viernes, 8 de febrero de 2019

Honestidad y mediocridad


Publicado en Levante de Castellón el 8 de febrero de 2018
¿Puede una ciudad permitirse el lujo de prescindir de uno de sus mejores concejales por una asunto que nada tiene que ver con su acción política? ¿Vivimos en una sociedad tan desnortada que cualquier cosa vale para desacreditar al adversario político, cuando este ha sido el artífice de una buena gestión, reconocida por todos, menos por quienes tienen en el cerebro una  urna electoral?
                Podríamos plantearnos muchas preguntas sobre cuál es el nivel de desprecio que tenemos los ciudadanos hacia la actividad política, y quiénes se aprovechan de ello para esconder su mediocridad y ascender en el escalafón, que les permita convertirse en dirigentes. Porque cuando esto sucede, entonces, todos nos convertimos en culpables de que la actividad política esté ocupada por personajes que van a estar muy lejos de gobernar pensando en la necesidades de la sociedad. La mediocridad sólo puede alcanzar cotas de mezquindad, y el mediocre, siempre, va a anteponer sus intereses a los de los ciudadanos.  Ha sido así a lo largo de la historia y parece que va a seguir siendo in secula seculorum.
                Deberíamos empezar a saber distinguir lo que es un comportamiento corrupto, que implica una voluntad consciente del corruptor y el corrompido, es decir, que saben lo que están haciendo y lo hacen; algo que está presente en la gran cantidad de casos de corrupción que han aflorado estos años en España, y lo que son negligencias administrativas o actos ignorantes, es decir, sin voluntad lesiva, derivados de la confianza o la mala fe de los corruptos. Porque si no es así, podríamos caer en la falsa moralidad de que todos roban y por tanto todos son iguales. Y no hay nada más falso que eso ni menos acertado que caer en la aceptación de que si creemos que todos roban, los que lo hacen de verdad, parece que son menos ladrones.
                Estos días la ciudad de Castellón ha vivido una pequeña convulsión al presentar su dimisión el concejal de hacienda y seguridad del Ayuntamiento, por un asunto lejano en el tiempo, de su etapa como subdelegado del gobierno, del que todo los que le conocen/conocemos saben que no se trata de un hecho voluntario ni ha existido ánimo de delinquir. Todos saben que el hombre que ha dotado a la ciudad de una mayor seguridad, que ha reducido la deuda municipal heredada del equipo de gobierno anterior, que ha ejercido de jefe de personal con mesura y sentido común y que ha sido la persona que ha promovido consensos con unos y otros, es incapaz, como decía la semana pasada Emilio Regalado en un artículo acertadísimo, de llevarse un bolígrafo si no lo ha pagado él.
                Su dimisión, para no manchar la política ni su honorabilidad mientras el asunto se esclarece (en este país esto puede durar años), es una acto de dignificación de la política a la que no estamos acostumbrados, viendo como vemos a corruptos de adarga y armadura aferrarse al sillón aunque truene Santa Bárbara. Sin embargo, los mediocres a los que aludía más arriba, no han tardado en sacar la guadaña de cuestionar lo que ellos saben que no tiene doblez, aún a sabiendas de que están cometiendo un acto de estupro verbal y político. Para ellos, la moralidad se sitúa en el quicio de sus intereses, ladrando más que aportando sentido común, porque así, piensan, se les oye más.
Han perdido una oportunidad de oro de apuntarse a la dignificación de la política. De ser merecedores de nuestro respeto, haciéndonos ver que más allá de sus intereses partidistas y electorales deberían prevalecer los principios de la ética y buen sentido en la vida y la política. Y lo más triste, es que algún día podrían llegar a gobernar la ciudad, y no me refiero a su Partido, que lo haría legítimamente si gana unas elecciones, sino a quienes han de mostrado con su poca altura en este asunto, que nunca deberían gobernar.

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