Publicado en Levante de Castellón el 11 de Marzo de 2016
Parece que la política española
está pasando del vodevil a la astracanada, utilizando términos dramatúrgicos.
Esa es la sensación que da cuando se ve desde la distancia del “prietas las
filas”, que se está viviendo en el
interior de los Partidos. Por lo menos de puertas para afuera, hacia dentro es
otra cosa, y el disparate que estamos viviendo, es posible que tenga mucho que
ver con sus vaivenes internos, desde el PP hasta IU. No sé por qué, no puedo
quitarme de la cabeza que la supervivencia de algunos líderes políticos está
directamente entroncada a la recuperación del post-parto electoral del 20-D.
Mariano
Rajoy es un líder amortizado, no por su Partido, sino más bien por el
electorado y la sociedad. Su política de hacer tabla rasa con el estado de
bienestar, y la enorme permisividad que ha tenido, si no algo más, con la
corrupción protagonizada por muchos de los dirigentes y gobernantes que el PP
ha dado en lo últimos años, le han convertido en un político ingenioso (nos
hizo reír, en algunos momentos, con sus intervenciones en el fallido debate de
investidura) y prescindible, pues, al igual que otros dirigentes ppopulares,
está empezando a ser más problema que solución, y cuando esto sucede, ya nada
de lo que digas tiene audiencia.
Albert
Rivera se está convirtiendo en una caricatura de sí mismo, como al final son
todos los hombres y mujeres bisagra que ha habido en la política española. La
ansiedad le brota por lo cuatro costados. Sabe que su supervivencia, toda vez
que los electores le han colocado en un peligroso terreno electoral de nadie
(digo electoral porque en el ideológico ya no nos pude engañar), depende de
alcanzar esa posible cuadratura del círculo, que es factible que se de a poquito
que el establishment presione y ponga contra las cuerdas a algunos. Todo su
empeño para poder ser alguien durante estos cuatro años, está puesto en la Gran
Alianza, que por otro lado, si se lleva a cabo, terminará prescindido de él,
como el invitado de piedra que es en este juego. De ahí la negación de PODEMOS
como un elemento ajeno y perturbador de sus intereses y de la oligarquía
económica a la que representa (no olvidemos nunca las palabras del presidente
del banco de Sabadell: “Hay que crear un PODEMOS de derechas”, cuando parecía
que los morados iban a arrasar en las elecciones, y el ascenso fulgurante de
CIUDADANOS tras estas).
Pedro
Sánchez, desgraciadamente, es un político de tercera fila. Un Alberto Fabra,
que pasaba por allí y le cayó la presidencia de la Comunidad Valenciana. En el
caso de Pedro Sánchez, el foco de renovación estética (nunca de políticas, como
estamos pudiendo ver) que la vieja guardia del PSOE había encendido en la
búsqueda de un personaje que diera otra imagen del Partido, más moderna que la
del Clan de la Petanca, se fijó en él. Y como a todos los que el poder roza,
este se olvidó, a ratos, de quienes eran sus hacedores, hasta que después de
dejarle que se diera el batacazo en las elecciones del 20-D, como así pasó, le han
puesto la factura encima de la mesa, con amenaza de embargo si no la paga. Y el
precio está siendo muy claro, como estamos pudiendo ver todos los españoles:
nunca apartarse de la senda marcada por sus mayores, y mucho menos enfadar a
los que tienen el dinero. Por eso, vive instalado en una permanente pantomima,
en la que los cuernos políticos no han estado ajenos, de parecer que corteja a
la izquierda, cuando en la sala de al lado está firmando las capitulaciones
matrimoniales con la nueva derecha neoliberal, para luego embarcar a el país en
una investidura de pega, que ha tenido más de primer acto de campaña electoral,
que de discusión sobre un gobierno posible, y aquí que me perdone, pero la
aritmética sí que vale, y por mucha prestidigitación dialéctica que haga, 161
votos son más que 131. Las matemáticas
son así de canallas. A no ser que esté planteando un problema de física
cuántica, que le permite estar en dos sitios a la vez.
Pablo Iglesias
debería bajarse del plató de televisión y quitarse la etiqueta de tertuliano
que habla para una parroquia de entusiastas, y hacer una inmersión en la
política real, esa que sólo es posible
cuando se pone en función de los ideales, para llegar lo más cerca posible de
la utopía. Querer un gobierno izquierdas
en coalición, no es pregonarlo a los cuatro vientos mediáticos y luego negarse
a compartir mesa de negociación con quienes pueden formar ese gobierno, y mucho
menos, aunque la razón pudiera asistirle en el fondo de la cuestión, presentar
a los medios futuribles ministros y vicepresidencias, sin haberse puesto a
hablar con quienes tienes que compartir ese gobierno. La escalada de la tensión
verbal, con alguna intervención no muy afortunada en la sesión de investidura,
que nos hace pensar que también está en campaña electoral, no ayuda nada a que
este país tenga un gobierno de progreso por la izquierda, y mucho menos la altivez
desmedida de quien ha nacido para ganar y se ha quedado con la medalla de
bronce, cuando no se sabe que en esta vida no siempre se gana, y es entonces
cuando se ve la talla política de un competidor. Honestamente creo que Pablo
Iglesias, debe bajarse del pedestal, porque no ha hecho todos los esfuerzos
posibles para obligar a Pedro Sánchez a tener que pactar con él.
Alberto Garzón
es reo de su propia organización, históricamente enzarzada en disputas
internas. Pero es que, además, lo es en sentido literal, siempre con un lazarillo
del PCE acompañándole como si de un comisario político se tratase, no vaya a
ser que se ponga negociar con PODEMOS y los que han tenido hasta la fecha el
poder en IU, lo pierdan definitivamente. Es una pena, porque Garzón, podría
estar llamado a ser uno de los políticos más importantes de este país, si
consiguiera romper las cadenas que comprimen a IU, convirtiéndola en muchas
ocasiones en un convidado de piedra de la política nacional.
Creo que las
condiciones para constituir un gobierno de izquierdas, que es lo que ahora
toca, para desfacer entuertos como la desigualdad y el empobrecimiento de gran
parte de la sociedad española, se están dando. Sólo hace falta que los políticos
se dejen de grandes frases de hooliganismo, para contentar a sus afines. Porque
los 12 millones de electores que han votado por la izquierda (no confundir, por
favor, con militantes enfervorecidos con sus Partidos), así lo quieren y no
entenderían que así no fuera.
Tampoco se
entiende por qué he hablado sólo de hombres y no hay ninguna mujer que ocupe el
liderazgo en los grandes Partidos. Aunque esto, no nos engañemos, no es
garantía de nada, pero si sería síntoma de vivir en una sociedad más
igualitaria.
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