Una
vez más, Francia. Cuando el mundo democrático occidental se desmorona por el
avance de la extrema derecha, recicladora del fascismo tal como lo hemos
conocido hasta ahora, y todo tipo de teorías extravagantes, delirantes y
autoritarias, que circulan por las redes sociales como por el pasillo de su
casa, llega Francia y vuelve a lanzar al mundo un mensaje de esperanza y
tolerancia, haciéndonos entender, unas semanas después de encontrarse al borde
del abismo neofascista, que sólo es posible una sociedad libre y justa, cuando
estas tres palabras mágicas: libertad, igualdad y fraternidad, forman un todo
que asegura una sociedad más libre, más igualitaria, más justa, más solidaria,
más tolerante, más diversa, más pacífica y, por tanto, más democrática.
Ese
es el mensaje que prevalecerá en nuestras conciencias, después de las cuatro
horas de espectáculo humano, deportivo y artístico, que han supuesto la
inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024. Cuatro horas de tantos
estímulos emocionales y visuales, que uno siente haber asistido a una fantasía
mágica, diseñada, organizada y ejecutada con tanta precisión y elegancia, que
difícilmente podrá superarse. Aunque, mirándolo subjetivamente, no podría ser
de otra manera en la ciudad que ha marcado el camino de la elegancia en la
moda, la cultura y el arte en occidente, desde que todos los que estamos
leyendo esto tenemos conciencia.
El
riesgo de una ceremonia tan extraordinaria y única, ha sido un salto al vacío
digno de una sociedad que ha marcado nuestra vida política y social desde hace
más de dos siglos. Sólo quién fue capaz de hacer una revolución que rediseñó la
vida en Europa y América, sacándola del ostracismo, la injusticia y el clasismo
estamental del absolutismo, con la autoridad que le da ser el origen de todo lo
que vino después y prevalece todavía, podría dar un puñetazo en la apatía de
nuestra conciencia y proclamar, mediante un espectáculo bello y universal, que
la libertad, la igualdad y la fraternidad, siguen siendo los únicos valores
posibles para avanzar hacia el futuro. Un futuro donde todos tengamos cabida,
unidos en la diversidad y la igualdad.
El
mensaje es tan nítido, que los medios de extrema derecha y afines, y las redes
sociales se han lanzado a desprestigiar la ceremonia y la llamada a la
tolerancia que ha lanzado al mundo. No podía ser de otra manera, puesto que les
ha situado frente al espejo de su intolerancia y falta de empatía hacia un
mundo diverso e igualitario. “Demasiado politizada”, dicen algunos de los más
suaves. Ya saben ustedes, todo lo que no sea ensalzar lo que ellos piensan,
está politizado. Ya lo advirtió un jugador de la selección española de fútbol,
declarando que el deporte no se debe mezclar con la política. Algo que se le
olvidó enseguida mostrando su lado más ultra y descortés al saludar al
presidente del gobierno.
Si
al deporte se le quiere “despolitizar”, es porque quienes lo reclaman no
quieren que cambie la “politización” actual, el statu quo que privilegia al
deportista blanco, hombre y si me apuran cristiano. Por eso, vista la ceremonia
de ayer, sólo tengo palabras de agradecimiento al COI, a la organización de los
juegos y a todos y todas los que han hecho posible que el mundo vea la diversidad
de la sociedad del siglo XXI, y que todos tenemos cabida en ella. Y a Francia,
para que siga siendo la memoria de la libertad, la igualdad y la fraternidad
frente al caos.
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