El
fascismo, en sus diferentes casuísticas, crece en el mundo occidental: Trump,
Milei, Bolsonaro, Abascal, Orban, Bukele, Ortega, Maduro, Putin, Netanyahu, etc.,
etc., etc., la lista es cada vez más larga, mientras la democracia va perdiendo
puntos, por su tibieza frente a estos movimientos que tienen como objetivo
derribarla, y por sus propios errores, al caer en la seducción del
neoliberalismo, que sólo produce desigualdad.
La izquierda democrática tiene clara su posición ante este crecimiento, pero la
pregunta es si lo tiene claro la derecha democrática. Porque no parece que así
sea, atrapada en una gran contradicción entre hacerse con el poder
gubernamental, aún a costa de ponerle un puente de plata a la extrema derecha,
o decantarse por la defensa de la democracia, aunque esto le suponga la duda de
hacerse con el gobierno a corto plazo. En esto, creo que están equivocados. Una
derecha fuerte y democrática es una garantía de reforzamiento de la democracia;
de rebaja de la tensión política, al distanciarse de la extrema derecha, única
que sí está interesada en que los decibelios de esa tensión suban al máximo; y
de alcanzar la gobernabilidad, con más facilidad de lo que ellos se imaginan. A
las puertas de las elecciones al Parlamento Europeo, en las que tanto nos
jugamos, la derecha debe ser firme en sus planteamientos democráticos, que la
alejen de la extrema derecha. Pero hay mucha tibieza por su parte.
El
cónclave celebrado el fin de semana en Madrid, reuniendo a fascistas de toda
Europa y de algún que otro continente, lanzando proclamas contra la democracia,
la Unión Europea y el estado de bienestar, con el presidente argentino fuera de
sí, embravecido, mal educado, grosero y más fascista que nadie, con el permiso
de Abascal, debería haber encendido las alarmas de la derecha europea, y no
parece que haya sido así. Más bien al contrario, se detecta una cierta
resignación ante el ascenso del fascismo en Europa. Vuelve a caer en los mismos
errores que hace noventa años, y eso sí que es preocupante. Tanto, como la
respuesta a los insultos que el enloquecido Milei ha lanzado contra el
presidente del gobierno de España, su entorno familiar y, por ende, a España en
sí mismo. Un presidente del gobierno representa a todo el país, y si es atacado
por otro dirigente extranjero, debe de haber una respuesta contundente por
parte de todas las instituciones del país, inequívoca y sin fisuras. Las
palabras de Núñez Feijoo son tan tristes y poco acertadas, al no distanciarse
inequívocamente de ellas, que no es de extrañar, que la extrema derecha de Vox
se infle como un globo al que soplan, cada día con más denuedo, los dirigentes
del Partido Popular, que quizá deberían hacer la reflexión de si están
contribuyendo a la construcción de la democracia o a su derribo. Y eso es
demasiado triste y preocupante.
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