viernes, 5 de septiembre de 2014

EL RUMOR DEL VERANO. Septiembre

                                                                                                                Foto: González de la Cuesta
Publicado en Levante de Castellón el 5 de Septiembre de 2014
Escrito por González de la Cuesta
“Aún recuerdo los ojos de aquella mujer, profundos como el mar,/chispeantes como las olas que van a morir en la arena blanca/de una playa ardiente”, escribía el falso poeta, quizá porque esa fue la única imagen nítida que le quedó del último verano. Recuerdos para soñar en Septiembre, ese mes sin estación que no es ni verano ni otoño y anuncia el fin de los días marcados por la lubricidad del Sol, que hace de nuestros cuerpos terreno abonado para la sensualidad y el hedonismo.
                Siempre hay un verano en la vida de cada uno que deja una huella imborrable en el alma. Un recuerdo que nos acompañará toda la vida, por haber vivido la experiencia del tránsito de la infancia hacia sentimientos que nos abren el camino de los adultos; o porque el amor penetra como una daga afilada en nuestro corazón dejándonos una herida que nunca se cerrará del todo, aunque no tenga que pasar mucho tiempo para que deje de doler. El escritor y guionista estadounidense Hermen Raucher escribió en su novela “Verano del 42” el recuerdo de un amor que tuvo a los catorce años durante el verano que pasó en la isla de Nantucket (Massachusetts), cuando se enamoró perdidamente de una mujer joven que durante ese verano perdió a su marido en la guerra europea. Es una historia dramática, pero a la vez iniciática, que la pudimos ver todos en la bellísima película de Robert Mulligan, del mismo título que la novela: “Verano del 42”. Pero lo sorprendente es la presencia de ese recuerdo de aquel verano muchos años después de haber sucedido, grabado a fuego en la memoria del escritor americano, igual que le sucedió a Manuel Vicent cuando escribió su novela “León de ojos verdes”, evocando el verano de 1953, que pasó en el hotel Voramar de Benicasim.
                En Septiembre todavía podemos vivir los últimos estertores del verano, con días de calor en esos veranillo con nombre de santo que jalonan el mes, pero no deja de ser un mes discreto, de días que se acortan y noches que se alargan, de evocaciones de lo que pudo haber sido o pudo no haber sido el verano, de desamores acelerados y recordados para siempre, de sueños y buenos propósitos para el curso que empieza, y de retomar el pulso a los amigos y la cotidianeidad de nuestra vida. En definitiva, dejamos atrás los días de feliz holganza y asueto y volvemos a ser quienes somos durante el resto del año. El poeta César Vallejo escribía: “¡Ya no llores, verano! En aquel surco/muere un rosa que renace mucho…” Todos los años en Septiembre la rosa del verano se marchita, pero vuelve a plantarse para que germine al año siguiente, del mismo modo que nada más llegar Septiembre empezamos a desbrozar la hierba mala que ha crecido durante el verano y plantamos nuestros sueños para el año que viene.
               Porque cuando Septiembre dice adiós al verano y saluda al otoño, las playas quedaran desiertas y recuperarán la belleza de la soledad frente a la bravura del mar, que pareciera rebelarse por el largo abandono que le espera. Ya no habrá soles que calienten su espalda rizada de olas que morirán jugando en la orilla con la risa de los niños, ni lunas que iluminen sus aguas tranquilas en noches adormecidas por el susurro de muchas palabras de amor dichas frente a él. El canto de las cigarras en el bosque mudará por el rumor de las hojas arrastradas por el viento hasta formar un manto otoñal de colores que invitan a la contemplación de la tierra, a punto de retirarse a hibernar, hasta que la naturaleza se renueve la primavera siguiente. Atrás quedarán los rumores de la música sacra en el Desierto de las Palmas, el recuerdo del peregrinaje de miles de jóvenes que alcanzan su Compostela en el FIB de Benicasim, o los acordes rítmicos y espirituales del Rototom. Como todos los septiembres las obras del Museo de Arte Contemporánea de Vilafamés quedarán sumidas en el sosiego del otoño, que entrará por las ventanas como una brisa fresca para recordarles que ellas también forman parte del ciclo de la vida, del alimento espiritual que toda mujer y todo hombre necesita. El rumor del verano se extiendo en Septiembre en forma de recuerdos y de vivencias que permanecen, y eso es una fuerza de la que no podemos desprendernos, que nos da ánimo para encarar la vida cotidiana del resto del año.
                Pero Septiembre no es sólo un tiempo de recuerdos encendidos y placidos. Es también un mes de reflexión interior, de planificación y buenos propósitos, de animosidad para el futuro. Nuestro espíritu, nuestra alma, se recarga en verano del ímpetu necesario para seguir adelante. Siempre ha sido así, cuando los fenicios comerciaban en las playas de Castellón y ahora, en un mundo abrasado por las prisas, el egoísmo y la competitividad. Quizá sería bueno que del verano nos llegara el rumor de la solidaridad y la justicia, para plantarle cara a una sociedad marcada por la desigualdad y el abismo entre ricos y pobres. Un rumor amasado en las largas horas de pitanza veraniega, que nos diera la convicción de que si nos lo proponemos somos capaces de cambiar las cosas, de construir un mundo mejor en donde todos tuviéramos una vida digna, y menos manipulado por caraduras que sólo quieren acumular poder y riqueza.

                “Septiembre frutero, alegre y festero” dice el refrán. Aprovechemos que estamos en un tiempo en el que el rumor del verano todavía nos llega, para reconciliar la felicidad estival con la felicidad otoñal, para prepararnos a vivir un año que puede ser crucial para el resto de nuestra vida. Como cantaba Amaury Pérez “Solo en septiembre enmiendo los errores/las pálidas miradas y elegías/mis pecados de amor, tus sinsabores/tus alabanzas y tus elegías”.

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