«Cuando te
hayas lavado las manos, nada toques sino la comida (…); y no pongas en tu boca
un trozo tan grande que se salgan las migas por un lado y por otro, para no
parecer glotón (…) ni tomes la copa antes de tener la boca vacía, no cobres
fama de vividor; y no hables con la boca llena para que no se vaya algo de la
garganta a la tráquea, y puedas morir por ello (…). Lávate las manos después de
comer , porque es cortés y saludable; pues eso enferman los ojos de muchos,
porque se los frotan después de comer con las manos no lavadas».
Los humanos somos tan fatuos que nos
pensamos que el mundo lo hemos inventado ayer. Este texto, que podría valer hoy
como norma de urbanidad, corresponded al libro Disciplina clericalis,
publicado en el siglo XII, por Pedro Alfonso, nombre cristiano del nacido judío
y convertido al cristianismo, Moshé Sefardí, que fue médico personal del rey
Alfonso I de Aragón.
Y para la mala educación cívica que en la
actualidad corroe nuestra sociedad, ahíta de individualismo egoísta, dejo otro
texto, este anónimo, que circulaba, uno de tantos, en el siglo XII, en forma de
manual de comportamiento:
y tus dedos deben estar limpios y las uñas arregladas.
En el plato no se deja en trozo tocado.
No te toques las orejas, ni las narices con los dedos desnudos.
No te limpies los dientes con un hierro agudo ante los comensales.
La sal n o toque la comida, si va a volver a su recipiente.
La norma manda que el cuenco no se lleve a la boca.
Quien desee beber, antes deba vaciar la boca
y tener los labios bien limpios;
y no me atrevo a omitir que no se roa el hueso con los dientes
(…)
Levántate de la mesa, lávate las manos y luego bebe».
Parece mentira que unas normas del Siglo XII, puedan ser hoy tan útiles. Lo que nos lleva a la conclusión de que los humanos, o por lo menos algunos, no hemos aprendido nada en ochocientos años.
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