lunes, 2 de octubre de 2023

Cataluña cautiva de dos nacionalismos que se odian


 

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Esta frase de Groucho Marx no puede ser más acertada para definir lo que está sucediendo con Cataluña desde hace ya casi veinte años. Y no le restemos importancia porque fuera pronunciada por uno de los mejores cómicos que el cine haya dado jamás; para poner la realidad delante de un espejo, no hay nada más ácido y lúcido que el humor.

Desde 2005, año de aquella triste campaña del Partido Popular contra los productos catalanes, y la posterior recogida de firmas contra el Estatuto de Cataluña, con mesas por toda España, tras el visto bueno de los catalanes en el referéndum de 2006 y su aprobación en el Congreso, el Partido Popular ha hecho de Cataluña su bestia negra, con recurso ante el Tribunal Constitucional, incluido, que dictó sentencia en 2010 anulando algunos artículos (empieza el Partido Popular a enmendar la plana a la política, cuando esta no le es favorable, desde los tribunales), que paradójicamente aparecían en otros estatutos de autonomía, como en el de Aragón o Andalucía, que no fueron ni recurridos ni anulados por el Constitucional, y hoy siguen en vigor.

Toda aquella campaña del Partido Popular, sus recursos y sentencias en nombre de la unidad de la nación española, no eran inocua, sino que obedecía a una estrategia, que con el tiempo se ha ido acrecentando, de acoso y derribo a los gobiernos socialistas (parece que sólo el Partido Popular tiene la patente de corso para negociar todo lo que quiera con los nacionalismos periféricos, pero cuando lo hacen otros España se rompe). Después, ya metidos en harina, se inventan policías patrióticas; generan un grave conflicto lingüístico donde no lo había; y entran en una dinámica de echar, cada vez, más leña al fuego de su anticatalanismo, siempre que este no sea de sumisión al nacionalismo español, hasta que una gran parte de la sociedad catalana explota, y donde tampoco había un conflicto, estalla con el crecimiento del independentismo, que tanto deseaban los grupúsculos ultranacionalistas catalanes.

Vuelvan ustedes a leer la cita de Groucho Marx del principio, porque si se fijan bien, resulta hasta inocente. En Cataluña, es cierto que el nacionalismo español ha buscado un problema, pero no han hecho un diagnóstico equivocado, sino más bien certero, al servicio de una estrategia que obedece a otros intereses ajenos al problema. El Partido Popular ha encontrado un caladero de votos en el resto de España a costa del independentismo catalán, que le permite agitar la bandera y la unidad de la patria como un fin en sí mismo. El nacionalismo español ha encontrado su enemigo en Cataluña (no hay nacionalismo sin un buen enemigo territorial) y en esas aguas lleva años chapoteando para encharcar la política española. De ahí que esté aplicando y exigiendo remedios equivocados, con el fin de seguir agitando el avispero. Mal asunto este de los nacionalismos enfrentados, que tanta desgracia han traído a Europa en los dos último siglos.

Así llegamos al denominado “proces”, que no es otra cosa que la exaltación a niveles de nación sagrada y elegida por los hados que rigen el destino de las naciones por el nacionalismo catalán, agitado por una élite política, social, económica y cultural, que quiere ocupar el espacio de poder sin compartirlo con nadie. Una élite que le ha dado combustible al españolismo para movilizar todos los recursos del Estado posibles contra el catalanismo independentista, entrando en un bucle que se retroalimenta así mismo, sin solución de continuidad.

Es cierto que el independentismo catalán está lanzado a una carrera sin sentido, que arrastra a una parte de la sociedad catalana al suicidio, si no a toda ella, con una carga de necedad tan grande, que como a todos los estúpidos sólo les conduce a estrellarse contra un muro. Enfrentarse contra un Estado democrático en el siglo XXI, no por mejorar la vida de los ciudadanos, sino por la codicia del poder de una parte de las élites catalanas, es una demostración de hasta dónde puede llegar la majadería del nacionalismo. Porque aquí no se trata de reivindicar las tradiciones y la cultura del pueblo catalán ni de mejorar la vida de los catalanes ni de defender la lengua propia. Todo eso son excusas para que las mentes calenturientas del imaginario nacionalista, den un paso al frente reivindicando la independencia de Cataluña, aún a costa de provocar desventura al pueblo catalán.

