lunes, 11 de abril de 2022

Juventud

 


Escuchaba hace no mucho a una chica joven decir que estaba harta de vivir tantos acontecimientos históricos. No me extraña, porque la juventud lleva doce años sin un momento de relajo, y encima, a todo lo pasado, se le añade una guerra en las puertas de casa, como aquel que dice, que aporta muchísima más incertidumbre a su futuro, por no decir un temor verdadero a que los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis, que inevitablemente acompañan a cualquier guerra, se instalen en sus vidas marcándolas para siempre. Resulta triste no ser el responsable de un suceso, pero sí sentir que las consecuencias las vas a pagar tú, si no las estás ya sufriendo.

Es cierto que la juventud tiene una ventaja sobre los que ya no somos jóvenes, y es que tienen toda la vida por delante, y con esa capacidad de resiliencia y adaptación a las circunstancias que tenemos los humanos, podrán reponerse a tanto despropósito y rehacer sus vidas, como lo han hecho los sobrevivientes de otras catástrofes pasadas. Pero ahora, en pleno apogeo vital, cuando cada día debería ser un paso a la conquista de sus sueños, una sombra gris se cierne sobre ellos, sin solución de continuidad, desde la Gran Recesión de 2008,  provocada por la avaricia de un capitalismo salvaje y especulativo; la pandemia universal que ha cambiado tanto nuestros hábitos de vida; y ahora la guerra en Ucrania, provocada por ese fantasma que creíamos desaparecido de Europa, como es el fascismo, que tan de moda está entre muchos de esos jóvenes, desgraciadamente, deseosos de escuchar algo que les levante el ánimo, aunque sea mentira.

No es cierto que la juventud sea caprichosa y mal criada, como muy a menudo se dice cuando no aceptan los códigos y valores que han conducido la vida de las generaciones que la ha precedido. Y mucho menos, una juventud muy preparada que ve cómo sus expectativas de futuro se van diluyendo en la imbecilidad de los adultos, que somos incapaces de entender que el mundo cambia y que las necesidades de las generaciones que nos siguen son otras. Un mundo que está en pleno proceso de transformación, tan rápido que a todo el que tenga más de cincuenta años sobrepasa.

Vivimos en un época histórica de transición acelerada hacia no sabemos todavía muy bien donde, como ha pasado siempre en los momentos de cambio en la humanidad. Pero lo que sí tengo claro es que está más preparado para lo que viene un chaval o chavala de 8 años que un hombre o mujer de 60. Dejemos a los jóvenes que tomen las riendas de un futuro que les pertenece, porque si se equivocan será su mundo el que pague las consecuencias. Nosotros solo deberíamos cumplir un papel: rebajar la testosterona propia de la juventud para que la solución de los conflictos no sea violenta y se mueva en los límites de la democracia, la igualdad y la tolerancia hacia los otros. Algo que parece que no solo no estamos haciendo, sino que alimentamos negativamente día a día. Solo  nos queda ese cometido, porque mal podemos aconsejar sobre lo que no comprendemos.

La verdad, es que tantos acontecimientos históricos acaban siendo una aburrimiento, incluso para los mayores. Y ya saben que cuándo una sociedad está aburrida, solo ganan los vendemantas que nos dicen lo que queremos escuchar.

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