miércoles, 29 de enero de 2025

Los campos de concentración franquistas

 


    La evocación de los 80 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por la tropas soviéticas, con el reconocimiento universal a las víctimas del nazismo, no sólo judaicas, debería hacernos reflexionar por qué en España es tan difícil hacer un acto así, en el que todas las fuerzas democráticas se unieran, con una sola voz, en la denuncia del franquismo, como una de las dictaduras más sanguinarias de las habidas en el siglo XX, y el reconocimiento de todas las víctimas, que sufrieron la represión, la tortura, el encarcelamiento, el desprecio, la purga y, en demasiados casos, la muerte.

Porque de todo eso hubo durante los 40 años de dictadura católico/fascista, que durante sus primeros años ejerció una represión sin parangón, focalizando parte de ella en campos de concentración, repartidos por todo el territorio nacional, por los que pasaron miles de hombres y mujeres, con diferente suerte, pero nunca buena.

    El 20 de julio de 1936, solo dos días después del golpe de Estado, auspiciado por casi todas las derechas de la República, Franco envía una orden a sus generales, cuando todavía ni siquiera era el comandante en jefe del ejército golpista (su elección como Generalísimo se produjo el 21 de septiembre de 1936, en el aeródromo de San Fernando en Salamanca), por la que decretaba que Organizarán los campos de concentración con elementos perturbadores, que emplearán en trabajos públicos, separados de la población. Es decir, ordenaba la apertura de campos para la represión de sus enemigos, que duraron hasta 1947, con el establecimiento de cerca de 300 campos en total, por donde pasaron entre 700.000 y 1.000.000 de prisioneros. Franco emula a Hitler en la rapidez de la apertura de campos de concentración: Hitler abrió los primeros nada más llegar al poder en 1933 y Franco no tardó ni dos días, tras su golpe de Estado, en seguir sus pasos para reprimir rojos (entiéndase este calificativo extensible a todos y todas que no eran afectos a él).

    En tiempos que son de blanqueamiento de la dictadura franquista por parte de la extrema derecha y no poca de la derecha que nunca se ha distanciado de ella, conviene recordar que aquellos años fueron de una gran represión, elevada a niveles de una crueldad, que no sería descabellado calificarla como sanguinaria. En ese contexto, el silencio de la Historia oficial, la que se enseña y la que se trasmite, es una losa mucho más grave que el olvido, porque no se puede olvidar lo que no se conoce, y entre olvidos y silencios los campos de concentración del franquismo han sido borrados de la memoria colectiva, como tantas otras cosas que a los dictadores y sus seguidores no les gusta que se sepa.

    Sin embargo, esos campos fueron una realidad que al final, siempre, supura por algún girón de la Historia que se pretende ocultar. Todo estuvo perfectamente planificado, siguiendo las pautas que se copiaron de la Alemania nazi, que fascinaba tanto a los dirigentes franquistas. Incluso la creación y organización de los campos de concentración tuvo el asesoramiento del jefe de la Gestapo en España, Paul Winzer. Pero la planificación, en cuanto a la represión de los opositores, no quitó que la improvisación fuera el común denominador de todos los campos. Desbordados de prisioneros, sin instalaciones, en muchos de ellos se dormía en el suelo, y centrados en una política de eliminación moral y física del enemigo, a pesar de la creación de la Inspección de Campos de Concentración en 1937, no hubo tiempo ni ganas de hacer otra cosa, en definitiva, todos los que entraban en algún campo, lo hacían por ser enemigos del Régimen, y la tortura, las malas condiciones, el hambre, el frío, el calor, y el miedo, eran lo único que podían esperar los prisioneros. Además la presencia constante de los curas en su cruzada de recatolización de los descarriados por el veneno judeo-masónico comunista, no hacía fácil la vida en esos campos. 

    A los presos se les consideró delincuentes comunes, para evitar que tuvieran que aplicarles el Convenio de Ginebra, relativo al trato debido a los prisioneros de guerra, firmado por Alfonso XIII en 1929. Sin juicio ni condena, ingresaban a la espera de lo que decidieran sobre su suerte los dirigentes del campo en el que se encontraban. Se les clasificaba en varios grupos:

1. Los que se consideraban afectos al nuevo régimen, que se ponían en libertad y se les enviaba al frente.

2. Los que se consideraban desafectos dudosos, que se les mandaba a hacer trabajos forzosos, en régimen de esclavitud.

3.   Los que se consideraban desafectos con responsabilidad, que iban a un tribunal militar y muchos acabaron frente a un pelotón de fusilamiento.

4.   Presos comunes, que se les enviaba a prisión.

    Para esa clasificación se pedían informes a sus localidades, de tal forma que la suerte de los prisioneros pasaba a estar en manos del alcalde, el cura, la Guardia Civil o el jefe de la Falange. Hasta que llegaban los falangistas al campo como cuenta Eduardo de Guzmán, periodista y escritor libertario, en su libro El año de la Victoria que fue detenido en el puerto de Alicante e ingresado en el campo de Los Almendros, primero y Albatera, después. No es literal: Cada varios días nos hacían formar sobre la tierra seca; ese era el aviso de que había llegado al campo un grupo de falangistas de algún pueblo, y todos rezábamos para que no fuera del nuestro. Se paseaban con la chulería de los vencedores que deciden sobre la vida y la muerte de sus enemigos e iban señalando: este…, este…, este…, a todos los que les eran conocidos por rojos, o el cura, que los acompañaba, lo hacía por ateos. Cabizbajos salían de las filas y nunca más se volvía a saber de ellos”.

    En 1947 se cerró el último campo de concentración, el de Miranda de Ebro. Algunos se convirtieron en prisiones, otros en centros de reclutas, otros, simplemente, se abandonaron. Pero el cierre de los campos de concentración no supuso el fin de la represión del régimen franquista hacia republicanos, disidentes y sospechosos de conspiración al Movimiento Nacional. Una represión que duró hasta la muerte del dictador, que hoy, cincuenta años después, muchos se niegan a reconocer.          


Mapa de campos de concentración franquistas en España



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