Un
libro perdido es un girón en la construcción de la identidad cultural de una
sociedad. Porque un libro no es sólo un almacén de palabras escritas con más o menos
coherencia y belleza, que si está bien encuadernado hace su papel decorativo en
una casa. Un libro es el fruto del conocimiento recogido de otros libros, de
otras generaciones, de otras experiencias. Escribía Lope de Vega: “Libro
cerrado, no saca letrado”. Nos hace sentir que pertenecemos a una comunidad
que respira, piensa, vive, corre, come, ríe, sufre, se divierte, se emociona o
busca respuestas a las mismas preguntas. Todo eso y lo que cada uno le quiera
añadir es un libro. Claro que en la sociedad actual de las prisas, de la dictadura
audiovisual, del materialismo que todo lo valora por el valor crematístico que
puede aportar y del algoritmo que sustituye nuestra capacidad de pensar y reflexionar,
los libros parecen una reliquia del pasado, de cuando no había internet ni
redes sociales ni éramos tan adictos a que todo nos lo dieran masticado.
Además, como decía el viejo profesor Enrique Tierno Galván: “Más libros, más
libres”. Aunque hoy el concepto de libertad ya no se busque en los libros,
¡error!, sino en la barra del bar, en hacer lo que me de la gana o negar todo
lo que a mi incultura, quizá por no leer libros, no le gusta.
Sin
embargo, cuando se pierde uno es como desprendernos de un pedacito de nosotros
mismos. Imaginemos, entonces, la orfandad que deben sentir los cientos de miles
de personas que se han quedado sin bibliotecas, sin librerías, sin la fortaleza
intelectual que nos proporcionan los libros, por la DANA en Valencia. Seguro
que entre la amalgama de emociones y sentimientos encontrados que deben tener,
hay un hueco de tristeza por la pérdida de tantos libros.
Daños
irreparables para el intelecto y el alma, pero también para los agentes que posibilitan
que podamos sentarnos, plácidamente, a leer un libro: librerías, como agentes
que ponen los libros a nuestro alcance; editoriales, que hacen posible que un
manuscrito se convierta en un libro; escritores, que son el centro neurálgico
de la literatura con sus creaciones, que pierden, también, si no hay librerías,
editoriales o bibliotecas, que puedan difundir sus obras. Una asfixia que, que
se agrava con la retirada de las ayudas al libro en 2024 por parte de la Generalitat
Valenciana de la reconstrucción.
La
zona afectada por la DANA es una pequeña parte en términos librescos, pero el
efecto mariposa de la tragedia tiene un alcance que va mucho más allá del
territorio devastado. Sin olvidar, que los primeros y grandes damnificados por
la pérdida de libros son quienes las habitan, sean lectores o no.
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