martes, 18 de febrero de 2025

Europa necesita más Europa

 


                ¿Qué es Europa? ¿Un continente? ¿Una cultura común? ¿Una entidad política? Todo es cierto. Desde la geografía, Europa es un continente, pequeño, pero por eso no deja de serlo. Desde la cultura, que duda cabe, Europa, mejor los europeos, participamos de una cultura común, con sus matices y diferencias regionales, forjada desde el paleolítico. El problema viene cuando queremos definirla como una entidad política. No sería exacto decir que no hay una manera común de entender la política, para todos los europeos: la democracia, el estado de bienestar, el germen y desarrollo de todos los “ismos” que ustedes puedan imaginar, un modo de entender la sociedad y su gobierno desde la regulación de todas sus actividades públicas y privadas, como instrumento de convivencia, libertad y desarrollo. En definitiva, hay muchas cosas que pueden definir a Europa frente o al lado de otras regiones del mundo.

       Sin embargo, la conformación de un Estado Europeo, en el que todas sus naciones y pueblos se cobijen bajo el mismo paraguas legislativo y gubernamental, dista mucho de conseguirse. Incluso tras los grandes avances que se han producido desde el ya histórico Tratado de Roma de 1957, que puso el germen de la unidad continental, aunque en ese momento sólo tuviera un alcance económico, de desarrollo y seguridad atómica. Pero la semilla ya estaba plantada y a la par que la Comunidad Europea se ensanchaba por el sur, el este y el oeste, se iban dando pasos hacia una unidad más efectiva en todo los campos. El tratado de Maastricht (1992), el Acuerdo de Schengen (1995), la entrada en vigor del euro (2001) y el Tratado de Lisboa (2009), fueron un impulso decisivo en el camino de la Unión. De hecho hoy, una gran parte de la normativa que se aplica en la Unión Europea, viene aprobada y definida, bien por la Comisión, bien por el Parlamento Europeo.

                Es innegable, entonces, que los países de Europa, han ido cediendo soberanía a las instituciones comunitarias en la senda de la unidad, desde la diferencia, lo que no nos ha ido mal a los europeos, que disfrutamos de uno de los niveles de vida y confort más elevados del mundo. Pero no es suficiente.

                La Unión Europea ha preferido vivir bajo la tutela de los EEUU en aspectos como la seguridad o la dependencia económica, una postura muy cómoda, que ha impedido dar pasos hacia la conformación de ese Estado, que muchos deseamos, y ahora, en tiempos de creciente neofascismo, muchos también lo cuestionan, cuando no lo niegan. Además, esa dependencia económica y militar, se ha traducido en debilidad política, en un mundo que se prepara para organizarse en grandes bloques, en el que Europa cada vez tiene menos voz, el voto lo perdió hace tiempo por delegación a los Estados Unidos, potencia peligrosa, no ya porque ahora la gobierne un loco neofascista, sino porque, como todos los imperios que han sido, ha entrado en una fase de decadencia, que la hace imprevisible.

      A la Unión Europea no le han faltado enemigos, que durante décadas han intentado dinamitar el proyecto de una Europa federal y potente en el concierto internacional. Los ha habido internos, como ejemplo puede servir Gran Bretaña, y externos: aquí, más allá de Rusia, antigua URSS, no pocos estamentos han tratado de socavarla desde EEUU. Está claro que en un mundo polarizado por dos grandes potencias, una Unión Europea desligada de la tutela de Estados Unidos, no le interesaba a nadie, y así, parece, que a muchos dirigentes y países de la UE les resultaba cómodo.  