Pero si el “proces” ha demostrado ser un fenómeno incapaz de resolver los problemas reales que tienen los catalanes, no muy diferentes al del resto de los españoles, ni de dar solución al encaje democrático y territorial que debe tener Cataluña en el Estado español, poniendo fin al disparate de los Decretos de Nueva Planta de Felipe V y al centralismo borbónico desde hace cuatro siglos, no es menos cierto que la respuesta del nacionalismo español, a derecha e izquierda, ha sido desproporcionada y vengativa hacia quienes han osado cuestionar el poder de las élites españolistas. En política hay que sanar los males, jamás vengarlos, dijo en alguna ocasión Napoleón III.

A nadie que esté un poco alejado del nacionalismo de uno u otro bando, se le escapa que el juicio al “proces” fue un disparate tanto jurídico como político. Jurídico, porque desde el principio se intuía cuál iba a ser el resultado de esa pantomima de juicio, sabiendo, por aquel famoso mensaje del portavoz del Partido Popular en el Senado: Controlamos la sala segunda (del Supremo) desde atrás, que todo estaba bien amañado en el tribunal, para que los artífices del “proces” tuvieran un castigo ejemplarizante. Político, porque la peor manera de resolver un conflicto político es derivarlo a los tribunales, porque es la forma de enquistarlo durante mucho tiempo, y eso es, precisamente, lo que el nacionalismo español deseaba y desea.

No es de extrañar, que cualquier intento de solucionar el conflicto por la vía del diálogo democrático, desate una respuesta feroz de quienes, en nombre de España, no tienen ningún interés de que el conflicto se solucione. Por ello, negaron la mayor al diálogo impulsado por el gobierno progresista, a los indultos, al encaje de Cataluña como una nación dentro de la nación española y a una convivencia pacífica entre catalanes y españoles, entendiendo España como una diversidad de pueblos y culturas.

Ahora le toca el turno a la amnistía. Me gustaría que alguien explicara por qué una amnistía, que puede resolver un conflicto político, o por lo menos atemperarlo, va a romper España. De las tres amnistías que se han dado desde que murió Franco, dos han sido para resolver conflictos políticos, y una para salvarle el culo a quienes habían defraudado a Hacienda, esta ya con la Constitución aprobada. Y lo que no cabe la menor duda, más allá del ruido del independentismo catalán, es que la amnistía a los encausados en un conflicto que nunca debería haber llegado a los tribunales como lo hizo, es un elemento político de reconducción del conflicto; no de solución, que esa está todavía lejana, mientras los nacionalismos a un lado y otro del Ebro sigan enrocados en sus sagradas posiciones de defensa de la patria.

¿Cuál es el problema, entonces? Más allá de todo lo escrito anteriormente, hay un conflicto de intereses. Al Partido Popular le viene muy bien sacar toda su artillería nacionalista, simplemente, para evitar que el gobierno progresista se pueda reeditar. Ya saben ustedes que o gobiernan ellos o España es un caos. Pero si por una de estas casualidades el independentismo catalán hubiera garantizado la investidura de su candidato a la presidencia del gobierno, la amnistía habría pasado de romper España a ser una bendición divina para la unidad territorial. Ni cuestionamientos de su posible constitucionalidad ni nada. Por cierto, un debate, el de la constitucionalidad de la amnistía, estéril, sencillamente porque la Constitución no hace ni una sola mención a la amnistía, ni a favor ni en contra.

Finalizando. El conflicto con Cataluña, que viene históricamente de lejos, ha sido azuzado en los últimos años por el nacionalismo español y el nacionalismo catalán, cada uno en defensa de sus propios intereses, no en defensa del común. Por ello resulta tan complicado argumentar e implementar políticas que vayan encaminadas hacia la resolución del encaje territorial de Cataluña en España. Y la amnistía, que es una medida política, puede ser un buen instrumento para alcanzar ese objetivo. A pesar de que al Partido Popular y al nacionalismo español de derechas y de izquierdas no les guste, y de que al independentismo ultramontano tampoco. Quizá por eso se vaya por el buen camino.    

Así veo yo las cosas, sin pensar que estoy diciendo verdades.


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