Tengo
que reconocer que las protestas de los agricultores me generan sentimientos
contradictorios, al pensar que detrás de ellas no todo lo que se reivindica es
para mejorar la vida y la profesión de aquellos que se dedican a la
agroalimentación, sino la utilización del campo por otros intereses que distan
mucho de sus demandas. Aquí se mezclan churras con merinas, y ya saben, a río
revuelto ganancia de pescadores. Porque en estas marchas hay mucho señorito,
mucho terrateniente, mucho dueño de grandes explotaciones, mucho negacionista y
mucho fascista tratando de capitalizar el descontento de cara a las elecciones
europeas. Esto también va de eso, de posicionarse con discursos fáciles y
simplones a ver si en junio la extrema derecha controla el Parlamento de la UE.
¿Realmente creen que si la extrema derecha llega a gobernar en la UE, la PAC va
a seguir regando de euros al campo en Europa? No se ven jornaleros ni trabajadores/as
del campo ni inmigrantes, posiblemente explotados por algunos de los que van
subidos a los tractores.
Así
pues, los agricultores y ganaderos que trabajan medianas y pequeñas
explotaciones, vuelven a ver sus demandas diluidas entre un totum revolutum de
reivindicaciones, que acaban ocultando el verdadero motivo de las protestas.
Porque sus demandas son justas, en la medida de que se está produciendo un
agravio comparativo entre las exigencias de producción dentro de la Unión y la
laxitud de estas exigencias para los productos que vienen de fuera. O por la
indefensión que tienen frente a los grandes distribuidores y cadenas
comerciales, que les obligan a vender a pérdidas o tirar la mitad de la
cosecha, entre otras muchas imposiciones.
Tienen
razón los agricultores y ganaderos de protestar, porque el campo lleva mucho
tiempo siendo el patito feo de la economía, sometido a los vaivenes de los
acuerdos estratégicos, comerciales y políticos, nacionales e internacionales,
más proclives hoy a producir en donde los costes son más bajos, al igual que
sucede en otros sectores, producto de las políticas de libre comercio.
Por
eso, no deberían dejarse llevar por los intereses de sectores ajenos a sus
problemas, que sólo buscan beneficios que poco o nada tienen que ver con la
agroalimentación. Es esencial que centren el objetivo de sus propuestas y el
foco hacia donde tienen que dirigirlas. Ni señoritos ni hijos de marquesas ni
propietarios de grandes explotaciones ni fondos de inversión ni rentabilidades
políticas de la extrema derecha van a solucionar sus problemas. ¿O acaso han
pensado que cuando el terrateniente consiga aumentar sus beneficios vía
subvenciones, sin producir apenas; o cuando el mercado agroalimentario se
alinee con los intereses de las grandes empresas agrícolas; o cuando pasen las
elecciones europeas y a la extrema derecha ya no le interese el campo, sus problemas
se van a solucionar?
El
campo es la despensa, no solo de las ciudades, también del ámbito rural, y ni
se debe abandonar al albedrío del libre comercio ni se debe dejar manipular por
intereses espurios, que nada tienen que ver con sus verdaderos problemas.
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