                Sin embargo, ese mundo dividido entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría ya no existe. Otros actores han aparecido, disputándose un trozo del pastel, y el equilibrio surgido después de la II Guerra Mundial se ha venido abajo, sobre todo por la irrupción de China, como nueva potencia mundial; la desaparición de la URSS, devenida en una Rusia mucho menos poderosa, pero que hace estragos en el mundo por seguir siendo importante; el ascenso de algunos países emergentes como India, que empujan por hacerse un hueco en el concierto de nuevas potencias; y el declive del imperio estadounidense, que incipiente, muestra ya sus goznes oxidados, lo que, como he dicho antes, lo convierte en una potencia peligrosa, al igual que Rusia, hasta tal punto de permitir genocidios como el que Israel, su gendarme en Oriente Medio, está cometiendo en Palestina, para no perder presencia en un territorio del mundo que le interesa, sobre todo, por cuestiones estratégicas y económicas (petróleo). Ahora toca el reparto de Ucrania.

                Es en este contexto, en el que debemos preguntarnos cuál es el papel de la Unión Europea y Europa. Porque la debilidad y poca influencia que tiene en el concierto internacional, por mucho que busquemos fuera de sus fronteras, está en el mismo centro y periferia del continente. No son ni Putin ni Trump ni Netanyahu ni nadie allende los mares, los culpables de la irrelevancia a la que se ve abocada en los últimos tiempos, sino más bien su incapacidad para articular un proyecto común, poderoso en el exterior y salvaguarda del modo de vida europeo: democrático, tolerante e igualitario, basado en el estado de bienestar de sus ciudadanos, la solidaridad entre regiones y el desarrollo económico sostenible, para lo que llegar a una fiscalidad común se hace, cada vez, más necesaria. Un proyecto que debe guardarse las espaldas. Para ello es más necesario que nunca un plan de defensa y seguridad, basado en un ejército común europeo, que pueda sentarse en los organismos internacionales, como la OTAN, con la suficiente autoridad, como para no tener que ser el monaguillo de nadie.

                No hay otro camino, si no queremos que Europa muera de inanición. El nuevo esquema mundial, con dos sátrapas al mando de las dos potencias más cercanas a Europa, se ha vuelto en su contra. Al distanciamiento de Rusia, que ya era evidente desde que Putin se hizo con el poder, se le suma ahora la ruptura matrimonial con Estados Unidos, socio o padre putativo que ya no es de fiar, que con Donald Trump y la corte de nacionalismo tecnocapitalista y ultraconservador que gobierna la otrora mayor democracia del mundo, deja a Europa compuesta y sin novio, sola ante un mundo de vampiros ávidos de sangre ajena. Si el nacionalismo que fracciona el continente en un puzle de intereses contrapuestos sigue imperando en las instituciones europeas y en el propio mecanismo de funcionamiento de la UE, nadie nos salvará de la derrota de un proyecto, que sólo tiene dos caminos: o la irrelevancia, escuchando a Mozart, impuesta por el “aliado” del otro lado del océano Atlántico, dispuesto a humillar a Europa hasta la subyugación y el dominio colonial; o la profundización en la unidad continental en todos los aspectos: político, económico, social, cultural, medioambiental, etc., hasta conseguir alzarse en el concierto de las potencias como un Estado federal, democrático y con autoridad internacional. Ese es el gran reto, en un momento en el que el neofascismo ultranacionalista crece en el continente, y que me recuerda aquella frase de Mark Twain: “la historia no se repite, pero rima”.

miércoles, 5 de febrero de 2025

La paradoja de la izquierda

 


La izquierda progresista vive en una cierta zozobra por la incapacidad de transmitir los logros sociales, políticos y económicos, que se están produciendo en España. Es una paradoja, que el gobierno que más medidas está tomando en beneficio de la ciudadanía, no consiga obtener un apoyo firme entre un electorado, que se deja llevar más por los cantos de sirenas de la derecha, que al igual que las nereidas en el poema La Odisea de Homero, siempre acaban ahogando a quienes los escuchan.  

El debate está servido en la izquierda y empieza a tomar cuerpo. Sin embargo, los caminos por donde transita la discusión sobre cómo conjurar ese maleficio no son siempre los más acertados, quizá, porque también la izquierda, se deja llevar por tiempos de sublimación de lo mediático, como instrumento para hacer valer sus ideas. Posiblemente ahí resida el quid de la cuestión. Si la izquierda todo lo fía a cómo propaguen los medios de comunicación sus logros, a mi juicio, se está equivocando.

