Publicado en Levante el 12 de noviembre de 2018
Apuntes para un aniversario. Desgraciadamente, seguimos con el tema
de la identidad de España sin resolver después de cuarenta años de democracia.
Encontrar la identidad en la diversidad, parece que es bastante difícil. Sobre
todo cuando, como en el caso español, esa identidad como nación siempre se ha
tratado de imponer al resto por el conservadurismo nacional más rancio, incluso,
cuando ha sido necesario, a costa de mucha violencia y sangre.
Pero el problema
de España no es nuevo. Perdura en el tiempo desde los olvidados y manipulados
Decretos de Nueva Planta, por los que el rey Felipe V impuso un modelo
centralista, a la castellana, de nación, al modo de la borbónica Francia,
eliminando cualquier vestigio de autogobierno en regiones, que desde la Edad
Media hasta el siglo XVIII habían ejercido como un estado propio. Para ser más
claro, lo que hasta aquel momento se llamó la monarquía española, que era, por
decirlo en palabras modernas, un estado federal compuesto por la Corona de
Aragón y la Corona de Castilla, pasó a ser, por la fuerza de las armas (Guerra
de Sucesión), un estado centralista, en el que se impusieron las leyes de
Castilla como únicas en todo el reino.
España es un
problema irresoluble. Ya lo dijo Amadeo de Saboya: “España para los españoles”,
después de dar el portazo y largarse. Sobre todo, carácter y sentimentalismos
aparte, cuando seguimos empeñados en confrontar la fuerza centrífuga de los
nacionalismos periféricos, con la fuerza centrípeta del nacionalismo
centralista. Y es que esto da mucho juego a determinados sectores de la
sociedad, con sus Partidos ceñidos a la
bandera, cada uno la suya, en donde lo que importa es aplastar al otro, cómo
única forma de supervivencia. Produce cierta urticaria ver como la derecha
española, siempre dispuesta a enarbolar la bandera del nacionalismo más cutre,
se ha lanzado a una carrera para ver quién es más español, en términos
protofascistas provocadores y claramente franquistas, dinamitando cualquier
posibilidad de convivencia dentro del estado español. Igualmente, da mucha
tristeza ver que el nacionalismo periférico, sobre todo el catalán, se ha
convertido en un movimiento romántico, dirigido por un puñado de salvapatrias
de un enemigo ficticio, imaginado por ellos, anteponiendo el idealismo de la
patria, por encima del pueblo catalán, sin preocuparle que Cataluña se está
despeñando por un terraplén de autodestrucción.
Creímos que el
advenimiento de la democracia podría acabar con el sempiterno problema de
España como una nación sin identidad común para todos los españoles. Nos
equivocamos, porque la Constitución puso freno a un modelo de convivencia desde
la diversidad, convirtiendo el estado español en una fractura de iguales, que
si fue efectiva durante unos años, se ha demostrado insuficiente pasado el
tiempo, y es incapaz de dar respuestas a las nuevas/viejas demandas de los
territorios periféricos con sentimientos históricos y/o antropológicos diferentes.
La
constatación de un fracaso, que está distorsionando la política en España,
además de hacernos vivir en un permanente conflicto, debería ser objeto de
reflexión en el aniversario de la Constitución. El “café para todos” que se
impuso en la Transición, frente al modelo federal y descentralizado que algunos
proponían, incluso en la propia UCD, no ha servido para acabar con el problema
de España, que tantas páginas de tinta ha escrito.
Ahora, con los
Partidos de la derecha tirados al monte, intentando volver a un modelo
centralista/franquista, que ya creíamos superado, adecuar la Constitución para
que todos nos sintamos partícipes de una misma identidad como nación y
sociedad, se barrunta harto difícil. Salvo que la gran mayoría de los españoles
se de cuenta de que es en el reconocimiento de la diversidad, donde reside la
única posibilidad de cerrar para siempre la herida, condenando a la
insignificancia de los mediocres a todos aquellos, de un bando nacionalista u
otro, que están convirtiendo este país en un déjà vu de tiempos ya pasados, que
nunca deberíamos olvidar. A la provocación de los nacionalistas intolerantes,
sean de donde sean, sólo se la puede contestar con tolerancia, empatía e
inteligencia.
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