ya me parece a mí que lo escrito hasta ahora se parece mucho a la
literatura que más me gusta, con mucho espacio para la ambigüedad y la elipsis
que permiten respirar con holgura al lector.
En
cuanto al albedrío de la inspiración, no soy de los que escriben “con brújula”.
Puedo tener una idea inicial de lo que quiero contar y el final, pero siempre
me distraigo, cambio el derrotero y termino allí donde nadie me espera.
Sin embargo en
tus dos novelas publicadas “La soledad del cometa” y “Novienbre”, da la sensación
de que tu vida tiene mucho que ver en la escritura de ambas. No es que quiera
decir que tienen retazos autobiográficos, no te creo tan despegado del mundo,
pero sí que es cierto que una manera, tu manera de mirar la vida, queda
reflejada en ellas. No sé si esto es una mera apreciación personal o hay algo
de cierto en ello.
Tienes
razón, especialmente en “Novienvre”, donde prácticamente toda la obra nace de
la experiencia: el protagonista tiene mi nombre, toda su infancia es la mía,
exagerada claro, la academia, su madurez, los escenarios perfectamente
reconocibles. Puedo ampararme en que tuve la necesidad de contar algo, y
seguramente así fue, pero también planea sobre la elección la inseguridad del
novato, la falta de confianza en mis propios recursos a la hora de contar una
historia, y quizá por ello recurrí a unos paisajes conocidos y unas historias
casi reales. Esta especulación me conviene porque en mi tercera novela, ya
acabada, no soy reconocible; la protagoniza una voz narrativa bastante juguetona
y ambigua.
Me
interesa lo que dices de la mirada. Tú eres escritor y no sé si te ocurre, pero
a mí me da la impresión de que la mirada literaria nos seduce porque quizá sea
una mirada más valiente, con más coraje de la que exhibimos en la realidad. Es
posible que haya un poco de redención en la escritura.
Pienso que todo
escritor busca en su escritura redimirse de lo que no es, por eso cada novela
supone volcar una parte de ti en ella, viviendo la vida que no vives. Pero, en
tu caso, con el Luis Rodríguez de “Novienvre”, que no tiene una experiencia
vital envidiable, ¿qué buscabas al construir un personaje, rodeado de una
soledad seductora, que transita por ella como quien circula por la cocina de su
casa?
Transitas,
al principio, por lo que no eres, y te parece un puro juego intelectual la
exploración, pero no tardas en incubar la sospecha de que nada es inocente, ni
mucho menos casual. Es como si la ficción necesitara un espejo donde reflejarse
y tuviera una querencia obstinada hacia ti, el autor. Nos guste o no, hay algo
de uno en los personajes; su soledad, los derroteros y sus acciones, no son un
artificio que surge por generación espontánea. El protagonista de “Novienvre”
necesitaba una infancia contundente y utilicé la mía; quise justificar su
mirada madura y se me ocurrió, como Don Quijote con los libros, regalarle mis
lecturas juveniles. Comparto el universo de la novela. Hablas de la soledad. La
soledad y el mal son, seguramente, dos temas que estarán presentes en todo lo
que yo escriba.
Lo provocador
de tus novelas son los personajes, que de tan normales y corrientes que son nos
acaban asustando cuando se salen del cliché de comportamiento que la sociedad
nos impone. Cuando escarbas más allá de la vulgaridad de nuestras aburridas vidas
tú nos acercas a situaciones que transgreden la norma, y por eso dan miedo.
¿Qué pretendes con ello?
Los
personajes no cargan con una voluntad literaria clara. Me interesa lo que
parece una anomalía, el gesto que asoma en la rutina. No busco con ello tipos
desenfocados, incatalogables. Es verdad que puede parecernos inverosímil que
alguien provoque que le den una bofetada para experimentar el placer desde el
dolor, o que ponga a prueba con una foto la escasa capacidad de observación de
la mayoría de nosotros, tan extraño como puede parecerme a mí más de una
reacción privada del lector. Todas las rutinas tienen puntas de emoción y
novedad. Las acciones de mis personajes son tan estrafalarias como las de cada
uno de nosotros, seguramente distintas, pero igual de raras.
¿Y la novela
nueva? Dices más arriba que va por derroteros distintos ¿Supone un giro con
respecto a las dos anteriores? ¿Puedes anticiparnos algo?
Se
titula 8.38. Es la hora que marca el reloj de la mesilla de noche de la
habitación de Dostoyevski. El ruso no aparece en la novela; lo he querido
utilizar porque a mí me parece que es un homenaje a la literatura. Todo su
protagonismo recae sobre una voz narrativa esquiva, nada consecuente, que tiene
muy serias dificultades para seguir las peripecias de los personajes.
Efectivamente, creo que supone un giro, por su despersonalización, aunque no
muy brusco. En cuanto a la historia, se trata de una impostura, cuenta la vida
de alguien que no cabe en su propia vida y necesita inventar otras, un tipo que
lleva al extremo eso que pensamos de que cada uno de nosotros contiene muchas
personas, es su modo de desarticular la frustración. Un juego, en definitiva,
que será eficaz si el lector no me lo reprocha.
Una última
pregunta ¿Qué sientes cuando terminas de escribir una novela?
Una
novela solo se termina cuando te la publican, solo en ese momento dejas de
volver sobre ella. No sé si por suerte o por desgracia, en la novela, e imagino
que en cualquier orden artístico, uno se enfrenta consigo mismo sobre un campo
de exigencia, aptitud, tesón e inspiración. Una pelea así, si es digna, no
puede concluir nunca. Si a mí no me hubieran publicado la primera novela, aún
estaría trabajando en ella. Aquí no sirve aquello que dijo el geógrafo Robinson
para dibujar la Tierra en un mapa plano, que trabajó hasta el punto en que, si
cambiaba algo, no conseguía nada mejor. Esa línea, para el que escribe, es como
el horizonte.
Respondiendo
a tu pregunta, cuanto terminas de escribir una novela, cuando te la publican,
si no la relees (y eso me parece fundamental), sientes alivio.
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