Escrito por González de la Cuesta
Luis
Rodríguez es un escritor de trago corto, que no utiliza muchos ingredientes,
aunque alguno de ellos de alto contenido alcohólico, por el impacto emocional
que provoca en nuestras conciencias al leerlos. Entra en el texto sin
concesiones a la floritura. Directo. ¿Para qué andarse por las ramas? Como si
un bisturí diseccionara nuestra alma y vertiera un cóctel de palabras precisas,
que como cuchillas rasgaran nuestros buenos y decentes pensamientos. Porque
Luis Rodríguez, lector insaciable, que nació en Santander hace más de medio
siglo y ha ido bebiendo como una libación lo que le ofrecían los distintos
lugares en los que ha vivido, hasta que se afincó, definitivamente, en
Benicasim, nos sirve en dosis muy elaboradas literatura en estado puro, que
entra como un chute en nuestras venas hasta que alcanza el cerebro y ya nuestra
mirada del mundo no vuelve a ser igual. Es un ser peligroso, no porque sea
violento o maquiavélico, sino porque utiliza el arma de destrucción masiva de
las ideas bien pensantes más poderosa que se haya inventado jamás: la palabra. Y
además lo hace sin ninguna intención de provocar terremotos ni incitar a
revoluciones. La sacudida que provocan las novelas de Luis Rodríguez proviene
de hablarnos, con toda naturalidad, de la vida misma, sin celosías que la
oculten, ni espejos que la deformen.
Así es su primera novela “La
soledad del Cometa”, un ejercicio de vivisección del comportamiento humano, que
muestra unos personajes viviendo experiencias que pueden parecernos
irreverentes o rebuscadas, pero que, sin embargo, nos cuentan una parte de la
realidad que deliberadamente no queremos ver, y lo hace con tanta naturalidad
que no deja concesiones al regateo intelectual. Los personajes de esta novela,
que transitan por la vida de una soledad a otra, en busca de nada, o en el
mejor de los casos de una conformidad que les hace sobrevivir, no son ni siquiera
ácidos, ni subversivos, ni sucios. Son gente normal que aceptan el papel que
les ha tocado vivir, sin cuestionarse si lo que hacen está bien o mal. Lo hacen
porque tiene que ser así.
En su segunda novela,
“Novienvre”, hay una intencionalidad provocativa ya desde el título, que
deliberadamente transgrede las normas ortográficas, para agitar nuestra
comodidad, cuando no abulia, intelectual. No puede ser de otra manera cuando
esta incorrección gramatical viene de un escritor muy cuidadoso con el lenguaje
y pulcro en su escritura. Lo que nos hace pensar que estamos ante una
provocación del autor. Sin embargo “Novienvre” es una novela más amable, a
pesar de que hurga en el lado oscuro de nuestra conciencia forjada en siglos de
judeocristianismo. Pero es mucho más peligrosa, porque ahora la amabilidad del
personaje, que vuelve a transitar por la soledad como elemento de cohesión de
su trayectoria vital, nos seduce. Y no porque tenga una vida de película. Esto
es lo verdaderamente transgresor, sino porque es un individuo corriente, que se
enfrenta a los acontecimientos que la vida le va poniendo delante, otra vez,
con una naturalidad que te deja impávido. Luis Rodríguez, esta es otra
provocación, llamar al personaje con el nombre del autor, sin ser una novela
autobiográfica, es un ser que, al igual que los personajes de la “Soledad del
Cometa”, no se plantea si lo que hace está bien o mal, un rasgo literario que
empieza a ser distintivo de Luis Rodríguez, el otro, el escritor y autor de
estas novelas, lo hace porque así viene dado.
Cuando un personaje te dice ante
una persona que piensa que está muerta, que le tomó el pulso por hacer algo,
hay un mensaje que está produciendo un cortocircuito en nuestras neuronas, lo
peor de todo, sin saberlo. Esta es la literatura tal como la escribe Luis
Rodríguez: una provocación ante el lector, sin que este sea consciente de ello.
Algo así como cuando en una aglomeración alguien te empuja discretamente, te
pide perdón con toda naturalidad, y después te das cuenta que te ha robado la
cartera. Esa cartera vieja, que tanto detestabas, y que nunca te atrevías a
cambiar, por el rancio valor sentimental que tenía. Por eso, a las novelas de
Luis Rodríguez hay que enfrentarse sin miedos, libre de ataduras mentales, y
dejar que nos robe la cartera con naturalidad, para que las palabras cuando
circulen por nuestras venas no provoquen demasiados desgarros. Un
imprescindible.
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