jueves, 15 de diciembre de 2022

Librerías que aman a los lectores

 


Cuando uno es amante de los libros, entrar en una librería es como poner el pie en un templo sagrado. Es una sensación difícil de explicar; quizá lo entiendan los amantes del fútbol, si un día entraran en el vestuario de su equipo favorito y estuvieran allí todos sus ídolos balompedistas. Andar, rebuscar, pasear entre los anaqueles cargados de libros, coger uno y hojearlo aspirando el olor a papel sin ollar todavía por mano homo sapiens alguna, y esa emoción de estar sumergido alrededor de todo lo bueno que la raza humana ha imaginado, pensado y transmitido en forma de palabras y letras.

Sin embargo, las nuevas formas de vender están convirtiendo las librerías en supermercados gobernadas por grandes corporaciones empresariales, que diseñan librerías igual que pueden diseñar un local de venta de comidas o ropa, por poner un ejemplo. No digo que no tengan amor a los libros, nada más lejos de mi intención, sino que han convertido las librerías en tiendas de ventas de libros, funcionales, frías y anodinas. Atrás han quedado esas librerías donde el cliente nunca deja de ser lector, una pieza más en ese engranaje literario que crea una simbiosis maravillosa entre escritor, lector, librero y editor. Librerías en las que entrabas y te sentías como en casa. Cercanas en trato y asesoramiento. En donde podías tener una conversación con el librero o la librera, sabiendo que no solo pretenden vender, sino entablar una conversación que al final va a acabar en que salgas de la librería satisfecho, no porque te llevas un libro, sino porque te vas con la sensación de pertenecer a un mundo sin el cual seguiríamos siendo homínidos.

Afortunadamente, no todo está perdido. Con el tesón de las hormiguitas, todavía hay libreros que se ganan tu confianza porque son tan amantes de los libros como tú; librerías que no han sucumbido a la estandarización y cumplen una función social; que son coquetas y alejadas de diseños anodinos tan en boga; conectadas con la cultura del barrio donde están ubicadas y convertidas en centros de encuentro social e intensa actividad literaria. Lugares donde apetece estar entre libros y pasar un rato.

Pero también, estas librerías tienen que subsistir, y solo lo pueden hacer si las convertimos en nuestra referencia para comprar libros; si las visitamos y salimos con un ejemplar de tu escritor favorito entre las manos, o de una escritora que desconocías y te llevas su última obra porque te fías de las recomendaciones del librero o la librera.

Hay un espacio para todos: para las grandes librerías comerciales y para las pequeñas, que además de vender, son lugares confortables de encuentro con los libros. No las dejemos a la intemperie del mercado.

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