Escrito por José Manuel González de la Cuesta
Hace dos años, Miguel Torija nos sorprendió con su
libro: “Catálogo de excusas para seguir
vivo”. Una compilación de relatos que nos hablaba de la vida en toda su
dimensión negativa y positiva. Hoy nos presenta: “Cuando la vida se pone perra”, un libro de parecidas
características, en cuanto a su estructura de relatos cortos y microrrelatos, y
la intencionalidad de dejarnos con una sensación de incomodidad de la que es
imposible escapar. Miguel Torija vuelve a zarandear nuestras conciencias, pero
esta vez, y aquí es donde reside la abultada diferencia con su libro anterior,
de una manera despiadada, sin misericordia para el lector, que va a sentir,
relato tras relato, como se agita en el asiento su instinto de supervivencia,
al ver que la realidad que lo rodea se ha colado entre las líneas de cada
narración y ya no hay escapatoria posible; realidad y ficción se funden en un
solo acto, del que podemos ser en cualquier momento protagonistas, personajes
que sin pretenderlo escribiremos, al otro lado de la frontera literaria, un
destino incierto y controlado por otros. Y es que estos dos últimos años no han
pasado en balde, y lo que en 2011 creíamos era una crisis con fecha de
caducidad, hoy, en 2013, se ha convertido en una incertidumbre estructural, de
la que nadie está a salvo, ni siquiera “Cuando
la vida se pone perra”, un libro que no se ha podido librar del zarpazo que
la crisis ha lanzado sobre nuestras precarias vidas.
Miguel Torija ha sabido manejar con maestría el relato cotidiano de
personajes que pueden ser su vecino de arriba o usted mismo. Sin concesiones a
la ficción literaria, ha conseguido que nos metamos en el papel de unos seres
que dudan, que sienten con desdén el infortunio que les ha deparado el destino,
que son tan reales que asustan, al igual que las situaciones en las que se
encuentran metidos. Esta es la magia de su libro: hacernos creer que lo que es
solo una ficción narrativa en un texto, puede ser tan real como que nosotros la
estamos leyendo, con una prosa fina y depurada, que mantiene al lector pegado a
la narración, inconsciente del tiempo.
La otra gran sorpresa de este
libro es Víctor Aranda, un fotógrafo
de solvente prestigio profesional que ha sabido captar con su cámara la vida a
pie de calle e insertarla en algunos de los relatos de “Cuando la vida se pone perra”, con tanta maestría, que parece que
sean dos apéndices de un mismo cuerpo.
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