No quiero decir que los medios sean prescindibles para la acción política, y en democracia menos que nunca, porque si son serios y profesionales, tienen la misión de combinar la información con la opinión y ejercer de contrapeso a las otras instituciones del Estado. A los medios hay que tratarlos con cariño recíproco. Lo que sucede, es que en la actualidad es muy complicado para la izquierda, con la mayoría de los medios ejerciendo de altavoces de la derecha y la extrema derecha, militantes de una ideología muy conservadora y de dudosa calidad democrática; con pseudomedios abonados al bulo y la mentira, como instrumentos de acción política y judicial contra el gobierno y la izquierda en general, por otro lado bien controlados y regados de dinero por las instituciones que gobierna la derecha; y porque el dinero, cuando se pone al servicio de una ideología política, normalmente de la derecha ultraliberal y conservadora, es quien alimenta económicamente a muchos medios de comunicación, que no dudan en servir a quien los paga.

Es por ello que la izquierda se equivoca al fiar su suerte a los medios, y quejarse, como infantes enfadados, de que no les hacen caso, o de que el gobierno actual no hace lo suficiente para que lo escuchen. Jugar a eso, es jugar en campo contrario, siempre, con las normas que establece el equipo titular del campo. Para ser más explícito, es jugar al mus con las cartas marcadas por la pareja contraria y, claro, así siempre ganan. Mucho más si el terreno de competición son la redes sociales, que gracias a los algoritmos controlados por el nuevo tecnocapital al servicio de la derecha más ultraliberal, limita, como ellos quieren, el alcance de lo que tenga que decir la izquierda, cuando no dan paso a una legión de odiadores, conspiranóicos y negacionistas, que ¡oh!, siempre simpatizan con la extrema derecha, para demoler, virtualmente, todo lo que no guste a los dueños de las redes.

Sin embargo, no está todo perdido. La izquierda, sin abandonar los medios de comunicación, debe tener claro que su campo de juego principal no es ese, por los motivos expuestos más arriba. Quizá debería replantearse volver a sus métodos tradicionales, aquellos en los que sabe moverse y siempre le han dado buenos resultados. Me estoy refiriendo, aunque parezca viejuno lo que voy a decir, volver a estar presente en la sociedad civil. A ocupar el espacio que nunca debería haber perdido, abducida por la sencillez de una nota de prensa o tener muchos contactos, a los que hay que devolver el favor. Me refiero a que el trabajo de propaganda, concienciación e información tiene que volver a las asociaciones: de vecinos, amas de casa, de jóvenes, deportivas, culturales, sociales, educativas, de mayores, etc., etc., etc. Es ahí donde la izquierda tiene todo su potencial, donde se puede conseguir que los ciudadanos y ciudadanas alcancen a ver quién gobierna en su favor, con leyes y medidas que benefician a la inmensa mayoría de la población, y quién lo hace para esa minoría que detenta el poder económico a costa del resto. Es volviendo a tener presencia en la sociedad civil cuando la izquierda recuperará el espacio que debe tener en una sociedad democrática.  

Este no es un camino fácil, porque exige la movilización de los partidos, para retomar presencia en la calle y en la conciencia de la ciudadanía. Pero no hay otro. Siempre, claro está, que no sea excluyente de todos los demás. Quiero decir, que es en el uso combinado de los medios y la presencia en la sociedad civil y laboral, junto a un intenso plan de propaganda intelectual a través de escritos, charlas, conferencias, cultura, etc., donde se puede rellenar ese vació que deja el no ser capaces de transmitir a la sociedad todo lo que se hace y lo que se piensa. Esta es mi humilde opinión, que posiblemente, esté equivocada en parte o en todo.           

Europa necesita más Europa

                  ¿Qué es Europa? ¿Un continente? ¿Una cultura común? ¿Una entidad política? Todo es cierto. Desde la geografía, Europa es u...