Publicado en Levante de Castellón el 30 de noviembre de 2018
Este país inventó la astracanada,
un subgénero teatral de situaciones disparatadas, chabacanas, que sólo tiene
como intención hacer reír al espectador, que bordó como nadie Pedro Muñoz Seca
-¿quién no recuerda aquel dislate de obra, que bajo el título “La venganza de
don Mendo”, nos hizo reír tanto hace años, gracias a la magistral
interpretación de Tony Leblanc en el papel de un don Mendo enamorado?- Y como la realidad siempre supera la ficción,
el país en sí mismo se ha convertido en una gran astracanada, gracias a una
clase política que nada tiene que
envidiar a los personajes de Muñoz Seca.
Parece
que la tan sonada renovación de la clase política, lo único que nos ha traído es
una troupe de bufones, más interesado en hacer reír a sus espectadores, que en
introducir dosis de raciocinio y sentido común a un país, ya de por sí bastante
castigado por la mala gestión de lo público de unos gobernantes anteriores, más preocupados de llenarse los bolsillos y
del qué hay de lo mío. Ver como se lanzan a una carrera de despiece del
adversario de otros Partidos y de los enemigos en el propio, es digno de una
película de los Monty Pithon, como aquella Vida de Brian, en donde la
resistencia al poder ridiculizado de Roma, siempre encontraba un grupo mucho
más resistente, con una verdad más sólida, que el anterior.
En la película “El milagro de P. Tinto” de Javier Fesser,
Usillos, un personaje que todavía no ha desaparecido del todo de la geografía
española, al comprobar que el motor español de su camioneta está montado por
piezas inglesas, grita con desesperación y enfado: “¡¡¡ Gibraltar español!!!”.
El mismo grito que hemos escuchado hace unos días al líder de un partido
nacional, que ya nos había regalado anteriormente su reivindicación de la
hispanidad como la etapa más brillante del hombre, junto al Imperio Romano. Casi
nada. Reivindicaciones viejas, con el fuerte olor a naftalina de otros tiempos
de prietas las filas recias marciales, que delatan la impotencia de articular
un discurso moderno y conectado a las necesidades de la sociedad, por lo que
hay que recurrir a la astracanada, como método de ejercer política.
Uno
no sabe, si que la clase política siga instalada en aquella bufonada filmográfica
que retrató con sabia maestría Berlanga en La Escopeta Nacional, como si
estuviéramos viviendo un dejà vu político, es motivo de risa o de llanto. Sobre
todo cuando algunos dirigentes vuelven a desempolvar términos como separatismo,
patria o españolidad, en el mejor estilo joseantoniano, o emulando aquellos
versos de José María Pemán: “Gloria a la Patria/que supo seguir/sobre el azul
del mar/el caminar del sol”, en la versión ñoña y cursi de Marta Sánchez:
“Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí/honrarte hasta el fin”
(cuánta similitud), tan aclamada por unos políticos que tiene el concepto de la
patria en el bolsillo o en su megalomanía de poder.
¿Qué podemos
hacer con dirigentes que han llegado a un nivel tan alto de histrionismo, que son
capaces de darse tiros en el pie, una y otra vez, con tal de parecer la
Inmaculada Concepción de la política, esperando que alguien les suba a los
altares? Aquellos, que no sabemos si lo que pretenden es gobernar el país o
gobernarse a sí mismos, vista la capacidad que tienen de tirar por tierra todo
lo que nos dijeron que iba a ser el cambio. O de los que han hecho una cruzada
contra la deshonestidad en la política y se aferran al cargo cuando se descubre
que ellos no fueron ajenos a lo que
denunciaban.
Si una clase
política sólo se preocupa de desacreditar al adversario -cuánta energía se
pierde en esto-, para alcanzar el poder,
convirtiéndose en personajes de una astracanada nacional, algo va mal, y
la risa se convierte en miedo, cuando no dejan de echar abono a la aparición de
salvapatrias, que sólo nos llevarán a
tiempos oscuros y peores.
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